Escultura de Igor Mitoraj, en el Giardino di Boboli, en Florencia. Tomada de internet sin ánimo de lucro
Arrugas: el optimismo necesario
Desde que publiqué este artículo, el día uno de julio del 2007, mi body ha registrado unas cuantas nuevas arrugas. Pero es el proceso natural, no veo en ello problema ninguno. Lo que sí me ha llamado la atención y me preocupa seriamente es el envejecimiento que ha experimentado la sociedad en su conjunto, porque lo suyo no son arrugas, sino socavones, resquebrajamientos y grietas. Estamos embadurnados por un barro rígido y reseco que necesita una urgente lubricación. Y lo peor de todo es que el único remedio que se nos ha ocurrido hasta ahora es la aplicación de cosméticos, los cuales, naturalmente, no sólo se han mostrado inservibles, sino también contraproducentes. Estamos adocenados y gordos y sebosos, pero no toleramos el único alimento que le devolvería la tersura a nuestro ser, en su dimensión global de persona: un primer plato de renuncia a lo accesorio, un segundo plato de amor, de generosidad y de entrega y un postre de ancha espiritualidad. Todo ello rociado con unas gotas de aroma de jazmín, de miel de abeja, de sal de mar, de poesía… Mientras esto no ocurra, la sociedad seguirá haciéndose vieja, además de desdichada e inmensamente triste.
Un abrazo
Arrugas: el optimismo necesario
Hay dos razones por las que he querido escribir estas líneas que, si bien por un extraño nexo, están relacionadas entre sí. Una es la celebración del 50 aniversario del colegio en el que estudié, lo que me ha hecho ver sin tapujos que el tiempo se ha transformado en arrugas. Y otra es que, buceando en mis viejas fotografías, he encontrado una con Adolfo Domínguez, el modisto que se sacó de la manga esta frase “La arruga es bella”, que no sé si a algunos les sirvió temporalmente de consuelo.
Pues bien, quiero que se me vean las arrugas, porque cada surco de mi cara es una profundización en las materias de las que está hecha la vida. A cada hendidura le corresponde una elemental carga de tiempo: un instante, un día, un lustro, un suspiro, la duración global de una amistad, de una pasión, de un matrimonio. Hay arrugas que tardan mucho en hacerse. Las de la risa son rápidas y yo no puedo negar que me he reído. Me he reído mucho, pero he tenido también mis días de llanto y de zozobra. Risas, besos, caricias, soledades, lágrimas, tristezas, preocupaciones, quebrantos, agridulzuras… Sufrimiento y felicidad. Cosas que van dejando sus huellas. Unas que te horadan. Otras que te apagan el brillo de los ojos. El resultado está ahí, como un poema que me ha costado escribir 60 años (En realidad 57, porque la foto tiene ya tres, es decir, le faltan muchas arrugas, muchos gozos y sombras, muchos buenos y muchos malos momentos)
Esta cara que veis, con 57 vueltas de tierra, tiene una riqueza mayor que la que tenía con treinta y dos, por referirme a otra foto que dejo como testimonio ¿Lo crees de verdad, Mariano? ¿Y cual es exactamente el atractivo? ¿Se ve a simple vista o hay que descubrirlo con paciencia y voluntad debido a que queda muy oculto? Porque, claro, tú te refieres a la riqueza que ha ganado, pero ¿y la que ha perdido? ¿O es que estás hablando nuevamente de trascendencias, cuerpos que se ven y no se pueden negar contra espíritus que vuelan invisibles por la noche oscura del alma? ¿Es ahí donde nuevamente nos escondemos? Tu cara, Mariano, tiene lo que todo el mundo ve. En cambio, aquella otra que muestras, tuvo el esplendor de la tersura y de la juventud, tuvo la esperanza cierta de los besos, fue imán irresistible para los ojos de las napeas, de las náyades, de las afroditas, de las nereidas, de las penélopes y, especialmente, de las rosas de carne y sus siempre deseados aromas y fragancias ¿Y ahora qué, quién te mira ya con deseo? ¿En qué consiste entonces esa riqueza que representan los surcos de tu frente, los regatones de tu cara, las arrugas pata negra de gallo de tus ojos? ¿Es bella la arruga, o fue solamente un artilugio de Adolfo Domínguez para vender el lino?
Mi querido aguafiestas: bien sabes que conozco las limitaciones que el tiempo impone a los cuerpos. En cuanto a las pérdidas y ganancias, comprendo y acepto las fugas permanentes de la belleza, acepto la renuncia a su posesión y me conformo con mantener viva la llama, tal vez para transformarla en una nueva belleza. Pero no he renunciado aún a las caricias, ni a las miradas, ni a la admiración, ni a la placidez amorosa, ni al gozo relajado, ni al cariño paciente y sostenido, ni a la capacidad de soñar. Todas las locuras de la juventud y del corazón, que las tuve sin duda, y muchas, van tomando la forma de la serenidad y del sosiego. Y si mis ojos desean a Venus, mi cabeza sabe cómo transformar ese deseo en felicidad sin pasar por la apropiación indebida. Y entonces sigo riendo, aunque lo haga de un modo mucho más apacible. En realidad, la risa no ha faltado nunca de mi cara. Sólo algunas veces, cuando la vida saca sus látigos de piedra y azota duramente mi corazón, un rictus no deseado se me pone delante de la sonrisa, pero no dura cien años porque mi cara no aguanta mucho tiempo largas dosis de seriedad, especialmente si ésta lleva en sus aires la indicación indeseable de la amargura.
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
Poemas recreados: http://groups.google.com/group/paisajes-literarios
Foto tomada de internet sin ánimo de lucro