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viernes, 28 de septiembre de 2018

Algunas peripecias en el viaje de novios. Italia, 1975


Rosa, ante la catedral de Milán, 1975


Algunas peripecias en el viaje de novios. Italia, 1975

Descaro romano

Después de visitar la magnífica Iglesia de Santa María la Maiore, con su admirable techo rococó, nos sentamos en la terraza de un bar que estaba muy cerca del hotel y nos recordaba mucho al Miami de Villajoyosa. Como no atendía nadie las mesas, me acerqué yo a la barra. Al volver me percaté de que querían quitarme la novia. ¿Sería posible?  Con todo el morro del mundo, un joven –al que yo había visto sentado al otro lado de la puerta- había ocupado mi silla y estaba ofreciéndote poco menos que el cielo. Tú le dijiste que se fuera porque el cielo estaba volviendo de la barra y podía caérsele encima. Pensé en Alberti. ¿De verdad era Roma un peligro para caminantes? Por cierto, tú me decías que me miraban mucho las italianas, pero ellas no intentaron nunca robarme, como este joven romano quería hacer contigo. Por otro lado, yo no me daba mucha cuenta de sus miradas, la verdad, porque mis ojos estaban territorialmente ocupados por tu existencia.

Un mal recuerdo

En un restaurante de Venecia se nos pegaron dos hombres desconocidos. Uno de ellos dijo ser cónsul de Perú o de Chile, no recuerdo bien. El otro era mucho más joven. Al día siguiente se hicieron los encontradizos, se sentaron de nuevo con nosotros y pretendían que nos siguiéramos viendo. Finalmente, como no nos gustaba su conversación ni las extrañas preguntas que nos hacían, les acabamos dando esquinazo. Nos dejaron un sabor de boca desagradable. Tiempo después, cuando supe las cosas que les habían sucedido a otros en Italia –a nosotros nos robaron las maletas-, me vino a las mientes la idea de un posible secuestro. Me entraron verdaderos escalofríos. ¿Cómo interiorizar una tortura semejante? ¿Qué hubiera sido de ti? ¿Y de mí? ¿Qué hubiera sido de nosotros y de nuestras familias? Sin que viniera mucho a cuento, me asaltó la figura de Dirk Bogarde, protagonista de “Muerte en Venecia”. Pero el recuerdo era lúgubre, así que lo intenté rebajar con unas dosis de humor y me hice la siguiente pregunta: ¿Qué hubiera sido de Venecia sin ti? Entonces se me puso delante el afilado rostro de Charles Aznavour, que sumía el ambiente en un estado general de soledad y de tristeza.

El furto

En Milán nos robaron las maletas, junto al Scala, en la calle Jiuseppe Verdi. Fue una cantata monumental que, aunque solo por una noche, nos arrojó inmisericordemente del paraíso. Éramos dos tórtolos ingenuos disfrutando de su alegre viaje de novios. Roma, Florencia, Venecia, las maletas a reventar, la alegría en el cuerpo…Un furto, un furto. Sí, comisario, un furto. Ya nos habían intentado robar antes en Roma. En el mismísimo hotel, por la noche. ¿Cómo íbamos a pensar nosotros que en Italia ocurrían estas cosas? Corría el mes de  septiembre de 1975. En los pueblos de España se dejaban aún las puertas abiertas.

Montecarlo

Pero nosotros no estábamos dispuestos a renunciar a la alegría de un viaje de novios. Al día siguiente salimos hacia Montecarlo. En el hotel se mostraron suspicaces porque no llevábamos con nosotros las maletas que nos habían robado en Milán. Qué gracia. ¿Tendríamos planta de terroristas? Pero llevaban razón al mirarnos con un cierto recelo, puesto que, ya en la habitación, estuvimos saltando durante dos horas sobre la cama, como si fuéramos atletas de algún extraño olimpo. En realidad éramos monos. Muy monos. Regresamos por Andorra, porque el dinero que nos quedaba no nos daba para ir de boutiques. Repusimos un poco el armario y, lo que es más importante, nos zampamos con ferocidad un enorme bocadillo de chorizo. Estábamos hasta el gorro de las tortas que nos ofrecían los italianos: las de comer y las que nos daban directamente en los morros. Todas en los entornos de la boca.

Del libro Rosa entre las rosas: 40 años de amor
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

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