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miércoles, 6 de marzo de 2013

Versión de don Juan

                                         Foto tomada de internet sin ánimo de lucro

Versión de don Juan

¿Puede decirse que todo hombre lleva dentro un don Juan? Tal vez,  pero la materialización de don Juan, por fortuna, no está al alcance de todos. Hacen falta dotes y determinación. Por ejemplo, un hombre repelente hasta la náusea, aún mirado con misericordia y benevolencia,  está más cerca de la virginidad que del donjuanismo. Un hombre serio...  bueno, un hombre serio es aquel que se toma a don Juan a chirigota. Un tímido tendría que ser guapo de película para ser un sucedáneo de  don Juan, cosa que sería a  pesar suyo porque, como sabemos,  la pasividad está reñida con el personaje. ¿Y un pícaro? Ése sí, ése es potencialmente un don Juan, siempre que sea redomado e impertérrito, porque puede suceder que su apariencia de conquistador y caradura se diluya de pronto en un corazón sensible y  quebradizo.
Téngase en cuenta que lo que mueve a don Juan no es exactamente el amor, sino la sed de conquista. Y ésta es absolutamente  insaciable, al menos hasta el suceso romántico-amoroso por el que don Juan fue transformado en su negación por un poeta de Valladolid con apellido levemente prostibulario.

Por lo que al soneto se refiere, no sé, su protagonista, hoy,  no me parece una versión más o menos afortunada de don Juan, sino el mismísimo don Juan en persona. Eso sí,  con  un remate cómodo, pero frívolo,  que le somete a una eternidad sin condena ni  arrepentimiento. Es decir, se trata de un don Juan sin acabar, ya que ni siquiera está insinuado el conflicto al que, inevitablemente,  ha de abocarle su vida. Por lo demás,  no me resulta cercano ni atrayente ni mucho menos recomendable, sino que lo veo tan extraño e incomprensible como digno de conmiseración y de lástima. En realidad  es  un golfo de pacotilla que, pica más o menos,  sólo puede acabar como los bueyes de don Arturo.
-¿Y cómo acabaron esos bueyes, señor sabio?
-A paja seca, hijo, a paja seca.

En resumen: aproximándonos a la realidad literaria, es decir, llevando el personaje al enfrentamiento con su crimen y su dilema, bien podría decirse que lo único  que le falta a este don Juan  de chichinabo para encajar exactamente en el mito es una de estas dos cosas: o mantenerse en sus trece  saltando teologías, matamientos y recomendaciones, o declarar públicamente su arrepentimiento, más o menos así:  Señora mía: has golpeado con fuerza en mi corazón encallecido y has abierto el cauce de estas  lágrimas hondas que llenarán de humedad tu sepultura. Heme, pues, aquí, contrito, genuflexo,  “tumbijunto”... Y hete, sombra amada, hete que el amor me ahoga.

Pero, ¡ay!,  la juventud es corta de vista, no ya por obviar alegremente el delito, sino también el declive y la vejez ¿O se puede ser don Juan y morir de viejo? ¿No parece realmente difícil?
 
Pues bien, eso no puede arreglarlo un estrambote.


Versión de don Juan

Escasa era la edad, la sangre loca,
un potro el corazón con sus temblores;
me daba el sol de frente, había flores
y mieles para el cielo de la boca.

Con esa herencia anduve de oca en oca,
al pairo de una nube de colores,
sin otra pretensión ni otros rigores
que el hecho de tirar “porque me toca”.

Y sigo en esa jerga del tablero,
tirando a troche moche, siempre y cuando,
y ya con mucha edad para ir tirando.

Mas soy quien soy, mi caso es ser soltero,
pasar por las florestas cabalgando
y amar, amar, amar... seguir amando.

De El limón hespérico

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

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