Tárbena. Foto tomada de internet sin ánimo de lucro
Tárbena y Miró
En la época de este artículo, yo le dije al Alcalde de Tárbena –y también al Concejal de Cultura-, que para paliar la soledad de ese ciprés (ver artículo) que desde hace tantos años vela la entrada del pueblo, podíamos levantar un recuerdo a Gabriel Miró... ¿no os parece? Porque no es que Miró viera doble a consecuencia de una embriaguez paisajística, es que cuando él pasó por allí había dos cipreses de bronce. Y me dijeron que sí, que al Cabildo le parecía una idea excelente, pero que había una pequeña dificultad: “el terreno que habría que ocupar es propiedad privada”. Y yo le dije al botón de mi camisa, digo: vaya, con La Iglesia hemos topado...
El artículo
Que un pueblo de esta España de Maastricht incluya en sus programas de fiestas un Recital de Poesía, no sólo nos redime de nuestras múltiples miserias culturales, sino que siembra el paisaje de una remuneradora esperanza. Y si el pueblo es de este abrupto levante, la esperanza tiene un efecto multiplicador. Y si encima es una calle larga de sol, ahogándose de frutales y de mieses granadas, o una blanca gaviota que se ha hecho mar sobre esa cumbre de almendro y de reposo, entonces la esperanza es un largo camino de belleza. Se le puede llamar de muchas formas, pero uno de sus nombres es Tárbena, ese pueblo-mujer... de cimas y quebradas que a Gabriel Miró le producía un cóncavo abejeo de caracol marino.
Lirio de campanario... Claridad de elevación....Contornos exactos...Altitudes y lejanías de porcelanas prolijas...
Aún franquea su entrada, como un testigo mudo (aunque también entristecido y olvidado), uno de aquellos Dos cipreses de bronce que, al lado de la carretera, se yergue sobre una grada de cultivos, una acumulación de losas, un breñal torvo... Todo ello frente a un pueblo saliendo jugosamente de los sembrados... Y si esto aún sigue existiendo ¿en qué puede extrañarnos que la Poesía corone la cumbre de sus Fiestas, de sus frentes o de sus vidas? Allí vive el almendro con una intensidad de enamorada mujer en primavera, con un vestido cárdeno y un cabello íntimo de luna. Allí habita la luz sobre el hondón de los hortales, sobre el duro peñascal, sobre las calvas terrosas que van del brezo al palmito, sobre las copas tiernas de los pimpollos y las aliagas... Y en el aire limpio. Y en las casas blancas. Y en las humeantes chimeneas, sugeridoras de atavismo y de tiempo, de interminables conversaciones familiares, de grandes orzas de cobre y artesas de matanza con aromas a orégano y cariño. Chimeneas humildes de fogones pobres, evocadoras de autenticidad y de vida...
Desde esta declarada admiración, yo quiero expresar mi agradecimiento por ser la afortunada persona a la que Tárbena ha introducido en sus Fiestas para hacer un Recital de Poesía (que haré con el apoyo de Manolo Palazón y de Fernando Medrano, entre otros). Y en esta tesitura, arrimando el ascua a la lírica, quisiera pedir a Tárbena un reconocimiento expreso para Gabriel Miró, ese gran poeta sin versos que, tras su ya lejano paso por esos lares, además de los entrecomillados anteriores, dijo cosas tan altas como ésta: ...en los huertos apacibles y calientes de abajo, en los valles con aires de mar, se pronuncia Tárbena levantando mucho los ojos. Y Sigüenza tuvo que sonreírle cuando, ganada ya su altura, "Tárbena acababa de ponerse jovialmente a su vera.
Acaso ese ciprés de bronce,
que ha perdido en el tiempo su pareja, pueda perder un día su prolongada
soledad. ¿Por qué no levantar junto a él algún agradecido recuerdo?
Mariano Estrada, 20-07-97
Incluido en el libro Los territorios de la inocencia (2014)
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