Álamos en Quintanilla de Justel. Foto JMPiña
Acaso por ausencia de meditación, o tal vez por asociación inconsciente con el tiempo luctuoso de los difuntos -entre los que tengo muy cercana familia-, siempre había creído que el otoño era una magnífica metáfora de la muerte. Y, en efecto, el vientre de las Horas se derrama en un color de tierra, el día es gris, la lluvia minuciosa, la tarde adquiere texturas de frescor, de oscuridad, de melancolía... Y las hojas caen, finalmente, aunque antes revisten de belleza la inminente desnudez de los árboles.
Sin embargo, quien se sienta a sí mismo como rama inseparable del paisaje, sabrá perfectamente que los árboles sin hojas y, por extensión el invierno al que sin duda simbolizan, siguen siendo excelentes manifestaciones de la belleza: eso sí, una belleza más íntima, más dura, mucho menos obvia, más fácil de percibir en los caminos de vuelta...
De otra parte, la caída de las hojas y los troncos consecuentemente desarropados, son extremos de un ciclo de la vida, pero no la consunción de la misma, que estaría representada, aquí sí, por la muerte del árbol, a la que luego me referiré. Y lo mismo que la tarde -en su inevitable camino hacia la noche-, conlleva el resplandor del lubricán, el otoño se resuelve en un vestido amarillo, un manto con lenguas de gravitación, unas hojas lentísimas que dejan sus resecas nerviaciones en los umbrales helados del invierno: allí donde se yerguen los árboles desnudos y mantienen su fría soledad como guardianes impasibles de su propia savia.
Pero no es un hielo eterno. Al contrario, el invierno -que "cabalga por los fríos con sus potros de nieve"-, es el mesenterio de la regeneración, el vientre mismo de la vida que, tras un hondo letargo, romperá sus ataduras en los primeros tizones del calor.
El otoño, contra todo lo que cabe suponer, no es una acertada metáfora de la muerte, ni siquiera una estación fronteriza. Antes bien, es un leve descanso, casi un pestañeo, la amortiguación de un previo sofoco y, sobre todo, una abrumación de color y de armonía que, depositados en el frío y rumiando una paciente soledad, incubarán los futuros esplendores de la naturaleza.
Por último, además de un árbol extenso y hermosamente adornado, el otoño es un abrazo telúrico, un beso de gozo y sementera, un éxtasis continuo de contemplación. ¿Cómo puede ser triste? Lo que a mí me entristece de verdad es el negocio de la madera, la química de los vertidos y los pesticidas, el arboricidio indiscriminado, las lluvias ácidas, las quemas esponsorizadas, la desertización, la incuria forestal, el esquilmo...Y también ciertos molinos de viento, colocados indebidamente, contra los que acaso tendrá que arremeter de nuevo D. Quijote. Un día habrá un sólo árbol en el mundo y entonces daremos nuestra hacienda por verlo. Será un árbol con hojas amarillas, ciertamente, pero no de un otoño esplendoroso, sino de una irremediable desolación, tal vez de una desaforada hepatitis. He ahí la metáfora.
Mariano Estrada, incluido en el libro Los territorios de la inocencia (2014)
HOLA MARIANO MAGNIFICO ESTE TEMA DEL OTOÑO AUNQUE AQUÍ VIVAMOS EN LA ESTACIÓN DEL AMOR LA FIGURA DEL ÁRBOL ES SÍMBOLO DE VIDA , QUE
ResponderEliminarDESGRACIADAMENTE LOS HOMBRES LOS MATAN QUIZÁ PARA CALENTARSE , O PARA INDUSTRIALIZAR SU CONFORT . PERO ASÍ COMO EL HOMBRE LOS MATA
NACERÁN OTROS PORQUE ES EL EQUILIBRIO DE LA VIDA . Y ESPERO QUE HAYA MUCHOS QUIJOTES COMO TU QUE SE PREOCUPEN POR LA SUERTE DE LOS ARBOLES . PERO POR ESO ESTÁN EN EL MUNDO PARA SERVIR UNOS A OTROS , AUNQUE EL HUMANO , TENDRÍA QUE CUIDARLOS MAS .
Y ESO SE LOGRA CON DOS O TRES PASTILLITAS DE CONCIENCIA ,QUE NO SE CONSIGUEN TAN FÁCIL .
UN ABRAZO
JUAN
Es una belleza realmente dura la del otoño, porque está abrigada por el desamparo del fin del bullicioso verano. Bonita tu constante mención a los árboles, porque al fin y al cabo son la savia misma de la vida (esa que nos empeñamos en acabar),esperaba un texto más triste, como todo lo que nombra y protagoniza el otoño, pero una vez más me has sorprendido.
ResponderEliminarGracias de nuevo y un abrazo, nos quedaremos esperando el invierno, columpiándonos en el otoño.
Hola, Juan:
ResponderEliminarPara reducir su impresionante deficit, a los ingleses no se les ha ocurrido otra cosa que vender la mitad de su masa forestal, entre la que se encuentra el Bosque de Robin Hood.
O sea que el augurio de que un día quedará un sólo árbol en el mundo puede que no sea excesivamente hiperbólico.
Gracias, un abrazo
Hola, Anónimo:
ResponderEliminarLa belleza que es realmente dura es la de invierno, cuando todos los árboles de hoja caduca se quedan completamente desnudos. La primera vez que mi hija vio Muelas en invierno, pensó que la habían llevado a otro sitio. Siempre lo había visto en verano.
Como he dicho en algún sitio por ahí, es una belleza que se entiende mucho mejor en los caminos de vuelta.
Y no, el otoño no me produce tristeza. Al contrario, me llena la vista de alegría.
Gracias y un abrazo