Los poetas y los niños
La capacidad de hacer preguntas es una de las cosas en las que consiste ser niño. Y acaso sea también lo que mejor define al poeta. De manera que el poeta y el niño, además de un corazón abierto, receptivo y gigante, tienen en común un enorme signo de interrogación, que es como un hambre continua, un deseo perenne, una sed insaciable de conocimiento.
La capacidad de hacer preguntas es una de las cosas en las que consiste ser niño. Y acaso sea también lo que mejor define al poeta. De manera que el poeta y el niño, además de un corazón abierto, receptivo y gigante, tienen en común un enorme signo de interrogación, que es como un hambre continua, un deseo perenne, una sed insaciable de conocimiento.
Claro que un niño es un ojo multiplicado que dirige sus miradas hacia afuera, en tanto que el poeta -tal vez porque afuera no ha encontrado una total satisfacción-, las suele ir derivando hacia adentro, donde espera hallar la luz o la verdad... ¿Que qué es la verdad? ¡Ay, amigo! La respuesta a esa pregunta la está esperando el mundo desde antes de Poncio Pilatos, de quien dicen que la tuvo delante. Nosotros nos podemos preguntar ¿Quién gobierna el hambre o el dolor? ¿Qué es el amor o el compromiso? ¿Por qué matan los hombres? ¿A qué conduce el odio? ¿La venganza produce beneficio? ¿Por qué me pesa el labio al pronunciar determinados saludos? ¿Por qué se me desboca el corazón al contemplar ciertas bellezas: unos ojos, una cara, la tierna flor del almendro?... Y entonces el poeta se va haciendo rumiante, como las vacas, y las noches se hacen pastos en monótono proceso de transformación que se proyectan en libros de respuestas que sólo tienen preguntas y preguntas y preguntas...
Escribir es eso, una pretensión multiplicada, un constante arañazo, una
duda tras otra, una gavilla íntima de interrogaciones, el error tras el
error, el intento de dar una respuesta medianamente satisfactoria... Y
no es poco. No es poco. A veces las palabras se transforman en palomas
de luz y de consuelo. A veces se prolongan en atisbos de tímida
esperanza. De hecho, a menudo son acequias por las que corre el llanto o
la risa. No estaría mal que, al menos de vez en cuando, sirvieran para
hacer reflexionar a quienes de uno u otro modo se han ido apartando de
la razón y duermen en el reino de los que ya no tienen conciencia. ¿Que
qué es la conciencia? Pues...Una araña gorda que pica en la cabeza de
los humanos, especialmente de los poetas y de los niños.
¿Cómo es el alma?
Le dije un día a un muchacho:
muchacho, ¿cómo es el alma?
No sé, me dijo, con ojos
del alma misma que hablaba.–
Seguí con risa de niño
diciendo, ¿cómo es el alma?
Y dijo un hombre: no existe,
no tiene forma, no es nada.
Y preguntando a otros hombres
perdí la forma del alma
que vi salir de los ojos
de un niño, cuando me hablaba.
Mariano Estrada. Del libro Vientos de soledad (1984)
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