Manolo y Justino, los dueños de Valjunco y Valderas, respectivamente
Esta noche brindaré con Prieto Picudo
A los queridos compañeros de La Virgen (Nunca la Virgen ha
estado tan bien acompañada)
Queridos amigos:
Esta noche brindaré por todos vosotros. Y lo haré con un
vino entrañable (Es entrañable, otra cosa es que te arranque la entraña). Tengo
por aquí una botella del sabrosón y cabezoncillo vino de Valderas, que es el
pueblo en el que el padre de Justino Blanco Villacé tenía un cine (es decir, el
cine) en los tiempos en que nosotros éramos púberes “y nadie nos había amado
todavía”, como bien saben Santos e Isidro, que juntos hacen el santo de Madrid.
Por eso nos llevaba ventaja (vuelvo a referirme a Justino). Por eso es un
hombre de película. La última que ha rodado, que está rodando aún y rodará ya usque ad mortem, se titula “Los nietines”.
Porque es a ellos, según confesión arrancada sin procedimientos de tortura, a
los que dedica ahora sus mañanas, sus tardes, sus noches y su vida. Le ha
costado, pero Justino ya ha llegado a su auténtica vocación: la de abuelo en
jefe. (No sabe él hasta qué punto se alegran de ello Laura y Álvaro).