Será el próximo sábado, día 28 de febrero, a las 19,30
horas, en el Centro social Llar del
Pensionista de Villajoyosa. Seréis muy bien recibidos.
Dejo aquí un pasaje de El
alero, uno de los relatos del libro.
Fragmento de El alero (1979)
...Faustino había perdido el
contacto con la realidad. Sus ojos se habían sumido en ese estado del sueño que
no participa en absoluto de la consciencia, en ese estado profundo que no
participa siquiera de la virtualidad, de las imágenes, ese estado próximo a la
muerte.
De ahí, de esa nube blanca, fue recuperado tras leves instantes para la representación de los sueños. Y soñó, soñó. Volvió a la virtualidad de los espejos para verse carne incapacitada para las últimas comprensiones. Se vio en una forma de realidad caprichosa...Se vio incorporar sobre sus pies, penosamente, para arrastrarse hacia el alero. Se vio resbalar, caerse…Vio que su cuerpo se deslizaba sobre las tejas y, poco a poco, traspasaba por fin la línea del alero por el lateral del poste metálico. Pero su cuerpo no iba a ser recibido aún por la calle, porque su cuerpo se volvió prisionero de su chaquetón y este fue atrapado por la interposición azarosa de la materia: una de las palomillas que sobresalían de la base del poste de la luz, el cual se hallaba anclado a la pared y estaba reforzado por una especie de barras que tenían unos ganchos apuntando hacia el cielo. ¿Protectores? ¿Salvadores? De ahí quedó colgado Faustino después de traspasar el alero. ¡Después de traspasar el alero! Nunca lo hubiera creído, Temblaba. Temblaba su corazón, su biología, pero se sentía paradójicamente pacificado, sin miedo en los pensamientos, sin deseos tampoco de precipitarse hacia la inmolación en aquella especie de viaje intervenido.
De ahí, de esa nube blanca, fue recuperado tras leves instantes para la representación de los sueños. Y soñó, soñó. Volvió a la virtualidad de los espejos para verse carne incapacitada para las últimas comprensiones. Se vio en una forma de realidad caprichosa...Se vio incorporar sobre sus pies, penosamente, para arrastrarse hacia el alero. Se vio resbalar, caerse…Vio que su cuerpo se deslizaba sobre las tejas y, poco a poco, traspasaba por fin la línea del alero por el lateral del poste metálico. Pero su cuerpo no iba a ser recibido aún por la calle, porque su cuerpo se volvió prisionero de su chaquetón y este fue atrapado por la interposición azarosa de la materia: una de las palomillas que sobresalían de la base del poste de la luz, el cual se hallaba anclado a la pared y estaba reforzado por una especie de barras que tenían unos ganchos apuntando hacia el cielo. ¿Protectores? ¿Salvadores? De ahí quedó colgado Faustino después de traspasar el alero. ¡Después de traspasar el alero! Nunca lo hubiera creído, Temblaba. Temblaba su corazón, su biología, pero se sentía paradójicamente pacificado, sin miedo en los pensamientos, sin deseos tampoco de precipitarse hacia la inmolación en aquella especie de viaje intervenido.
Su cuerpo colgante giraba
involuntariamente hacia un lado y hacia otro de la palomilla. Ahora veía el
perfil de las tejas, después la casa de enfrente y de nuevo el perfil de las
tejas, por el lado contrario. No sabía qué hacer, no sentía deseos de hacer.
Nada podía hacer. El chaquetón le apretaba las axilas, pero Faustino no pensó
en su resistencia, ni en la resistencia de la palomilla ni del poste que
aguantaba su peso. Miró a la calle, a la soledad nocturna y completa de la
calle. Percibió un profundo silencio y una densa ausencia de vida.
Miró a la farola de la
esquina, aquel círculo de luz donde no hacía mucho había estado detenido unos
momentos con una bien diferente presencia de ánimo. Miró hacia la otra calle,
la que se originaba en el cruce de la farola, la prolongación de su calle amada
y pendiente; era una calle distinta: ancha, lujuriosa en escaparates y mimada
por mármoles y bancos, engreída, quizás pagada de sí misma, con un recuerdo
pobre de naturaleza: unos árboles sin hojas, con muñones retorcidos por la
arbitrariedad o el capricho del crecimiento, mutilados por la tijera según los
saberes del podador.
Al final de esta calle, entre
esos bellos troncos desnudados de la hoja, apareció una figura que vino a
sorprender a Faustino; una figura no identificable, humana, que rompía la
soledad y contradecía levemente las sensaciones que Faustino acababa de tener,
al confirmar por sí sola la existencia de la vida.
Faustino clavó los ojos en ella; su paso era lento, o al menos lo parecía. Borrosamente, se ocultaba tras los troncos de los árboles y de nuevo reaparecía, una y otra vez. Tardaba. Faustino se olvidó de sí mismo, de su incomprensible postura, de su acaso ridícula postura para unos ojos extraños, para un entendimiento sin participación en la particularidad e intimidad de un ser, de un hombre, de una vida.
