Portada del libro. Foto Mariano Estrada
Animales en el corazón
Nuevo libro de Mariano Estrada en la editorial Obra Propia
Para adquirir el libro podéis entrar aquí:
http://www.obrapropia.com/Obras/1086/ANIMALES-EN-EL-CORAZON
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Una mirada a las fuentes. A manera de prólogo
Para
situar adecuadamente a los lectores, quiero decir un par de cosas. Primera: en
el tiempo y lugar en que yo fui niño, la vida de las personas era inseparable
de la vida de los animales. Segunda: la casa de mis padres era tan grande que
los habitantes de la ciudad casi no pueden ni imaginarla.
-¿Y
por qué necesitaban tus padres una casa tan grande, si se puede saber?
-Claro
que se puede saber: porque vivíamos muchos en ella.
-¿Muchos?
¿Cuántos son muchos?
-Pues,
mira, para empezar, éramos dos padres y cinco hermanos.
-¿Y
a eso llamas tú muchos? Para lo que entonces se llevaba, ésa era una familia
más bien reducida.
-Cierto,
pero vivían con nosotros un abuelo y un tío.
-De
todas formas, nueve no eran demasiados.
-Ni
demasiado pocos. Además estaban los gatos, que eran tres, por lo menos, ya que
había numerosos ratones.
-¿Gatos
y ratones? Ésos no cuentan.
-Y
también estaban los perros, uno para la caza y tres o cuatro para el ganado. Lo
que quiere decir que había ovejas y cabras. Doscientas, entre unas y otras.
-Pero
ésas estarían en un corral.
-Claro,
un corral enorme y descubierto, pero rodeado completamente de edificaciones,
algunas de ellas con cobertizos para preservar a los animales de los inviernos,
que eran largos y fríos.
-Y
tantas edificaciones, ¿para qué?
-Para
encerrar a las vacas, que eran tres, como mínimo, con independencia de los
terneros que pudieran traer al mundo, que los traían. Además, había una yegua,
a la que a veces le daba por parir, como es lógico. Y también había una burra
con las mismas necesidades e inclinaciones que la yegua y las vacas. Todos estos
“bichos” tenían allí sus cuadras, naturalmente. El resto de las edificaciones
eran las siguientes: dos pajares, una panera, un gallinero, un leñero, un cubil,
el portalón del carro y una cocina con horno en la que, además de amasar el
pan, se solían curar los derivados de la matanza. Finalmente, estaba el
edificio principal, que tenía dos plantas y era propiamente la vivienda.
-Vaya,
estás empezando a convencerme.
-Y
no te he hablado aún de los cerdos, que solían ser hasta tres, a veces hasta
cuatro. Y las hembras, cuya esperanza de vida abarca un solo año, aportaban a
la casa unas buenas camadas de gorrinos.
-¿Había
algún animal que no tuvieran tus padres?
-Hombre,
sí, elefantes no tenían, ni avestruces tampoco. Pero sí tenían gallinas, unas veinte
o treinta, a las que a veces venía a visitar una zorra. También había un gallo con
espolones y, de vez en cuando, el corral se llenaba de polluelos.
-¿Habrá
más animales en el mundo?
-Sí,
los conejos, que a decir que mi madre eran muy socorridos.
-Y
ya está, supongo.
-Supones
bien, si prescindimos de las moscas, que eran tan numerosas como molestas. Por
otro lado, mi padre traía de vez en cuando alguna liebre, algún conejo o alguna
perdiz, aunque éstos entraban muertos en casa.
-¿Y
tus padres no tenían una jaula con pájaros, por casualidad?
-No,
los pájaros acudían libremente al corral, a birlarles el pienso de las gallinas, pero no
exigían grandes espacios, ni siquiera los que anidaban en los árboles de la
huerta, en los agujeros de las paredes o en los aleros de los tejados. Los pájaros
eran auténticos regalos para el espíritu, ya que ellos nos daban cada mañana la
música de la que nosotros carecíamos…
-Y
con los pájaros se agota la enumeración, quiero entender.
-Sí,
solo quedan ya las minucias, que, sin embargo, tenían una importancia esencial.
Te recuerdo que, ocasionalmente, los niños teníamos lombrices, que nos
martirizaban hasta que hacía efecto el ricino. Y también había piojos, pulgas y
liendres, que nuestros padres trataban de exterminar y nunca exterminaban del
todo. Luego estaba el ganado, que solía
dar cobijo a determinados parásitos incómodos y peligrosos, como las gusaneras
y las garrapatas, que había que eliminar con zotal, un desinfectante de olores
pestilentes. Toda esta caterva de bichos, y otros que quedan sin nombrar, no es
exactamente cuantificable, pero tampoco ocupaban mucho espacio que dijéramos…
-Ahora
sí, ahora me has convencido totalmente:
más juntos no se puede vivir…
-Ni
más revueltos tampoco.
-Tampoco,
tampoco. Puedes decirlo bien alto.
-En
tal caso, permíteme que insista: en el tiempo de mi niñez, del que los niños de
ahora no saben demasiado, el mundo de las personas era indisociable del mundo
de los animales. Pero ¿podía ser de otro modo? Creo que no. Más aún, creo que
esa convivencia era propiamente la vida. A los que en un momento dado tuvimos
que romper con ella, nos ha quedado dentro
una marca que no es posible borrar, por más que pueda permanecer agazapada
y silenciosa. En mi caso ha encontrado un cauce de liberación o desahogo a
través de las palabras plasmadas en este libro que, si bien están racionalmente
ordenadas, en realidad son borbotones atropellados nacidos a impulsos del
corazón. Porque es ahí, en el corazón, donde, en armoniosa convivencia con las
personas, he llevado siempre a los animales.
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