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domingo, 15 de marzo de 2020

Viaje a la soledad


Rosa
Viaje a la soledad

Si hablamos de la soledad tendremos que poner algún que otro adjetivo, ya que a la soledad le pasa como al colesterol, que hay una mala y otra buena, una amada y otra temida, una de cárcel y otra de libertad. Ello no es óbice para que puedan convivir simultáneamente en una misma persona. De hecho, yo viví un tiempo en el que creí beneficiarme de una a la vez que me sentía lacerado por la otra. Quedó expresado así:

Tengo dos soledades,
una es de muerte,
otra de vida.
Por las dos, solitaria,
corre mi sangre.
Yo soy la herida.

De todos modos, el poema que dejo hoy aquí no entra a analizar la soledad, sino que se limita a describir un camino, tal vez un proceso, por el que vamos justamente hasta su puerta. Eso sí, queda claro que la soledad a la que se refiere es precisamente aquella de la que queremos huir. Y da a entender que es fría y amarga.

Es obvio, no obstante, que a la soledad se puede llegar de otras formas y por otros caminos. Al que aquí nos referimos es al camino del amor. Y, más concretamente, del amor que llamamos de pareja, ese en el que aún nos empeñamos en creer, a pesar del abrumador desmentido de las estadísticas.

Un abrazo

Viaje a la soledad

Ya no sé si los besos
que olían a jazmín
y a lluvia remansada
destilaban azúcar o delirio.

Solo sé que eran brotes
del alba, tintineos de la luz
en primaveras
recién amanecidas. 

Ya no sé si los labios
eran pozos de sed o
territorios de luna y de belleza. 

Tampoco estoy seguro
de que un beso de amor
sea en sí mismo una victoria. 

Solo sé que, al marcharte,
escribiste en las lágrimas
un nombre, un tiempo, una frontera.
Y que a mí me dejaste en la memoria
el ansia inagotable del deseo,
el espejismo estéril
de la esperanza y del abrazo. 

Pero te quiero, amor, aunque la vida
me pague con tormentas
de atronadora soledad. 

Mariano Estrada. Del libro Gotas de hielo (2011)

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