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martes, 9 de febrero de 2021

Un canto al almendro

 

El Charco, Villajoyosa

Cuando la luz se multiplica en los almendros
y estos miran al mar desde una flor profusa,
un humilde silencio se apodera de la lengua.

 

El Charco,Villajoyosa
          
Añoro esta belleza
 
La de hoy ha sido una espléndida mañana soleada que yo he aprovechado para encontrarme de nuevo con los almendros. Satisfecho convenientemente el espíritu, me he acercado al mar por caminos solitarios bordeados de matojos y de pinos. A la sombra de uno de ellos, sobre una pinocha muelle y abundante, he olido a resina. Cerca de allí, el mar era un perfecto remanso que transmitía calma. En ese pequeño recorrido, he vuelto a sentirme naturaleza y nada en los alrededores hacía pensar que en España había una tremenda corrupción y una profunda crisis. (2012)
 
 
El Charco,Villajoyosa
 

Decurso

Cuando me tiemble el corazón
en las cenizas de la tarde,

mi luz será un cayado
de mareas en

constante mar.

Sobre ellas andaré,
por cuérnagos de luna,
oliendo a intimidad y a epifanía,

gozando en el jazmín
los atributos de la sombra

o el espeso decurso de la noche
hacia un amanecer

claro de almendros.

 


El Charco,Villajoyosa

Oíd, soy viento
solícito y amante,
ascendido a la luz y a las espumas,

nacido a los almendros y a su blanca mirra,
anclado en el cantil

donde el rocío se diluye
y el témpano fenece.



El Charco,Villajoyosa

¿En qué te invertirás?

Si como almendro
te vistes
no tan sólo de flor,

sino de alondras
que vuelan con la luz

hacia una artesa
de gozos.

Si como mar
deslindas
los ciclos de la luna

o redimes al pez
en un naufragio

de jarcias.

¿En qué te invertirás,
amor, como aire?




Entre Tárbena y Castell de Castells, Alicante

 





Relleu, Alicante

 

Un canto al almendro

En el año 1993 publiqué un libro titulado Desde la flor del almendro, en el que declaraba mi pasión por este hermoso árbol. Una pasión que no ha hecho más que crecer desde entonces. Sin embargo, como puede verse más abajo, también declaraba mis miedos ante los peligros y amenazas que pesaban sobre él. Pues bien, el peligro mayor ha llegado en forma de bacteria. Se llama Xylella y parece ser que lo ha sentenciado a muerte. Por lo menos en la provincia de Alicante. Una auténtica pena. Dejo aquí el prólogo del referido libro, además de este pequeño canto que habéis visto y leído y que no deja de esconder una gran tristeza y un profundo lamento.

Desde La flor del Almendro

     En las breves líneas que ilustran la solapa de mi último libro publicado, Azumbres de la noche, manifiesto que fue escrito donde tiene su aposento la luz, entre las brisas salobres de este undoso Mar llamado Mediterráneo. Lo que entonces no sabía es que el Mediterráneo lo llevaba yo dentro, al menos en alguna de sus formas o interpretaciones. Lo supe al esbozar otro libro: el que ahora está en tus manos, lector, pues aparte de la luz o el mar, tan tópicos como ineludibles (tan propicios, por tanto, para la impregnación, la subyugación e incluso la dulía), aparte de "esas cosas", digo, se deja ver el paisaje: ése que yo he aprendido a amar en los 21 últimos años de mi vida: pinos y palmeras, hortales y collados, regatones, trochas, cambroneras... Y especialmente el almendro, con su tronco de vieja soledad, con su flor de luna.

   Ni que decir tiene que el paisaje de mi niñez, tan otro, tan distinto, queda preservado amorosamente en los claros sin tacha de mi alma. Frente a él, y a pesar de tan honda caladura, el mediterráneo es un beso reciente. No se excluyen, no obstante; quizás se complementan; los dos habitan en mí de una forma civilizada y enriquecedora. Eso sí, me duelen ambos porque ambos corren peligro: uno por obligadas incurias, otro por excesivos hormigones.

   Y entre estos dos azúcares de amor, yo, amante pródigo, confieso que un paisaje de almendros -especialmente en un lugar adecuado, como lo son ciertos valles de la Marina (Alicante)-, es de tal belleza que a mí me arrastra a las fimbrias nebulosas de la realidad o íntima frontera del ensueño. Es decir, me deja boquiabierto, desverbado, humildemente desnudo.

   Lo penoso es pensar que sobre estos enclaves milenarios, cargados ya de lastres insufribles, pero bellos aún, pueda alzarse una sentencia última de mutilación o varias más sutiles de velada muerte. Por lo cuál, desde esa flor dulce de luna, cárdena o albina, con toda la belleza subsidiaria del paisaje, yo vindico el almendro no sólo como exaltación de un pasado, sino también y, sobre todo, como parte inexcusable de nuestro destino.

  Autor de textos y fotos: Mariano Estrada

4 comentarios:

  1. Gracias, José Luis: has dicho muchas cosas en tan pocas palabras. Bendita concisión. ¡Enhorabuena!

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  2. Recuerdo que por octubre/noviembre llegaban las podas. Tras ellas el abono y riego. En enero una buena y profunda labrada. Con ella llegaban las primeras flores, hasta llenar por completo todos los almendros del bancal. Con las primeras hojas, la caída de los pétalos, parecía el campo nevado. Que recuerdos: ese olor a tierra, ese frescor y color de las flores.
    Gracias Mariano, has hecho con estas palabras despertar muchos recuerdos de mi niñez.

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    1. Ese era el proceso. Está escrito con una cariñosa añoranza. Normal. Es algo precioso que en una buena parte ya hemos perdido. Te comprendo muy bien y comparto tu sentimiento. Gracias a ti. Un abrazo

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