Aunque la historia que cuento tiene su
desarrollo en Talarn, Lérida, donde hice el primer campamento de
milicias, la foto corresponde al 2º campamento, que lo hice en
Fuencarral, Madrid, en la Escuela de Arillería. Yo estoy sentado en el
puesto que me tocaba desempeñar en el cañón cuando disparábamos: la
mira. Pocas veces lo hicimos.
Campamento de milicias. La llegada
Talarn, Lérida, junio de 1971
He pasado muchos años llamando “Padre” a más curas de los que
pudieran ser mis progenitores, como para pasarme desapercibida una
conversación celebrada –si así puede decirse- entre un sargento
chusquero del Ejército de España y un soldado en ciernes, como todos los
que estábamos con él, el día mismo en que nos llevaron al campamento
para empezar las milicias como excedentes de cupo.
En realidad, el muchacho se había dirigido al sargento ignorando la graduación que ostentaba:
- Oiga…
- ¿Oiga? ¿Cómo que oiga? ¿No sabes cómo se llama esto? –contestó el aludido, señalando orgulloso a sus hombreras-
- Pues, no ¿Cómo se llama?
- Mi sargento.
- ¡Ah!
- ¡Ah, mi sargento! ¿Tienes ganas de juerga? Esto se llama galones ¡Ga-lo-nes! ¿Entendido?
- Sí, entendido
- ¡Entendido, mi sargento! ¿De dónde sales tú, eres idiota? A ver, repite conmigo: ¡Mi-sar-gen-to!
- ¡Mi-sar-gen-to!