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viernes, 18 de marzo de 2016

El pedo, a Camilo José Cela

Cela. Foto tomada de internet sin ánimo de lucro

El pedo

Cuando la democracia española estaba aún en pañales –allá por el año 1978-, se abrió una curiosa etapa en la que su señoría “el pedo” estuvo en boca de todos los españoles. ¿Y quién fue el responsable de semejante invasión estomatológica? Don Camilo José Cela, naturalmente. ¿Por qué? Por el cuesco que se calcó en la Cámara Alta, donde era senador por designación real. O sea que bien puede decirse que el suyo fue un pedo realmente parlamentario. El senador republicano Lluís Maria Xirinacs, que era cura y hablaba en ese momento desde la tribuna de oradores, interrumpió su discurso y miró estupefacto a don Camilo. Pero este, lejos de arredrarse, lo toreó de este modo: “Prosiga el Mosén”.

Tanto ruido se hizo de aquella ventosidad que yo encontré una fuente de inspiración para escribir un poema escatológico. Lo titulé así: “El pedo”. Sin adornos ni florituras. Con la correspondiente dedicatoria, naturalmente. Tiempo después lo incluí en el libro "Mitad de amor, dos cuartos de querencias" (1984)  y le mandé un ejemplar al autor de tan sonados vientos. Tan sonados eran que, por entonces, competían en fama con sus reconocidas obras literarias: Viaje a la Alcarria, La Colmena, La Familia de Pascual Duarte… Él tuvo la gentileza de agradecérmelo por correo ordinario, que es como mejor correspondía, añadiendo de postre estas palabras: “Uno, en su humildad, con la boca, las manos, el culo y los cojones va haciendo lo que puede”.

Años después, en una cena con prestigiosas personalidades, el Ilustre Gallego de Padrón  volvió a las andadas y se tiró un zambombazo que resonó en todo el local. Los comensales, sorprendidos, miraron inquisitivamente hacia el lugar del acontecimiento. Tan insistentes fueron las miradas, y tan reprobadoras, que una mujer que estaba al lado de don Camilo empezó a ruborizarse a ojos vista. Pero el Gallego la tranquilizó de este modo: “No se preocupe, señora, diremos que he sido yo”.

Se sospecha que hubo otras veces en las que el insondable culo de Cela se extendió en alborozadas explosiones, pero yo no he llevado la cuenta de sus ruidosos aires. Además, las dos que aquí se han expuesto se bastan por sí solas para dar por sentada la contundencia de su aparatosa artillería de retaguardia, donde tenía siempre a punto la munición y preparada la dilatación del esfínter.

Dejo aquí el poema: 

El pedo

A Camilo José Cela

En punto de la humana geografía,
llamado en los anales agujero,
no bien hubo existido lo sonoro
sonaba el pedo,
su olor nacía.

Desde ese mismo día,
los gases, oprimidos por la mierda,
tomaron la costumbre de anunciarse
con ruido vaporoso.

Y ocurre con tal fuerza
que arrastran en sus pródigos vapores
vorágine de olores
del ojo rumoroso a la entrepierna.

Y ya desparramados por la zona,
calando la espesura de la tela,
se mezclan con los vientos exteriores.

De ahí lo usufructúan los presentes
-según de su nariz las posiciones-
en hálitos, vaharadas o raciones.

Y dice la experiencia
que el dueño de ese aire escandaloso,
por otros denunciado –como es justo-
soporta como puede su vergüenza,
mas queda a gusto.

Del libro Mitad de amor, dos cuartos de querencias (1984)

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

8 comentarios:

  1. Hola, María Pilar: creo que dificilmente podrías rendir una mayor pleitesía. Gracias por tan abierta carcajada. Un abrazo

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  2. Con estas estrofas, Estimado Mariano, queda palmariamente demostrado que el don del poeta es casi...casi ilimitado y que la inspiración puede aparecer aún desde el fenómeno fisiológico con menos prensa social. Tus humores y los honores (no confundir con olores, en este caso) poéticos que trasuntan tus versos, así lo evidencian. Y claro...Como no despedirme yo también con varios ja..ja. ...ja...! Va un abrazo argentino. Victoria

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    1. Hola, Victoria: el pedo es una de las cosas ante las que la gente se echa para atrás. Y no me refiero a que con ello intente evitar los olores, lo cual sería comprensible, sino que generalmente lo rechaza como tema de conversación. Pasa lo mismo con la muerte. Y sin embargo, ambas cosas son tan naturales, tan humanas... ¿Tal vez demasiado humanas? Eso es lo que diría Nietzsche.
      Ante semejante postura, lo mejor es tomárselo a risa, que es lo que María Pilar y tú habéis hecho y a lo que yo me apunto.
      Gracias por el comentario. Un abrazo desde el Mediterráneo

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