Patricia Estrada Corrales. Foto Pablo Climent
Feliz cumpleaños, Patricia
Hola, Patricia, hoy es tu cumple. Quiero desearte felicidad, quiero desearte salud, quiero que
Quede en el arcano tu rasgada pena,
pero no en tus ojos.
Que huya el huracán, que cese el llanto,
que la guerra intestinal disponga olor a victoria
y el seno calmo del alba traiga luz a las criptas.
¡Felicidades! ¡Muchas felicidades! ¡Muchísimas felicidades!
Me gustaría ser músico para decírtelo con acordes de guitarras y laúdes y pianos y con delicadas melodías de violines, pero, ya sabes, lo mío son las letras, las palabras, los versos, las estrofas, los poemas. Así que, de entre todos los que tengo, que no son pocos, voy a dejarte el que podrás leer más abajo. No sé si es bueno, malo o regular. No creo que sea el mejor ni el peor. No sé siquiera si es el apropiado para este día que, con independencia del tiempo que haga en la tierra, en el aire o en el mar, será profundamente hermoso. Lo que sí sé es que ha sido el propio poema el que se ha puesto delante de mí y ha dicho: “Oye esta palabra” Y yo he pensado: bien, ya la he oído. Ahora que la oiga Patricia cuando se levante con la luz y vea que el 13 de julio es un día que nadie le puede robar, porque es suyo y muy suyo y completamente suyo.
De manera que: óyelo y atiéndelo, Patricia, como si fuera un pajarillo que, para llevarte dulzuras a los oídos, se posa en la clara ventana del amanecer, en las ramas florecidas de tu corazón y en los umbrales hospitalarios y limpios de tus ojos.
Un beso de todos para ti.
Tus papis y Dani
Foto de Fernando Medrano
OYE ESTA PALABRA
Oye esta palabra mínima,
ala de ave, apenas mariposa,
que vuelve sobre ti
en un arpegio tenue.
Óyela, concíbela otra vez,
como si fuera el halo
de nuestra lírica luna: la primera.
Deposítala en la flor que tuvo el alma
sobre el pecho herido,
recortado en el papel
y el viento.
Óyela temblar.
atiéndela en regazo de paloma,
con calor de niño,
con caricia suave
desprendida de la yerba.
Mira este potrillo desherrado,
esta gota de agua
caída de una lluvia incontenible.
Ámala otra vez en el camino
lento
que nos dio la tarde.
Pruébala, recíbela,
tómala en tu vientre enamorado
y apártale esa nube procelosa, mala,
en la que ¡ay!, sin darse cuenta,
huyó de tu candor
para dejar de ser ángel.
Del libro “Azumbres de la noche”
Mariano Estrada
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