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viernes, 12 de agosto de 2022

Una mañana en el pueblo. TIERRA DE ROBLES. LA NOVELA DE MARTINA

 

Fachada de la casa familiar


Una mañana en el pueblo  (Muelas de los Caballeros, Zamora)
TIERRA DE ROBLES. LA NOVELA DE MARTINA 

Nos habíamos levantado un poco tarde. Charo y Jose se habían ido a Mombuey, porque tenían que ir al banco y a la farmacia y a comprar la carne y el pan. Por cierto, qué bueno está el pan de Mombuey, ¿eh, Martina? Tanto el de Rabanillo como el de Margarita, que tiene un nombre bíblico: “El pan nuestro”. Margarita es de Muelas, pero lleva mucho tiempo en Mombuey.
     -¡Mm!... Está buenísimo. Ya me lo habían dicho mi mamá y la abuelita. Pero ahora lo he probado yo y pienso comerlo a todas horas. Está que muerde.
     No obstante, la mañana dio mucho de sí. Martina y yo fuimos a dar una vuelta por el pueblo. Dejamos atrás la plaza de Matalera, que es donde nosotros vivimos, y nos acercamos a la plaza de los Chopos, tan esbeltos antes y ahora tan desmochados. En todo caso, siguen siendo preciosos y la plaza es muy bonita. Después pasamos por la plaza de don Maximiliano Prieto, que no tiene vegetación, pero sí una obra parada desde hace muchos años que no queda muy bien, precisamente, y seguimos andando hacia los entornos de la Iglesia, los cuales aparecen un tanto crecidos por unas nuevas edificaciones que en poco mitigan la despoblación. Finalmente acabamos en la Plaza del Recreo, tan recoleta, tan bonita.
     -¿Has visto qué callejuela, Martina?
     -Sí, me gusta mucho.
     -Se llama colaga.
     -¿Por qué?
     -No es fácil responder. Esa palabra es un localismo. ¿Sabes lo que es un localismo? Una palabra que solo se utiliza en un determinado lugar, que suele ser pequeño. En Muelas hay varias colagas, unas más anchas, otras más estrechas. Pero todas son parecidas. Por eso podemos decir que una colaga es una calle muy estrecha o un paso muy estrecho entre paredes o rocas.
     -Esta es muy estrecha, abuelito, por aquí no pasa una vaca de las que vimos ayer, con esos cuernos tan grandes y con esa barrigota de Sancho Panza.

    
-Depende de la edad y del tamaño, Martina. Si es jovencita, como tú… Hay algunas colagas por las que sí que pasan las vacas barrigonas, y los caballos y los burros.

     -¿Y por qué esta es tan estrecha?
     -No sé, ¿porque la hicieron así?
     -Vaya una respuesta, abuelito, ni que fueras a Primero de Primaria.
     -¿Por qué fue, entonces, lo sabes tú?
     -¿Porque había que hacer una salida y no tenían más sitio?
     -Esa es una respuesta muy razonable, Martina, se ve que vas a pasar a Segundo.
     -En realidad ya he pasado, listo, y con unas notas muy buenas, me tengo bien ganadas las vacaciones.

Martina en la Plaza de los chopos

 

 Plaza de don Maximiliano

Iglesia de la Asunción

Plaza del Recreo


Martina en la colaga pequeña de la Plaza del Recreo


 De vuelta a casa pasamos por la plaza del Ayuntamiento. El Ayuntamiento es un edificio de dos plantas en cuyos bajos estaban antes las escuelas, que eran dos: una para los niños y otra para las niñas. Cuando yo era niño, don José era el maestro y doña Titas la maestra, respectivamente. Martina se fijó en el reloj.
     -¿Qué es eso, abuelito?
     -Es el reloj del pueblo, pero no funciona.
     -Y si no funciona, ¿para qué lo quiere el pueblo?
     -¿Estás sugiriendo que lo quiten? ¿Y quién va a quitarlo? El pueblo tampoco funciona. O funciona un poco al revés, va marcha atrás.
     -No te entiendo, abuelito.
     -Pues es fácil, Martina, cada vez hay menos gente en el pueblo. Tampoco funcionan las escuelas, porque en invierno no hay niños.
     -Entonces, si me quedara aquí a vivir no podría jugar al torito en alto y al pilla pilla.

     Miró hacia arriba de nuevo y preguntó:

     -¿Y aquella campana, para qué es?
     -Para dar las horas, es la campana del reloj. ¿No ves el martillo?
     -Sí lo veo. ¿Y aquello que hay encima del todo?
     -Aquello es la veleta…
     -¿La veleta?
     -Sí, la veleta, la que indica la dirección del viento.
     -¿Y la veleta funciona?
     -Podemos averiguarlo, si queremos, solo hay que esperar a que haga aire. Antes funcionaba todo muy bien. Había un señor que se encargaba de que cada cosa estuviera en su sitio y en su punto. Principalmente se encargaba de arreglar el reloj. Le llamaban Maragato, porque procedía de Astorga, donde nació Leopoldo Panero.
     -¿Otro poeta?
     -Sí, y Astorga está muy cerca de La Bañeza.
     -Ya sé, ya sé… el pueblo de Antonio Colinas… ¿También vamos a ir a Astorga?
     -No creo, pero si vamos te llevaré a ver el Palacio del Obispo, un edificio de Gaudí que ahora es un museo. Allí fuimos un día con Dani, Tomás, Lisi, Raquel, Marina, Guillermo…
     -¿Quién es Tomás?
     -Un amigo de Dani.
     -Y Guillermo… ¿es el hijo de Tere?

