Lalo F. Mayo, en un momento de descanso
Presentación
de Poecanciones: Discurso de Lalo F. Mayo, el ausente
Doy
por sabido todo lo que rodeó la reciente presentación del último libro de
Mariano Estrada, "Poecanciones de amor" en la tarde-noche el sábado
14 de septiembre en La Virgen del Camino (León). Solo debo añadir que yo
debiera haber estado allí, pero un mal berberecho se cruzó ante mis
deseos/obligaciones y me impidió estar presente en un acto en el que llevaba
varias semanas trabajando.
Algo
del último libro de Mariano (en realidad, de los últimos libros) es también mío.
Con su permiso, el del autor, he cogido sus poemas y les he dado forma física
en cuatro libros, de ellos tres ya impresos y el cuarto pendiente de enviar a
la imprenta en cuanto llegue la orden.
Para
quienes no me conozcan he de decir que mi último trabajo ha sido, durante
35 años, el de editar textos de otros cada día en un periódico; entre
otras labores editoriales, porque en un periódico hay mucho para hacer. Así que
movido por la inercia laboral y pese a que ahora disfruto de esa que dicen
dulce laxitud de la prejubilación, no me puedo estar quieto y casi obligué a
Mariano a que me dejara jugar con sus poemas.
A
Mariano le encantó mi juego y aquí me tienen, en los créditos de cuatro de sus
libros (mancheta, decimos en los periódicos) tras unas larguísimas jornadas de
disfrute por amor al noble, viejo (y ahora en crisis) arte de la tipografía y
el diseño gráfico.
Con
todo lo dicho anteriormente a nadie se le ocultará mi decepción cuando el
sábado por la mañana debía ponerme en marcha para bajar a León (desde Galicia
se baja) pero mi estado físico, intensa y por fortuna temporalmente
deteriorado, me lo impidió.
Yo
había meditado ya mi intervención en la presentación de las "Poecanciones
de amor" y la pensaba escribir entre el jueves y el viernes. El jueves
preparé el primer folio y la continuación estaba prevista para el viernes, pero
ya no pudo ser. Así que el texto pasó esta jornada inconcluso y fue el mismo
sábado por la mañana, para que pudiera estar presente a las siete y media de la
tarde en La Virgen, cuando le tuve que dar el final apresurado que se adivina
tras la frase: "Y eso de editar es lo que he seguido haciendo en
los últimos 36 años."
Josemari Cortés leyendo el discurso de Lalo
Tras
enviar el texto por el inmediato correo electrónico, los dos folios estaban sobre
la mesa presidencial y al lado de la etiqueta con mi nombre a la hora prevista.
Solo faltaba el lector previsto. Pero, también por sorpresa, apareció Josemari
Cortés, nuestro querido furriel, ese ser querido que da sentido a ese blog a
punto de marcar los dos millones de entradas que confirma cada día lo que dijo
otro poeta, Rilke: "La patria del hombre es la infancia". Su voz dio
cuerpo al texto y así, finalmente, algo de mi sí pudo acudir a ese acto que,
Mariano lo sabe, era mucho más que la presentación de un libro ante casi un
centenar de "patriotas".
Por
eso lo mucho que yo podría decir sobre la edición de textos de otros deberá
quedar para otra ocasión. Por suerte, Mariano Estrada tiene muchos más libros
pendientes y yo ganas de editárselos.
Esto
fue lo que les quise decir:
Yo no vengo hoy aquí a hablar de mi libro
Ni siquiera del de Mariano.
De los de Mariano, que ya veis que son dos y aún
queda otro, de momento oculto en el disco duro de mi ordenador pero ya en línea
de salida. Y en el disco duro de Mariano aún quedan muchos más.
Pues eso. Que no hablaré de mi/nuestro libro, sino
de todos los libros.
Como sabéis, escribir es muy fácil.
Especialmente para nosotros, que tuvimos la
educación que tuvimos, hace hoy medio siglo y más, precisamente en este mismo
sitio. Aunque creo recordar que entonces las sillas no estaban forradas.
Más que Orden de Predicadores, debería haber sido
Orden de escribidores, calificativo este que se lo apropiaron después los
jesuitas. A la callada, claro.
Aunque viendo el poder que ahora tienen los que solo
hablan, por encima de los que escriben, habrá que admitir que Domingo de Guzmán
ya pensaba en cómo serían las cosas por el siglo XXI.
Decía yo que escribir es fácil. Y escribir poesía,
más fácil aún.
Sí. Porque escribir un reportaje para un periódico,
pongo por caso, es más comprometido.
Su autor se la juega en cada frase ante a el lector
crítico, que por fortuna para los malos reporteros no abundan, por cierto.
Pero el poeta no. El poeta lo tiene más fácil porque
solo necesita sentir emociones y emocionar al expresarlas. Pero nadie le pide
cuentas de sus afirmaciones.
Lo leen o no. Lo compran o no.
Más bien no, hay que reconocerlo. Aunque eso ya no
es culpa del poeta ni, mucho menos, de nuestro Mariano, que cada poco tiempo lleva
alguno de sus libros a las librerías. Y a veces dos al tiempo.
Sigo manteniendo que escribir es fácil. Ah¡, pero
hacerlo bien ya no lo es.
Y esa es la cuestión. El “quid”, que diría el pTascón.
En el caso que hoy nos reúne, la mencionada
cuestión, el quid tasconiano, está fuera de toda duda, aunque lejos de mí la
intención de disfrazarme de crítico, algo a lo que nunca me atreví.
Pero iba yo a otra cosa.
Pongamos que se escribe fácil y, además, que se
escribe bien. Ahora solo falta que, para que te puedan leer, alguien te edite
lo escrito.
Y ahí es donde está lo difícil.
Mucho podría hablar yo de la edición de los textos
de otros, que lo empecé a hacer en el año 1966, cuando el pNaranjo, a la sazón
subdirector de la Escuela Menor con el pHuarte, me encargó la dirección de
aquel periódico mural aperiódico que se llamó Pantalla.
Y eso de editar es lo que he seguido haciendo en los
últimos 36 años.
Así que quede bien claro que sobre la edición de los
textos de otros, como los que hoy Mariano nos ha traído, podría yo estar
hablando rato largo.
Pero por no alargar este acto lo voy a dejar para
cuando presentemos el tercer libro de la Colección El Tomillar, que se llamará El álbum de las fotos. Y que será, lo habéis adivinado, un álbum de
fotos. De las nuestras, un millar de imágenes de los años sesenta, cuando
nuestra vida todavía era en blanco y negro,
como ese hábito tan próximo al que tan bien cantó el pGuervós.
Salud a todos.
Lalo F. Mayo
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