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miércoles, 4 de julio de 2018

Palomas desprendidas de un alero de barro


Mariano Estrada, en la plaza de san Marcos, Venecia, sep. 1975


Palomas desprendidas de un alero de barro

Iban a volar incontenibles.
Para eso nacieron.
En vano las codiciaba la muerte.

Una de las cosas que quisiera conservar de por vida es la capacidad de sentir: condición que creo suficiente para andar por este mundo con el pecho descubierto, evitando no sólo las abulias e hipocondrías, sino también los estímulos bastardos o artificiales.

Naturalmente, soy consciente de que los sentimientos a menudo son dolorosos, pero no lo soy menos de que “al dorso de un dolor puede haber un pámpano de felicidad”. Dicho de otra forma: sin esa capacidad de sentir no puede haber sentimientos, y, sin sentimientos, no puede haber dolores o felicidad ¿Y qué otra cosa es la vida?

En mi alma se cruzan de continuo –acaso alguna vez de consuno-, los hilos de tan opuestas corrientes, dejándome en los ojos aluviones de gozo o de pena, de desamparo o de amor.

Esta es la causa por la que, frisando los cuarenta años de vida, el barro que me constituye ha engendrado unas candorosas palomas. Que el dios me las permita engendrar largo tiempo, porque creo que es un modo muy lúcido, y muy digno también, de mantener a raya a la muerte.

El alba

Era el alba muy tierna,
como un pichón de paloma,
un apunte frágil del rayano día.
Y ya la tierra temblaba.
Y ya blandía el gallo su reloj de pluma
bajo el humo denso de las chimeneas.

Tan sólo tú, alarde involuntario,
profecía ígnea, aurora,
tan sólo tú lo ignorabas, te ignorabas,
y atravesabas el aire con pregones de fuego.

Se miró.
El alba se miró.
¡Tan joven! ¡Tan hermosa!
¡Ay! Su velo fue rasgado por un claro día.

Del libro Azumbres de la noche (1993)

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

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