Rosa, ante la catedral de Milán, 1975
Algunas peripecias en el viaje de novios. Italia,
1975
Descaro romano
Después
de visitar la magnífica Iglesia de Santa María la Maiore, con su admirable
techo rococó, nos sentamos en la terraza de un bar que estaba muy cerca del
hotel y nos recordaba mucho al Miami de Villajoyosa. Como no atendía nadie las
mesas, me acerqué yo a la barra. Al volver me percaté de que querían quitarme
la novia. ¿Sería posible? Con todo el morro del mundo, un joven –al que
yo había visto sentado al otro lado de la puerta- había ocupado mi silla y
estaba ofreciéndote poco menos que el cielo. Tú le dijiste que se fuera porque
el cielo estaba volviendo de la barra y podía caérsele encima. Pensé en
Alberti. ¿De verdad era Roma un peligro para caminantes? Por cierto, tú me
decías que me miraban mucho las italianas, pero ellas no intentaron nunca
robarme, como este joven romano quería hacer contigo. Por otro lado, yo no me
daba mucha cuenta de sus miradas, la verdad, porque mis ojos estaban
territorialmente ocupados por tu existencia.