Faustino clavó los ojos en ella; su paso era lento, o al menos lo parecía. Borrosamente, se ocultaba tras los troncos de los árboles y de nuevo reaparecía, una y otra vez. Tardaba. Faustino se olvidó de sí mismo, de su incomprensible postura, de su acaso ridícula postura para unos ojos extraños, para un entendimiento sin participación en la particularidad e intimidad de un ser, de un hombre, de una vida.
La figura, poco a poco más
perceptible, miraba hacia el suelo y, efectivamente, caminaba con lentitud;
parecía ajena a la materialidad de la calle, sumida en profundos laberintos.
Hubiera resultado incomprensible que se hubiera detenido para mirar
escaparates, hubiera resultado incomprensible cualquier otra forma de
comportamiento.
Era una figura atrayente, su visión resultaba majestuosa, sin duda se le podía atribuir una auténtica profundidad en sus cavilaciones, una enajenación total del mundo físico por el que se movía, un ensimismamiento del que solo podía salir por una intervención exterior.
Era una figura atrayente, su visión resultaba majestuosa, sin duda se le podía atribuir una auténtica profundidad en sus cavilaciones, una enajenación total del mundo físico por el que se movía, un ensimismamiento del que solo podía salir por una intervención exterior.
Se estaba aproximando a la
farola de la esquina; ya se podía percibir con nitidez su figura de hombre, la
figura acostumbrada de un hombre con abrigo. Se detuvo en el cruce, miró hacia
la calle pendiente. Los ojos de Faustino esperaban el encuentro, el inevitable
encuentro con los ojos de la figura. Esta pareció salir de pronto de la estampa
bella con que veía. Involuntariamente hizo un ademán de extrañeza y se quedó
mirando a Faustino.
-No es posible –musitó levemente-. Mis ojos no ven lo que ven, mis ojos son engañados por esta imaginación caliente y mía.
-No es posible –musitó levemente-. Mis ojos no ven lo que ven, mis ojos son engañados por esta imaginación caliente y mía.
Sacudió la cabeza, pero no
había duda: había un hombre insólitamente colgado de no sabía qué, de no sabía
de dónde. Se fue acercando a él sin dejar de mirarle a los ojos, unos ojos
donde acaso esperaba descubrir de pronto la muerte. En su cara no se apreciaba
ninguna expresión.
-¿Muerto? –se dijo.
-¿Muerto? –se dijo.
Y cruzó por delante de él sin
dejar de mirarle; o, mejor dicho, mirándole con numerosas interrogaciones,
intensamente desconcertado. El cuerpo aún giraba levemente de un lado hacia el
otro. La figura volvió sobre sus pasos y, siguiendo aquel movimiento, se acercó
con la mirada insistente hasta que, por fin, comprobó la existencia de vida.
-Hermano –exclamó-, cuarenta y siete millones de experiencias se asombran conmigo. ¿Cómo has llegado hasta ahí?
-A lomos entre lo que tiene realidad y no es y lo que es pero no se concibe –replicó el Alero-. Soy adelantado de los que tienen pensamientos acuciantes de pasar el ecuador, pero asoman el sombrero para que se confundan las amenazas. Yo he sustituido el sombrero por la cabeza. Cada experiencia, cada experimento exige un imbécil que haga el recado sin pagarle; el recado es poner la mejilla o ir directamente a la muerte. Y si el tonto es voluntario, mejor que mejor.
-Pero el mundo solo extrae consecuencias de lo aparente –replicó la Calle-, lo que queda por detrás le es incomprensible y, en todo caso, no le interesa. Esa realidad la vive solamente el que lleva la china, tondo o muerto. Pero hay diversas chinas con las que cargan diversos hombres de diversas formas y por diversos caminos. A ti te ha tocado el alero, a este la barbera, a aquel la sobredosis, al otro un puente romano en un puente tambaleante de fin de semana… Aquí me ves a mí, por ejemplo, adelantado sin empleo, a quien rondan muchedumbres desconocidas para colgarle el cayado que le ha de enfrentar con el lobo. Aún no en encontrado el camino por el que a veces me parece que me han de enviar con mensajes sin respuesta. Porque el fin, el misterioso círculo del fin, solo ha de ser conocido por mí, si acaso lo penetro.
-Voy a imaginar –dijo el Alero- que te andan preparando la madera. ¿Qué lugares conoces, qué cosas has visto o vivido que no puedas arrancarte de los ojos ni del alma, increíbles e inexplicables hasta el punto de que pueden pasar desapercibidas, incomprensibles e inalcanzables para tus electores? ¿O hay que ser un loco, como yo, para penetrar en mundos sin comunicación, acaso inexistentes, donde todo vive sin sucesión de tiempo ni relación de espacio? ¿Hay hombres allí, o solo hay sensaciones, presentimientos sin formas, modos de esencia-permanencia sin necesidades de cuerpo, conformaciones perceptibles e invisibles, densidades de inteligencia?