   
-No, él no estaba ese día.

    -¿Quiénes son entonces Marina y Guillermo?
     -Son los hijos de José Luis Ferris.
     -Vaya, tenía que salir otro poeta…
     -Pero José Luis es de Akra Leuka. Cuando volvamos a casa pasaremos por su pueblo.
     -¿De Akra Leuka? ¿Qué es Akra Leuka?
     -Es el primer nombre de Alicante, Martina. El segundo es Lucentum.

    
-Me gusta Alicante. Me gusta mucho Alicante. I love Villajoyosa.

 

 

El ayuntamiento
 
Casa que da a la carretera

     Volvimos por la calle de La Fuente y nos encontramos de nuevo en la plaza de Matalera, que es de donde partió nuestro paseo. La plaza de Matalera es un triángulo isósceles que, sin embargo, no me lleva a ningún recuerdo que tenga que ver con la geometría, a no ser que se trate de la geometría esférica de un balón de fútbol.
     -¿Sabes que en el centro de esta plaza jugábamos al fútbol, Martina?
     -¿Cuándo erais niños?
     -Cuando éramos niños y cuando éramos no tan niños.

    
-¿Y no os reñían los mayorones?
    
-Ya lo creo, constantemente, sobre todo cuando les rompíamos algún cristal.
     -¿De las gafas?
     -No, de las ventanas.

    
-¿Y vosotros qué hacíais entonces?
    
-Huir como conejos. Una vez salió una señora con un cuchillo enorme y una voz completamente desgañitada.

    
-¿Os quería matar?
    
-Quién sabe, a lo mejor solo quería rajarnos el balón, lo cual hubiera sido terrible.

   
-¿Terrible? ¿Por qué?
    
-Porque los balones de cuero eran bienes escasos. No teníamos dinerito.

Plaza de Matalera
 

     Finalmente llegamos a casa y, al abrir la puerta, salió a recibirnos la Bruma, esa perrita de Valladolid que nos tenía enamorados a todos. Y después de saludar a la Bruma, Martina se fue corriendo al patio para encontrarse con la “gatunería” completa, que es el ejército casero de los gatos: Luna, Pipa, Tito, Rayo y, excepcionalmente, Cuco, el gato aristocrático que había descendido del pedestal de su ventana para dejarnos constancia de su magnífica presencia y, por una vez, condescender amistosamente con el saludo.
    
-Hola, Cuco, ¿nos has echado de menos? –le preguntó Martina, haciéndole caricias en la cabeza y el lomo.
    
Él se sintió ufanamente reconfortado y se infló por los cuatro vientos. Los otros le miraron con respeto, con admiración y también con un poco de envidia.

    
-¿Por qué te diriges él y no a nosotros? -preguntaron todos a una.

     Rayito se puso a llorar en un rincón y, mirando a Martina de reojo entre sollozos zalameros, le reprochó:
     -¿Por qué no te diriges a mí, que soy tu príncipe y tu niño bonito, el que te abrió los brazos cuando los tenía cerrados al mundo? ¿Por qué me destronas de repente?
     -No, Rayito, tú no serás jamás el Príncipe destronado.

    
-Vaya –le espeté yo a Martina.- ¿Quién es ahora la que saca a relucir a los poetas? “El Príncipe destronado” es un libro de Miguel Delibes.
    
-Alto el carro –exclamó Cuco, que había recuperado la excelsitud de su pedestal-. Ese señor es de Valladolid, que se lo he oído yo decir a Raquel, mi dueña y señora. Y no es un poeta, es un escritor como la copa de un pino.

Martina en casa, con los gatos

     Martina estaba maravillada de ver aquel alboroto. Ella no conocía a Delibes, y lo del Príncipe destronado le había salido del insondable inconsciente de la televisión.
    
-Me gusta Valladolid –exclamó categóricamente-. Ya me gustaba por el hecho de que allí viven la Bruma y el Cuco, lo mismo que Raquel y Guillermo. Pero ahora me gusta más porque vive también Miguel Delibes, un constructor de fantasías.

     -Martina –le dije yo admirado-. ¿De dónde te salen esas cosas, si tú no has escrito aún el primer verso?
    
-Voy a escribirlo ahora, abuelito. Dice así: Mi alma se siente acariciada por los gatos y los gatos me quieren porque mis manos y mi alma los acarician.
    
     Todos se pusieron a aplaudir entusiasmados, incluso la Bruma que, ensimismada, no salió a recibir a los viajeros que acababan de llegar de Mombuey con el pan bajo el brazo y que en ese momento entraban por la puerta. También ellos se emocionaron hasta las lágrimas porque, en su ya larga vida, nunca habían visto aplaudir a los gatos. Martina se puso a llorar y se abrazó amorosamente con todos ellos.

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