Cela. Foto tomada de internet sin ánimo de lucro
El
pedo
Cuando la democracia española estaba aún en pañales
–allá por el año 1978-, se abrió una curiosa etapa en la que su señoría “el pedo”
estuvo en boca de todos los españoles. ¿Y quién fue el responsable de semejante
invasión estomatológica? Don Camilo José Cela, naturalmente. ¿Por qué? Por el
cuesco que se calcó en la Cámara Alta, donde era senador por designación real.
O sea que bien puede decirse que el suyo fue un pedo realmente parlamentario.
El senador republicano Lluís Maria Xirinacs, que era cura y hablaba en ese
momento desde la tribuna de oradores, interrumpió su discurso y miró
estupefacto a don Camilo. Pero este, lejos de arredrarse, lo toreó de este
modo: “Prosiga el Mosén”.
Tanto ruido se hizo de aquella ventosidad que yo
encontré una fuente de inspiración para escribir un poema escatológico. Lo
titulé así: “El pedo”. Sin adornos ni florituras. Con la correspondiente
dedicatoria, naturalmente. Tiempo después lo incluí en el libro "Mitad de
amor, dos cuartos de querencias" (1984)
y le mandé un ejemplar al autor de tan sonados vientos. Tan sonados eran
que, por entonces, competían en fama con sus reconocidas obras literarias:
Viaje a la Alcarria, La Colmena, La Familia de Pascual Duarte… Él tuvo la
gentileza de agradecérmelo por correo ordinario, que es como mejor correspondía,
añadiendo de postre estas palabras: “Uno, en su humildad, con la boca, las
manos, el culo y los cojones va haciendo lo que puede”.
Años después, en una cena con prestigiosas
personalidades, el Ilustre Gallego de Padrón volvió a las andadas y se tiró un zambombazo
que resonó en todo el local. Los comensales, sorprendidos, miraron
inquisitivamente hacia el lugar del acontecimiento. Tan insistentes fueron las
miradas, y tan reprobadoras, que una mujer que estaba al lado de don Camilo empezó
a ruborizarse a ojos vista. Pero el Gallego la tranquilizó de este modo: “No se
preocupe, señora, diremos que he sido yo”.
Se sospecha que hubo otras veces en las que el insondable
culo de Cela se extendió en alborozadas explosiones, pero yo no he llevado la
cuenta de sus ruidosos aires. Además, las dos que aquí se han expuesto se
bastan por sí solas para dar por sentada la contundencia de su aparatosa
artillería de retaguardia, donde tenía siempre a punto la munición y preparada
la dilatación del esfínter.
Dejo aquí el poema:
El
pedo
A
Camilo José Cela
En punto de la humana geografía,
llamado en los anales agujero,
no bien hubo existido lo sonoro
sonaba el pedo,
su olor nacía.
En punto de la humana geografía,
llamado en los anales agujero,
no bien hubo existido lo sonoro
sonaba el pedo,
su olor nacía.
Desde
ese mismo día,
los
gases, oprimidos por la mierda,
tomaron
la costumbre de anunciarse
con
ruido vaporoso.
Y
ocurre con tal fuerza
que
arrastran en sus pródigos vapores
vorágine
de olores
del
ojo rumoroso a la entrepierna.
Y
ya desparramados por la zona,
calando
la espesura de la tela,
se
mezclan con los vientos exteriores.
De
ahí lo usufructúan los presentes
-según
de su nariz las posiciones-
en
hálitos, vaharadas o raciones.
Y
dice la experiencia
que
el dueño de ese aire escandaloso,
por
otros denunciado –como es justo-
soporta
como puede su vergüenza,
mas
queda a gusto.
Del
libro Mitad de amor, dos cuartos de
querencias (1984)
JAJAJAJA. Qué más puedo decir!
ResponderEliminarHola, María Pilar: creo que dificilmente podrías rendir una mayor pleitesía. Gracias por tan abierta carcajada. Un abrazo
ResponderEliminarA ti Mariamo por ese humor tan erudito. Un abrazo.
EliminarCon estas estrofas, Estimado Mariano, queda palmariamente demostrado que el don del poeta es casi...casi ilimitado y que la inspiración puede aparecer aún desde el fenómeno fisiológico con menos prensa social. Tus humores y los honores (no confundir con olores, en este caso) poéticos que trasuntan tus versos, así lo evidencian. Y claro...Como no despedirme yo también con varios ja..ja. ...ja...! Va un abrazo argentino. Victoria
ResponderEliminarHola, Victoria: el pedo es una de las cosas ante las que la gente se echa para atrás. Y no me refiero a que con ello intente evitar los olores, lo cual sería comprensible, sino que generalmente lo rechaza como tema de conversación. Pasa lo mismo con la muerte. Y sin embargo, ambas cosas son tan naturales, tan humanas... ¿Tal vez demasiado humanas? Eso es lo que diría Nietzsche.
EliminarAnte semejante postura, lo mejor es tomárselo a risa, que es lo que María Pilar y tú habéis hecho y a lo que yo me apunto.
Gracias por el comentario. Un abrazo desde el Mediterráneo
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EliminarSe ha eliminado porque no tenía nada que ver con el post.
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