Foto tomada de internet sin ánimo de lucro
Recordando a Cela
Un día como hoy, 11 de mayo, pero de 1916, desembarcaba en Galicia un niño del que nadie sabía la guerra que iba a dar en el mundo, que ha sido mucha. Sin embargo, se diría que sus padres algo intuyeron, ya que le dotaron de esta gavilla de nombres: Camilo José Manuel Juan Ramón Francisco de Gerónimo Cela Trulock. Lo de Cela Trulock parece un chiste, después de esa sucesión nominal, tan larga como una reata de mulas. Sin llegar a igualarla, me recuerda la de un compañero de residencia de Madrid cuyo padre tenía una fijación patológica con los romanos. Tanta que dejó en el futuro de su hijo una fuente de la que manaban borbotones de risa:
-¿Cómo has dicho que te llamas, Chaval?
-Me llamo Quinto Septimio Florente Tertuliano García Vega.
-¿Y dices que a tu padre le gustan los romanos?
-Eso digo, sí.
-¿Y no será tu padre una reencarnación de alguno de ellos?
Los nombres son exactamente gloriosos, pero el remate de los apellidos es sencillamente genial. ¿No quieres caldo? Dos tazas. García Vega. Dos hermosas tazas.
Cela fue un escritor celebérrimo, prolífico y controvertido que no dejaba a nadie indiferente. Digamos que nació en Padrón y que salió picante. Le dio esplendor a la lengua, de la que fue un ilustre académico, a pesar de que la suya, en ocasiones, era un vendaval escatológico.
Dejo aquí un artículo con algunos datos informativos y algunas opiniones personales. También dejo uno de los poemas que le dediqué en su día en mi primer libro. Por cierto, ayer llegó el último a mis manos. Se llama “Gotas de hielo” y pronto estará en las librerías.
Un abrazo
Recordando a Cela
La primera vez que yo oí hablar de Cela fue en el curso 61-62, si no me traiciona la memoria. Yo estaba entonces estudiando en un internado de dominicos llamado Fundación Virgen del Camino, de León. A Cela lo nombró un compañero como al desgaire. Creo que era asturiano (aunque no descarto que fuera gallego), y el profesor, el padre Eduardo, se vio tan sorprendido que aquello concitó mi interés.
-¿Y de qué conoces tú a Cela? –le preguntó al guaje.
-Pues no sé, de oírselo a mi padre, me parece.
El padre Eduardo, que nos leía en clase “El puente sobre el río Kwai”, entre otros tochos, nos ponderó tanto a don Camilo José Cela que a mí no me sorprendió en absoluto su posterior popularidad en España. Si lo había dicho un fraile, iba a misa. Tampoco me sorprendió mucho cuando en 1989 le dieron el Nóbel, lo que obligó, por cierto, a que unos años después (1995) le dieran también el Cervantes, que políticamente se le resistía, como es notorio y sabido. El Príncipe de Asturias lo había recibido ya en el 87.
Lógicamente, a Cela lo leí en cuanto pude. O, mejor dicho, en cuanto quise, pues lo mismo que un tiempo me dio por leer a borbotones y leí hasta “El Criterio” de Balmes o “El Contrato Social” de Rousseau, hubo un tiempo anterior durante el cual no solía leer ni Mafalda. Por el contrario, me dedicaba a vivir. Madre de Dios, ¡y qué hermosa era la vida!
Lo primero que leí de don Camilo no fue La Colmena, ni la Familia de Pascual Duarte, ni Viaje a la Alcarria. Creo recordar –aunque tampoco estoy muy seguro- que fue un libro menor, con el que me desternillaba de risa y cuyo título ahora no recuerdo. Tampoco era “Garito de hospicianos”, ni “Timoteo el incomprendido y otros apuntes carpetovetónicos” ¿Sería, tal vez, “Historias de España. Los ciegos. Los tontos”? Tal vez, pero no puedo jurarlo. ¿Y por qué lo vas a jurar, hombre de Dios, si nadie te lo pide y, como bien dijo Borges, todo juramento es un énfasis? No jures. Continúa.
En fin, luego leería esos libros y otros, como “Mazurca para dos muertos”, que me gustó bastante bastante, incluso mucho mucho. O como “Cristo versus Arizona”, con el que acabé al borde del ahogo. O como “La Cruz de San Andrés”, que es la mayor cagada que he tenido el gusto de abandonar a media lectura. Se trata de un libro malo de solemnidad por el que, no obstante, en 1994 le dieron el Planeta. Menos mal que era un plagio, o pudo serlo, que no sé yo aún si han dictado sentencia los jueces.
Lo último que leí de este gallego universal y genio de las letras, tan venerado como criticado y odiado –odiado por su oficio de Censor en determinada época del franquismo- fue “Madera de Boj”, un libro con el que Cela, sin dejar de ser quién era y manteniéndose fiel a su estilo, se aproximó por momentos a la lírica. Y ello a pesar de que el tema tiene un fondo luctuoso, además de un fondo marino. En realidad es un recuento de muertos en la procelosa y mágica y nunca bien ponderada Costa de la muerte.
Durante los primeros años de la Transición, Cela se significó mucho en determinados medios de Comunicación, como la Revista Interviu, en los que levantó encendidas polémicas con ciertos artículos que algunos tildaban de groserías. También se significó en el Parlamento, donde era senador por designación real. Dicen las malas lenguas que allí se calcó un cuesco de arte mayor, vamos, así como arrastrado y morrocotudo. Y debe de ser verdad porque yo le dediqué un poema titulado “El pedo”, le mandé el libro en el que estaba publicado y él tuvo la amabilidad de contestarme dándome las gracias. Y añadiendo: “Uno, en su humildad, con la boca, las manos, el culo y los cojones va haciendo lo que puede” (Cito de memoria, pero tengo por ahí la tarjeta que Cela me envió).
Y, en efecto, con el culo hacía maravillas, o al menos se jactaba de hacerlas. Por ejemplo, succionar litro y medio de agua, tal como quiso hacer en un programa de televisión presentado por Mercedes Milá. La que no se atrevió fue ella, a quien le recularon las gónadas y no le sacó la palangana que le pedía. ¿Se hubiera bajado Cela los pantalones en público y nos hubiera enseñado su despampanante y carnal culo, que puede imaginarse muy poco literario? La respuesta después de la publicidad.
Posdata: os dejo aquí un soneto del mismo libro y con la misma dedicatoria que el aludido en el texto.
Argumentos, razones y disquisiciones
A Camilo José Cela
Ocurre que este pueblo de pasiones,
quijotes, greguerías y esperpentos,
carente en las disputas de argumentos,
invoca por razón a los cojones.
Lo afirmo yo, que tengo de españoles
la lengua, la razón, el pensamiento.
Y abundo en español pronunciamiento
que no hay en esta ley contemplaciones.
Así que no vengáis con excepciones,
vosotros, estudiosos de talento,
sabiendo que no alteran el recuento.
Si bien podéis hacer aditamento,
saber que es en la forma. De intenciones,
lo mismo da pelotas que balones.
Mariano Estrada, del libro “Mitad de amor, dos cuartos de querencias” (1984)
Página web
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