Foto tomada de internet sin ánimo de lucro
Queridos amigos:
Tal vez este pequeño artículo se comprenda mejor ahora, cuando las dificultades nos han abierto los ojos, que en febrero del 2007, cuando la exuberancia del bosque no nos dejaba ver el desierto que se abría ante nuestras propias narices.
Un abrazo
La caída del guindo
Tengo el alma caída. ¿De dónde? ¿Y vosotros me lo preguntáis? De un guindo. La tenía allí hace tiempo, protegida del mundo, pulcramente instalada sobre un nido de tórtola que, por insignificante, respetaban los transeúntes que pasaban constantemente por el camino, porque habéis de saber que yo vivía en un guindo junto al camino ¿Y qué camino es ése por el que pasaban tantas almas que no te veían? Sí me veían, pero, como digo, respetaban mi soledad y mi independencia… Ya sé, ya sé que era una forma de ignorarme. Caminaban de prisa, con los ojos cargados de lujuria ¿De lujuria? ¿No querrás decir de avaricia? Sí, de avaricia y de lujuria, que ambas se juntan en los ojos abocados a la depredación.
Yo les gritaba y les gritaba: “Eh, amigos, por ahí no vais bien, ese camino sólo os lleva a territorios sobresaturados y adormecedores, donde la vida se hace enfermedad y se adocena y el alma muere de hartura. Vais a convertiros en una bola de grasa, una enorme bola de grasa sobre la que se multiplicarán después los gusanos” ¿Y este tío que dice? -me hubiera gustado que me dijeran-. Pero sólo se reían entre dientes y sus labios, tal vez, murmuraban a los botones de sus camisas: ¿qué es eso que me zumba en el oído, un mosquito? Y a mí me daba un coraje tan grande que a punto estuve en repetidas ocasiones de darme de morros contra el suelo “Eh, amigos, no os dejéis atrapar por el engaño, no bajéis a ese valle en el que poco a poco os hundiréis y perderéis la diversidad de la vista ¿No veis que allí no hay lontananza ni perspectiva ni riqueza, sino carnaza que vosotros mismos convertiréis en carroña y en desierto? ¿En desierto? ¿Qué digo? El desierto tiene esperanzas y horizontes, en ese valle al que vais sólo hay primeras impresiones y soledad, que es el muro en el que se estrella el arrepentimiento, porque habéis de saber que no hay camino de vuelta, sino una larga desesperación. Es cierto que llegaréis a un oasis donde habrá abundante comida, pero, ¿qué haréis después de comer, sino comer nuevamente y entregaros a la lujuria y a la pereza? Oye, muchacho, tú, que eres joven y luces esos gestos joviales y esa aparente despreocupación que te hace soñador e inteligente: allí abajo no se puede soñar, allí sólo se come y se bebe…” ¿Se bebe? –pensé que iba a decirme, pero sólo fue una apreciación preventiva-…Vaya, esto está chungo de veras, si un joven no detecta estas vaharadas de aliento espirituoso, es que no me oye ni Dios.
Por eso tengo el alma caída. Ahora estoy en el suelo y sé que no podré subir nuevamente a la higuera ¿La higuera? Hasta hace poco era un guindo, ¿en qué quedamos? Es igual, ya no puedo volver a mi pequeño nido de paja, sobre el que todas las advertencias se amortiguan y languidecen ¿Para qué he gritado tanto durante todos estos años? ¿Sólo para que Munch me retratara? Voy a salir al camino para que las muchedumbres me pisen. No quiero vivir más en este guindo olvidado, cuyas flores primaverales, sobre las que ya no se posan las abejas, son también del olvido ¿Flores, dices? Pero si es un guindo seco, ¿es que no lo ves? Sí lo veo, sí, ahora lo veo perfectamente. Voy a salir al camino para que la gente me atropelle y me sepulte ¿El camino, la gente? Eres un ser verdaderamente obsoleto. Hemos cruzado los umbrales del postmodernismo ¿y tú estás hablando de flores, de caminos y de gente que los transita? El camino al que te refieres es una moderna autopista por la que la gente no anda por su pie, sino que “circula” en sus lujosos carruajes y a una tremenda velocidad ¿Y adónde van, si puede saberse? Es un capricho que tengo antes de entregarme a la abrasión de sus enormes ruedas de goma ¿Adónde van, dices, alma ingenua e insulsa? Al valle que tú tan bien has descrito, lo que pasa es que cada vez tienen más prisa en llegar, no se sabe porqué. Tanta prisa tienen que algunos ya ni llegan. Si te olvidas del guindo y abres bien los ojos, tú mismo puedes ver su juventud interrumpida por innumerables accidentes de circulación y su carne desparramada en multiplicados amasijos de chatarra. Y ahora súbete al guindo de tus sueños y, si puedes, dile a la gente que se detenga…
Mariano Estrada, incluido en el libro Corrupción: los perniciosos socavones de la carcoma (2014)