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jueves, 17 de marzo de 2022

Kiev: crónicas espontáneas (nº 3). El mercadillo, la cuesta de San Andrés...

 

Antonia, Rosa y Andrea, ante la Iglesia de San Andrés

Kiev: crónicas espontáneas.
Cronica 3.- El mercadillo, la cuesta de San Andrés, el Podol

Estábamos de mercadillo en la Cuesta de San Andrés cuando Antonio Barletti se presentó con un cubano al que nadie esperaba. Antonio es un oculista peruano (arequipeño) del que Antonia dice que soluciona muchos problemas relacionados con la Casa de los Niños (Dim Ditey). Él fue el que nos acompañó el primer día al chiringuito donde hicimos, por primera vez, el cambio de moneda. El cubano es boxeador y exhibe ante nosotros una nariz de goma.
    
- Si vienes de noche no te vemos –le dije yo, tendiéndole la sonrisa y la mano.
    
- A no ser que venga riendo –concluyó él sabiamente y exhibiendo una dentadura blanquísima.
     Se interesaron por lo que más me había gustado de Kiev hasta el momento.
     -Pues me ha gustado mucho Santa Sofía, La Lavra, San Miguel… -les contesté-. Pero más que todo eso me han gustado los ojos de las kievitas.

    
Se miraron con patente complicidad y decidieron incluirme en el club de los que se dejan atrapar por la mirada. Antonio mucho más, si cabe, por motivos de su profesión.

     -¿Y tú cómo caíste por aquí? –le pregunté yo al cubano.
     -Por la misma razón, mi amigo –dijo él con toda la franqueza del mundo-. Por los ojos de las chicas…Fíjate que me casé con una de ellas…

    
-Esos ojos han arruinado a muchos hombres occidentales –dejó caer luego Antonia, con una suavidad aterciopelada. (Afirmación que, con todo su terciopelo, daría para un grueso debate sobre la organización social de los ucranianos).

     Tal como las mujeres decidieron, empezamos el día visitando la Iglesia de San Andrés, cuyas cúpulas de color verde oscuro rematan adecuadamente la inmarcesible claridad de las fachadas. Iba con nosotros Andrea, una estudiante muy joven, arequipeña también, como su tío Antonio, y tan dulce como las colmenas que veríamos después en los verdes hortales de un Monasterio cismático. En San Andrés había boda. ¿Boda? Había por lo menos tres bodas, cuatro bodas, cinco bodas… Yo que sé, en menos que canta un gallo vimos por lo menos diez bodas. En una de ellas, al cubano y a mí nos eligieron para dirigirles unas palabras a los novios en nuestro idioma de origen. Vieja costumbre, añadieron. Y yo pensé en el actor José Luís López Vázquez. El cubano quiso aclarar que él era de Cuba y yo de España.
     -Pues tú se las dices en cubano y tu amigo en español –le contestó el liante, que era un ucraniano con cámara de vídeo.
      Y ya nos veis a nosotros, en medio de una fiesta que no era la nuestra, sin nada que decir y sin que los novios entendieran ni papa.
     -¿Español? -me dijo a mí la novia-, y se le iluminaron los ojos, esos ojos por los que afortunadamente aún se pierden los hombres.
     Yo le dije que sí, y me lancé a un discurso que no quisiera oír repetido y que el liante ucraniano ha dejado grabado para la posteridad. Al terminar, sonaron unos aplausos agradecidos, pero nadie dijo “olé”, por lo que acaso, deduje, no me viera nadie como torero.

Andrea, ante la escultura aludida en el texto

No creo que puedan extraerse conclusiones, pero, a juzgar por lo que vimos, los jóvenes ucranianos no esperan a que sus padres los echen de casa. “Son unos críos”, le dije yo a Rosa, y ella sonrió mientras asentía, tal vez porque, cuando nosotros nos casamos, ella apenas contaba con 18 años. Pero eran otros tiempos. Ahora, en España, los jóvenes retrasan tanto la boda que un día van a juntarla con la separación, en la puerta de atrás de las iglesias, de las alcaldías o de los juzgados.