-Hay de todo y de nada –respondió la Calle-. Hay cosas que se ven y son incomprensibles totalmente mediante solo los ojos; y también se palpan, pero las manos no pueden cogerlas en su totalidad y separarlas del medio, porque también se sienten y se oyen… Son cosas que invaden. Ningún sentido humano puede explicarlas porque solo son comprensibles universalmente, en un solo tiempo y en su totalidad. Cualquier verbo de nuestro de nuestro vocabulario, amén de los infinitos que puedan existir y aún no se conocen o sospechan, está inmerso allí, sin formas definidas, sin tiempos para conjugar y todos conjugados, significándolo todo cada uno y sin que nada signifique separadamente. Nada conocido te puedo indicar que resulte remotamente comparable; acaso se aproxime, pero solo en cierto modo, la sensación que a veces tienen los que viven sobre la raya de los abismos, cuando la pasan hacia el lado de lo que suele llamarse locura. Yo he traspasado esa raya más de una vez; yo me he visto al tiempo en el otro lado y en este, y no hubiera sido completa una definición del de acá sin recoger las variaciones, a veces totalmente contradictorias, del de allá. El uno es mentira sin el otro, pero de ambos en uno también se harían incomprensibles las definiciones.
-¿Y quién te estorba el camino para conseguir ese empleo? –preguntó el Alero-. Los hay que han comprado la gracia por menos lentejas...
-Hermano –exclamó-, cuarenta y siete millones de experiencias se asombran conmigo. ¿Cómo has llegado hasta ahí?
-A lomos entre lo que tiene realidad y no es y lo que es pero no se concibe –replicó el Alero-. Soy adelantado de los que tienen pensamientos acuciantes de pasar el ecuador, pero asoman el sombrero para que se confundan las amenazas. Yo he sustituido el sombrero por la cabeza. Cada experiencia, cada experimento exige un imbécil que haga el recado sin pagarle; el recado es poner la mejilla o ir directamente a la muerte. Y si el tonto es voluntario, mejor que mejor.
-Pero el mundo solo extrae consecuencias de lo aparente –replicó la Calle-, lo que queda por detrás le es incomprensible y, en todo caso, no le interesa. Esa realidad la vive solamente el que lleva la china, tondo o muerto. Pero hay diversas chinas con las que cargan diversos hombres de diversas formas y por diversos caminos. A ti te ha tocado el alero, a este la barbera, a aquel la sobredosis, al otro un puente romano en un puente tambaleante de fin de semana… Aquí me ves a mí, por ejemplo, adelantado sin empleo, a quien rondan muchedumbres desconocidas para colgarle el cayado que le ha de enfrentar con el lobo. Aún no en encontrado el camino por el que a veces me parece que me han de enviar con mensajes sin respuesta. Porque el fin, el misterioso círculo del fin, solo ha de ser conocido por mí, si acaso lo penetro.
-Voy a imaginar –dijo el Alero- que te andan preparando la madera. ¿Qué lugares conoces, qué cosas has visto o vivido que no puedas arrancarte de los ojos ni del alma, increíbles e inexplicables hasta el punto de que pueden pasar desapercibidas, incomprensibles e inalcanzables para tus electores? ¿O hay que ser un loco, como yo, para penetrar en mundos sin comunicación, acaso inexistentes, donde todo vive sin sucesión de tiempo ni relación de espacio? ¿Hay hombres allí, o solo hay sensaciones, presentimientos sin formas, modos de esencia-permanencia sin necesidades de cuerpo, conformaciones perceptibles e invisibles, densidades de inteligencia?
-Hay de todo y de nada –respondió la Calle-. Hay cosas que se ven y son incomprensibles totalmente mediante solo los ojos; y también se palpan, pero las manos no pueden cogerlas en su totalidad y separarlas del medio, porque también se sienten y se oyen… Son cosas que invaden. Ningún sentido humano puede explicarlas porque solo son comprensibles universalmente, en un solo tiempo y en su totalidad. Cualquier verbo de nuestro de nuestro vocabulario, amén de los infinitos que puedan existir y aún no se conocen o sospechan, está inmerso allí, sin formas definidas, sin tiempos para conjugar y todos conjugados, significándolo todo cada uno y sin que nada signifique separadamente. Nada conocido te puedo indicar que resulte remotamente comparable; acaso se aproxime, pero solo en cierto modo, la sensación que a veces tienen los que viven sobre la raya de los abismos, cuando la pasan hacia el lado de lo que suele llamarse locura. Yo he traspasado esa raya más de una vez; yo me he visto al tiempo en el otro lado y en este, y no hubiera sido completa una definición del de acá sin recoger las variaciones, a veces totalmente contradictorias, del de allá. El uno es mentira sin el otro, pero de ambos en uno también se harían incomprensibles las definiciones.
-¿Y quién te estorba el camino para conseguir ese empleo? –preguntó el Alero-. Los hay que han comprado la gracia por menos lentejas...
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
Ups.. No se va...
ResponderEliminarPero la paloma llega que llega...
Precioso escribes !
ResponderEliminarConfirmo mi asistencia como paloma.... Paloma negra como la canción...
Hola, Ángela: voy a reservarte un asiento por si en algún momento te cansas de revolotear. No necesitas que te diga cual és, lo sabrás en cuanto entres en la sala.
ResponderEliminarGracias y un abrazo