El banco de los sueños
Había pasado un tiempo sin
saber nada de ella. Estaba solo en casa y el teléfono me pilló
desprevenido. ¿Diga? –contesté mecánicamente.
-Soy yo –repuso una voz
serena que lo dejó todo en silencio.
-¿Tú?… ¿Desde dónde me
llamas? –susurré con palabras temblorosas.
-¿Eso es todo que se te
ocurre decir? Quizás deba colgar…
-No, no cuelgues, no
cuelgues… Estoy recuperando el aliento.
-¿Hasta ese punto te he
sorprendido?
-Hasta ese punto.
-¿Me amas todavía?
-Más que nunca.