Buscar este blog

jueves, 19 de marzo de 2015

El dinero y los cuervos



Tomada de internet sin ánimo de lucro

El dinero y los cuervos

Amalia Hoyos era una mujer de cincuenta y tantos años a la que le pesaba mucho la soledad, a pesar de que tenía un marido sano y cuatro hijos fuertes. El problema es que los unos se habían hecho mayores y el otro se había hecho a la forma del dinero, al que dedicaba todo su tiempo. Un día Amalia, sintiéndose más sola que de costumbre, le espetó bruscamente a su marido:
-Querido Antonio: llega un momento en el que el dinero solo vale para pagar la funeraria y para que se peleen los herederos.
-¿La funeraria? –exclamó él, mientras sentía revolotear a su alrededor una manada de córvidos-. ¿Sugieres que me voy a morir?

Fue tal el impacto producido por las palabras de su mujer que Antonio reaccionó como un resorte y, en menos de dos semanas, transformó toda su vida delegando en sus fieles una buena parte de su trabajo. A partir de entonces, los cónyuges  encontraron la forma de estar juntos mucho más tiempo. En los años siguientes hicieron varios viajes, jugaron a las cartas, leyeron en el porche, se bañaron en la piscina, tomaron el sol, se pasearon por la ciudad, se sentaron a la lumbre,  hablaron con sus hijos, jugaron  con sus nietos y, entre las mil ocupaciones más que se inventaron, se propusieron hacer un testamento que no diera lugar a las disputas.

Así llegó el tiempo en que la funeraria entró dos veces en la casa de Antonio Serrano y Amalia Hoyos. Tanto se habían acostumbrado a estar juntos que el azar quiso que fallecieran casi a la vez. En realidad, ella se adelantó apenas en un par de días.

Celebradas las exequias y superados los trances del dolor, los hijos se reunieron con el notario de la familia y, cuando este abrió el testamento, se extrañaron de que fuera tan breve. Y, efectivamente, lo era, ya que el patrimonio a repartir, siendo considerable, estaba todo en dinero. Antes de morir, sus padres habían vendido todas sus pertenencias, incluida la casa familiar, en la que finalmente vivieron de alquiler. Averiguada y contrastada  la cuantía patrimonial, el notario solo tuvo que dividirla en cuatro cheques iguales, según la voluntad de los progenitores.

Antonio Serrano y Amalia Hoyos, asustados un día por la soledad y por el incierto revoloteo de unos pájaros negros, no pudieron eludir la funeraria, como es obvio, pero sí  consiguieron anular la posibilidad de que sus hijos se pelearan por la herencia. Al contrario, recibida esta, se fueron juntos de celebración al restaurante más caro de la ciudad, donde dejaron una buena propina.
Mariano Estrada, 16-05-2014 

www.mestrada.net Paisajes Literarios

No hay comentarios:

Publicar un comentario