Martina
cumple un año más. Y son cinco
Hola,
Martina:
La abuelita Rosa estaba muy orgullosa de sus geranios, pero llegaste tú, te plantaste delante de ellos y entonces fue todo sol y primavera. La abuelita se puso a cantar como un jilguero vestido de colores. ¡Qué alegría oírla! Su voz dejaba en el aire grandes tintes de amor que quedaron plasmados para siempre en tu camiseta: “Music loves me” –decían con unas letras muy grandes-. Que era lo mismo que decir: “Mi abuelita me ama”. Pues claro, ¿cómo no va a amarte la abuelita si se deshace literalmente por ti, solamente por ti y nada más que por ti?
-¿Estás celoso, abuelito?
-Por supuesto, muchacha, desde que tú apareciste en nuestras vidas, la abuelita me ha reducido mucho los caramelos…
La abuelita Rosa estaba muy orgullosa de sus geranios, pero llegaste tú, te plantaste delante de ellos y entonces fue todo sol y primavera. La abuelita se puso a cantar como un jilguero vestido de colores. ¡Qué alegría oírla! Su voz dejaba en el aire grandes tintes de amor que quedaron plasmados para siempre en tu camiseta: “Music loves me” –decían con unas letras muy grandes-. Que era lo mismo que decir: “Mi abuelita me ama”. Pues claro, ¿cómo no va a amarte la abuelita si se deshace literalmente por ti, solamente por ti y nada más que por ti?
-¿Estás celoso, abuelito?
-Por supuesto, muchacha, desde que tú apareciste en nuestras vidas, la abuelita me ha reducido mucho los caramelos…
Tres
anécdotas
La primera
Habías oído decir a todo el mundo que el Pantano se estaba quedando sin agua y que si no llovía pronto se iba a quedar completamente seco. ¿Qué íbamos a hacer los habitantes de este pueblo si no teníamos agua en los grifos? No es fácil saber la forma en la que entendías tú el problema. Después de todo, por bien que te lo explicaran tus profes y tus papis, solo eras una niña de cuatro años. Pero al fin se produjo el milagro. Llovió en Villajoyosa. Y llovió bastante, tanto que el Pantano se llenó. Tus papis te llevaron un día por allí y tú exclamaste al verlo:
-Pues toda esa gente de ahí abajo no ha acabado aún con el agua.
Y todo quedó claro para mí: ese era tu modo de entender el problema. Que, por cierto, aunque una niña de cuatro años no lo comprenda en toda su extensión, se trata de un problema muy feo. Pero que muy feo.
Sin embargo tú, en esa barandilla que bordea algunos tramos del Embalse, te muestras tan radiante y tan preciosa que uno se olvida del agua, de la lluvia, de la crisis, de los problemas de los mayores, de la Patrulla Canina y de Bob Esponja. Al verte tan bonita y con tanta vida en los ojos y en el cuerpo uno se olvida hasta del mundo: ese que os vamos a dejar un poco cojo y renqueante, un poco maltrecho, un poco agotado, un poco enfermo.
-No importa, abuelito, lo llevamos al hospital y el médico lo cura.
-Sí, locura. Menuda locura…
Habías oído decir a todo el mundo que el Pantano se estaba quedando sin agua y que si no llovía pronto se iba a quedar completamente seco. ¿Qué íbamos a hacer los habitantes de este pueblo si no teníamos agua en los grifos? No es fácil saber la forma en la que entendías tú el problema. Después de todo, por bien que te lo explicaran tus profes y tus papis, solo eras una niña de cuatro años. Pero al fin se produjo el milagro. Llovió en Villajoyosa. Y llovió bastante, tanto que el Pantano se llenó. Tus papis te llevaron un día por allí y tú exclamaste al verlo:
-Pues toda esa gente de ahí abajo no ha acabado aún con el agua.
Y todo quedó claro para mí: ese era tu modo de entender el problema. Que, por cierto, aunque una niña de cuatro años no lo comprenda en toda su extensión, se trata de un problema muy feo. Pero que muy feo.
