Mariano Estrada, en los años setenta |
Desengaño con apaño
El limón hespérico es un libro perdido del que, gracias a algunos
borradores no muy bien entregados a la hoguera, he recuperado una parte. Es ya
un libro viejo, de forma que tal vez lo desempolve para inhumarlo, más o menos
adecuadamente, en un acto de infinita
misericordia.
El poema que les presento –rescatado del dominio de las chilindrinas
(1)-, es del año 1973: una época en la que yo, según deduzco ahora, estaba un
tanto influido por cierta literatura chulesca, no sé fijo de quién. ¿O será de
mis años en Madrid? Además, por entonces rezumaba solterías y libertades, de
modo que casi es un enigma la elección de este asunto de cuernos que, sin duda,
es una ficción basada en la lectura, en los ejemplos graciosos de la vida o en
el ingente comadreo del vecindario. En todo caso, música tocada de oído.
(1) El libro constaba de dos partes: las chafalditas y las chilindrinas,
que ahora me parecen quisicosas intercambiables, de las que mueren por falta de
necesidad; casi como las aves del César.
.
Desengaño con apaño
No te extrañe
que te engañe
si me dejas siempre sola.
No me vengas, Faraguyas,
con alguna de las tuyas.
¡Gilipollas!
Y no me andes con pamplinas
ni me compres golosinas,
que no trago.
Lo que hago
lo refrendo.
¡Reverendo!
Y a las tales, apercibe
lo que sigue.
Verbi Gratia:
No reguñas.
No te pongas de pezuñas.
¡Pieses planos!
¡Huesinalgas!
Ni me digas
tantas veces,
Cascanueces,
que las ligas
se me bajan.
Que no aguanto pequeñeces,
¡Comprimido! ¿Te percatas?
Y no soples, que me oreas.
¡Ventolero!
¡Soplagaitas!
Es decirse, Comadreja:
ni una queja.
Que quien anda con fulana
de mañana,
ya supone
lo que expone,
¡Corleone!
Lo que deja.
Y me consta, Zacarías,
que te lías.
Y te vas con esas tías
que mondongan, en resumen,
el cerumen
de la oreja.
Y quién sabe
si hasta el coco del oído
te han lamido.
(Que ya es cosa repelente,
mi Teniente.
¿Cómo ha sido?)
Deja, deja...
¡Resumido!
Que te aguanten el corrido
tus Galufas.
Y si quieren,
que te ondulen la pelana,
¡Rasmayana!,
y te pongan las orejas
tan calientes
como estufas.
Esa torta
no me importa,
Maragato.
Pero... ¡Chato!,
¡Pablo Porta!...
No es derecho
que te guinden el barbecho
cuatro brujas,
y apechugue yo el relato
perorato,
con las plastas e intenciones
que le pones.
Porque, ¡leches!, es que atufas.
Es que sueltas perdigones
a montones
cuando bufas.
Ya lo sabes, Jenofonte:
vete al monte.
¡Carapones!
Y a lo sumo, Romanones,
menos lobos.
Que la casta,
cual se dijo,
se demuestra en la canasta,
Lagartijo.
¡Con balones!
Y por ende,
me comprende
quien me usa.
Y me abusa.
Y se aviene en los botones
de mi blusa.
¡Donde sea!
O se sea,
Lanzarote:
¡date el bote!
Que además hay otra cosa,
¡Mariposa!
Que me gusta a mí el cogollo
del centollo
con bigote.
Que me enciende ese galope
rocinante
del amante.
Ese trote
que se sube y que se baja
por la faja.
¡Sancho Paja!
¡Don Pijote!
Del libro El limón hespérico
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
Está lleno de gracia y desgracia ,así que no deja indiferente ,hasta emociona ,me imagino una voz con tintes madrileños dicho todo con chulería
ResponderEliminary bastante ,una relación repelente pero tan abundante...besos
Es verdad, María Luisa, a este poema le iría muy bien un recitado chulapón y verbenero como el recogido tan certeramente en alguna zarzuelas. De alguna forma, ya lo declaro en ese pequeño preámbulo que le escribí en el año 2001...
ResponderEliminarGracias y un abrazo