Con el viejo músico del acordeón

     A propósito, andaba por allí un viejo músico con acordeón, embutido en un gastado traje folklórico, que daba la sensación de que se autoinvitaba a todas las bodas. Cantaba canciones folklóricas ucranianas, pero se negó rotundamente a atender nuestra petición de que cantara alguna rusa: Ochichornia, Korobuska, Kalinka…. Tenía un gorro acorde con el traje y un bigote denso, le faltaba algún diente, pero mostró su dignidad con una convicción a prueba de bomba. “Niet Russian”. “Niet Russian”… Me senté junto a él y Barletti nos hizo una foto. Él nos dejaba que hiciéramos, pero no mostraba mucho entusiasmo con nosotros. No obstante, un poco después se sentó a su lado una chica y al hombre se le escaparon los labios hacia un ruidoso beso ¡Muaaaaa…! Un beso cuya reverberación se extendió por toda la plaza
     -¿Qué tendrán las chicas, mi amigo? –me espetó por detrás el cubano-. Pero era una pregunta innecesaria y retórica.
     -Tienen un imán, hombre, tú lo sabes muy bien.

Dos kievitas y sus ojos en el mercadillo de la Cuesta de S.Andrés

     Siguiendo la corriente de los novios, y de los turistas en general, nos hicimos fotografiar con los personajes principales de la película “Corriendo detrás de dos liebres”, que estaban allí, a nuestro lado, inmortalizados en bronce. Se trata de una escultura, de tamaño mayor que el natural, apoyada directamente sobre la acera. Una pareja famosa, ella rica, él joven y guapo. La otra liebre la pone la imaginación. No sé, a mí me ha recordado un tanto a Romeo y Julieta, pero en plan folletinesco. Y con cuernos. Al bronce le ha salido brillo en los lugares a los que los novios y los turistas se agarran mientras otros les toman las fotografías…

Una de las bodas fotografiéndose en la escultura aludida en el texto

Comimos en un restaurante cuyo dueño era un francés muy simpático al que conocía Antonio Barletti. Las mujeres quisieron seguir en el mercadillo, donde, por cierto, los objetos expuestos en los tenderetes se repetían de forma absolutamente inmisericorde. A petición mía, los hombres fuimos a la caza del tilo de los 400 años, que está frente al Museo de la Historia de Ucrania, un edificio desposeído de belleza cuyo color, el gris, no transmite en Ucrania muy buenas sensaciones. Hicimos la foto junto al tilo al tiempo que oíamos a una guía turística el cuento de las almas en pena, que dicen que circulan por allí, por los alrededores. “Las almas en pene”, le dije yo al cubano y éste se partía de la risa…

El tilo de los 400 años

     Marina nos explicó que, durante las Fiestas de Kiev, a finales de mayo, los pintores organizan en la Cuesta de San Andrés unas exposiciones que ya forman parte de la tradición de la ciudad. Hay actos culturales y conciertos que se vienen a sumar a las actividades de las galerías y tiendas de artesanía y antigüedades que abundan en la zona. Por eso le llaman el Montmartre de Kiev, como ya hemos dicho.
     - Pues yo llevo en Kiev cinco años -dijo el cubano, y aún no había estado por aquí. Si no llega a ser por ustedes…
     Nos informan de que Jesús, el fotógrafo vasco, ha tenido problemas y no le han dejado pasar a la central de Chernobil. De momento se ha quedado en el pueblo, a 10 o 15 km., intentando conseguir los permisos que le fueron denegados en Kiev. Él tenía claro que podía burlar la vigilancia. Pero lo cierto es que no sabe muy bien con quién se juega los cuartos… ¿Los cuartos? Sí, Mariano, con plata se compra aquí todo, lo que pasa es que el vasco no tiene…
     Bajando hacia el Podol, vimos el castillo de Ricardo Corazón de León, así como la casa (ahora ya museo) donde el escritor Bulgakov ubicó a los personajes de “Los días de la familia de Turbín”, según nos fue explicando Marina; luego vimos un pequeño teatro, cuyo nombre ya no recuerdo, otra Iglesia, la plaza de Los Contratos, donde se ubica la casa del mismo nombre, el viejo edificio de la Academia, un grupo musical tratando de ganarse unas grivnias en la calle, una movida de jóvenes relativamente occidentalizada y algún que otro borracho solitario que caminaba directamente hacia el vómito. Era ya entrada la noche. Por eso no vimos el Dnieper, que bordea el Podol con una anchura gigante y caudalosamente mansa.
     En todas partes he visto que se bebe. En Kiev es relativamente normal ver a la gente con una botella de cerveza en la mano, incluidas las mujeres. Andando por la calle y a cualquier hora del día…

Rosa, ante las rosas del Monasterio Cismático, Jardín Botánico.


Monasterio cismático Vydubychi, parque Botánico

Mariano Estrada, septiembre de 2005

 

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