Montiboli, Villajoyosa. Foto Mariano Estrada
Limoncillos verdes
Cuando uno está
enamorado, los limones vulgares se convierten en limoncillos verdes. A lo mejor
vosotros, en mi lugar, hubierais visto en los labios de vuestras novias naranjas,
ciruelas o albaricoques, pero lo cierto es que los diminutivos de esas frutas
no lucen con la misma gracilidad. ¿Naranjitas? ¿Ciruelitas? ¿Albaricoquitos?
Por favor, dejad ahí las manzanas, los aguacates, los melocotones… No tienen un
buen diminutivo para colgar de unos labios de encendida carne. Coged los
limoncillos verdes, os lo ruego. Colgando de unos labios de imanes enrojecidos no
se conciben las paraguayas, los caquis, los higos, las brevas, las peras, las
papayas, las chirimoyas…
-¿Solo los
limoncillos verdes?
-¿Solo? ¿Y para
qué quieres más, si al morderlos te alimentas, te ríes, te justificas, te
satisfaces, te ilusionas, te emocionas… y sacias, en resumen, el gusanillo de
la sed?
-Yo siempre he creído
que en los labios del amor las que mejor encajaban eran las fresas o las
cerezas.
-Y es cierto. Pero
no asumen fácilmente el arrumaco del mimo. Fresas y cerezas, fantástico.
Alcánzalas, cógelas y cómelas. Te sabrán a azúcar de caña, o a miel de las
abejas o a esencias de regaliz. Pero no les llames fresitas y cerecitas, que
perderán todo su encanto. El encanto del mimo lo da el atrayente diminutivo
diminuto… ¿O es que de unos labios perfectos pueden colgar cerecitas, frambuesitas,
grosellitas, nectarinitas o fresitas? No. Solo pueden colgar limoncillos verdes.
-Anda, pues es
verdad. Ya los estoy viendo yo en los labios de mi novia…
-¿Pero tú tienes
novia?
-No, pero aquella
que quiera serlo tendrá que llevar en los labios limoncillos verdes. Y si me
apuras un poco tendrá que haber nacido, necesaria e imprescindiblemente, en los
entornos alimonados de la calle Limones.
-¿De Villajoyosa?
-De Villajoyosa,
de Benidorm, de Playa Blanca, de Alicante, de Constantina, de Almería, de
Manzanal de los Infantes…
-En Manzanal no
habrá limones con calle, supongo… En todo caso, manzanas.
-¿Y qué
importancia tiene ese matiz a los efectos de que una calle se llame limones o a
los otros efectos de que una chica los lleve en las comisuras de los labios o
en el centro neurálgico de la boca?
-Ninguna, por
supuesto.
-En tal caso, que
corra la limonada verde. ”Y anem tots a
la festa”.
Limoncillos verdes
De tus labios
cuelgan
limoncillos
verdes.
En mi cara hay
ojos
que los miran
ternes.
Agridulces cosas
las que van y
vienen,
de los zumos
agrios
a las dulces
mieles.
Las que van
delante
tiran como bueyes;
las de atrás se
arrastran
y las dos padecen.
Solo las de en medio,
repetidamente,
cogen de tus
labios
limoncillos verdes
Limoncillos
verdes.
Gotas de tu sangre
que en mis ojos
duermen.
Del libro El cielo se hizo de amor (1986)
Mariano Estrada,
31-08-2016
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