Sin embargo tú, en esa barandilla que bordea algunos tramos del Embalse, te muestras tan radiante y tan preciosa que uno se olvida del agua, de la lluvia, de la crisis, de los problemas de los mayores, de la Patrulla Canina y de Bob Esponja. Al verte tan bonita y con tanta vida en los ojos y en el cuerpo uno se olvida hasta del mundo: ese que os vamos a dejar un poco cojo y renqueante, un poco maltrecho, un poco agotado, un poco enfermo.
-No importa, abuelito, lo llevamos al hospital y el médico lo cura.
-Sí, locura. Menuda locura…
La segunda
Hace unos días estábamos tú y yo en la piscina: hablando, jugando, buceando, riéndonos, diciendo tonterías… De pronto –aunque solo por un leve momento- se te puso la cara un poco seria. Y yo te dije, destrozando un conocido poema de Rubén Darío:
-La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa? ¿Es que ya nadie la besa y en su casa no hay amor?
Tú te quedaste en silencio durante unos segundos, pero enseguida replicaste:
-Algún príncipe habrá por ahí…
Naturalmente, me dejaste con la boca abierta. Tanto que casi me entra una mosca…
-No es una mosca, abuelito, es una avispa.
-Pues peor me lo pones.
Hace unos días estábamos tú y yo en la piscina: hablando, jugando, buceando, riéndonos, diciendo tonterías… De pronto –aunque solo por un leve momento- se te puso la cara un poco seria. Y yo te dije, destrozando un conocido poema de Rubén Darío:
-La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa? ¿Es que ya nadie la besa y en su casa no hay amor?
Tú te quedaste en silencio durante unos segundos, pero enseguida replicaste:
-Algún príncipe habrá por ahí…
Naturalmente, me dejaste con la boca abierta. Tanto que casi me entra una mosca…
-No es una mosca, abuelito, es una avispa.
-Pues peor me lo pones.
La tercera
Unos días después, estábamos de nuevo en la piscina. Salimos del agua y yo me eché la toalla sobre los hombros. Cogí un bañador seco y me di la vuelta para cambiarme.
-¿Per què t’amagues, abuelito? (¿Por qué te escondes, abuelito?)
-Para no dar espectáculo…
Pasó un rato, nos acercamos al porche donde la mamá te quitó el bañador y te puso unas braguitas blancas. Antes te habías puesto una camiseta y querías cambiarla:
-Voy al aseo -dijiste.
-Pero Martina –te contesté yo-, si solo tienes que cambiar la camiseta… ¿Para qué necesitas ir al aseo?
-Para no dar espectáculo….
Te fuiste al aseo, en efecto, y te quedaste tan ancha. Todos los que estábamos contigo nos reímos a discrección. Había motivos. Eras un terremoto y acababas de hacer una réplica perfecta.
Nada más, Martina. Solo decirte que tus abuelitos Rosa y Mariano y tu tío Dani te deseamos un cumple inmensamente feliz. Y te damos un beso por cada día del año. ¿Cuántos son en total?
-No sé, abuelito. ¿Mil doscientos?
-Aproximadamente, Martina, aproximadamente…
Unos días después, estábamos de nuevo en la piscina. Salimos del agua y yo me eché la toalla sobre los hombros. Cogí un bañador seco y me di la vuelta para cambiarme.
-¿Per què t’amagues, abuelito? (¿Por qué te escondes, abuelito?)
-Para no dar espectáculo…
Pasó un rato, nos acercamos al porche donde la mamá te quitó el bañador y te puso unas braguitas blancas. Antes te habías puesto una camiseta y querías cambiarla:
-Voy al aseo -dijiste.
-Pero Martina –te contesté yo-, si solo tienes que cambiar la camiseta… ¿Para qué necesitas ir al aseo?
-Para no dar espectáculo….
Te fuiste al aseo, en efecto, y te quedaste tan ancha. Todos los que estábamos contigo nos reímos a discrección. Había motivos. Eras un terremoto y acababas de hacer una réplica perfecta.
Nada más, Martina. Solo decirte que tus abuelitos Rosa y Mariano y tu tío Dani te deseamos un cumple inmensamente feliz. Y te damos un beso por cada día del año. ¿Cuántos son en total?
-No sé, abuelito. ¿Mil doscientos?
-Aproximadamente, Martina, aproximadamente…
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
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