El Puig Campana. Vista desde El Charco, Villajoyosa
Los montes hay que
merecerlos despacio
Las prisas por llegar a la cumbre no suelen ser buenas consejeras. Esto lo aprendí de una
experiencia en el Salvaguarda, Benasque, monte señero que separa España de
Francia. Éramos jóvenes aún, pero los niños lo eran más y aceleraban el paso.
En un momento concreto superamos a una pareja de montañeros compuesta por un
señor mayor y un chico muy joven. Iban a ritmo de bypass, naturalmente. Y como
vieron que nosotros corríamos con la alegría de los principiantes, el señor
mayor nos dijo: “Anda como viejo y llegarás como joven”. Pero nosotros seguimos
a lo nuestro y les dejamos en los vagones de cola. Tengo que decir, no
obstante, que antes de llegar a la meta nos alcanzaron, pero ni ellos se
cargaron de razón ni nosotros entendimos el hecho como una derrota. La disculpa
la encontramos en los niños…
Pues bien, hace algunos años yo subí a la cima del Puig
Campana (1406 metros) con unos cuantos y buenos amigos. Lo hicimos por la
torrentera que puede verse de frente, cosa que aclaro por si a alguien se le ocurre subir, ya
que por detrás es más fácil. La subida no es excesivamente dura, pero conviene
tomársela con calma, aplicando la doctrina de aquel señor mayor del Pirineo
aragonés. Y, efectivamente, llegamos arriba como jóvenes. Además, aunque
hubiéramos llegado cansados nos hubieran rejuvenecido las vistas, que son
realmente impresionantes. Lástima que los ojos tengan también sus limitaciones.
De lo que aquel señor mayor no nos habló fue de la bajada,
que la hicimos por el mismo sitio. ¿Cómo? Cada cual a su aire, unos más rápido
que otros, como veremos. Es importante llevar un buen calzado, y algunos no lo
llevaban precisamente. Esta fue la razón por la que una compañera se acabó
torciendo un tobillo, lo que nos originó ciertos problemas, ya que la tarde era
avanzada y se echaba encima la noche.
La verdad es que yo me enteré de ello un poco tarde. ¿Por
qué? Pues veréis: en la parte alta de la torrentera empiezan (o acaban, según
se mire) unas pedrizas formadas por cantos de pequeño tamaño. Y yo, que soy
bastante cabra, vi pintiparada la ocasión para coger la moto y bajar a toda
pastilla. Así que me subí y puse la directa. Los pasos no eran pasos, eran
zancadas. Bajé la torrentera de cinco en cinco metros. Qué gusto. Llegué en un
santiamén, como es lógico. Tuve suerte, ya que no sufrí ningún tropezón. Luego tuve
que esperar a los otros y me pareció que tardaban demasiado. Casi era de noche.
De modo que volví hacia atrás para ir a su encuentro y al poco rato los vi. La
chica, apoyada en dos compañeros, venía a la pata coja. Traía en la mano una de
las zapatillas que no debió nunca calzar para subir a este monte,
extraordinario y gigante, al que hay que tener el necesario respeto. La cosa no
pasó de ahí, de todos modos. Los coches estaban ya cerca, oyendo los borbotones
de la Font del Molí, de Finestrat. Justo donde los habíamos dejado por la
mañana…
Mariano Estrada, www.mestrada.net
Paisajes Literarios (21-07-2016)
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