Kiev: crónicas espontáneas.
Cronica 3.- El mercadillo, la cuesta de
San Andrés, el Podol
Estábamos de mercadillo en la Cuesta de San Andrés cuando
Antonio Barletti se presentó con un cubano al que nadie esperaba. Antonio es un
oculista peruano (arequipeño) del que Antonia dice que soluciona muchos
problemas relacionados con la
Casa de los Niños (Dim Ditey). Él fue el que nos acompañó el
primer día al chiringuito donde hicimos, por primera vez, el cambio de moneda. El
cubano es boxeador y exhibe ante nosotros una nariz de goma.
- Si vienes de noche no te vemos –le dije
yo, tendiéndole la sonrisa y la mano.
- A no ser que venga riendo –concluyó él
sabiamente y exhibiendo una dentadura blanquísima.
Se interesaron por lo que más me
había gustado de Kiev hasta el momento.
-Pues me ha gustado mucho Santa
Sofía, La Lavra,
San Miguel… -les contesté-. Pero más que todo eso me han gustado los ojos de
las kievitas.
Se miraron con patente complicidad y
decidieron incluirme en el club de los que se dejan atrapar por la mirada.
Antonio mucho más, si cabe, por motivos de su profesión.
-¿Y tú cómo caíste por aquí? –le
pregunté yo al cubano.
-Por la misma razón, mi amigo –dijo
él con toda la franqueza del mundo-. Por los ojos de las chicas…Fíjate que me
casé con una de ellas…
-Esos ojos han arruinado a muchos hombres
occidentales –dejó caer luego Antonia, con una suavidad aterciopelada.
(Afirmación que, con todo su terciopelo, daría para un grueso debate sobre la
organización social de los ucranianos).
Tal como las mujeres decidieron, empezamos el día visitando la Iglesia de San Andrés, cuyas
cúpulas de color verde oscuro rematan adecuadamente la inmarcesible claridad de
las fachadas. Iba con nosotros Andrea, una estudiante muy joven, arequipeña
también, como su tío Antonio, y tan dulce como las colmenas que veríamos
después en los verdes hortales de un Monasterio cismático. En San Andrés había
boda. ¿Boda? Había por lo menos tres bodas, cuatro bodas, cinco bodas… Yo que
sé, en menos que canta un gallo vimos por lo menos diez bodas. En una de ellas,
al cubano y a mí nos eligieron para dirigirles unas palabras a los novios en
nuestro idioma de origen. Vieja costumbre, añadieron. Y yo pensé en el actor José
Luís López Vázquez. El cubano quiso aclarar que él era de Cuba y yo de España.
-Pues tú se las dices en cubano y tu
amigo en español –le contestó el liante, que era un ucraniano con cámara de
vídeo.
Y ya nos veis a nosotros, en medio
de una fiesta que no era la nuestra, sin nada que decir y sin que los novios
entendieran ni papa.
-¿Español? -me dijo a mí la novia-,
y se le iluminaron los ojos, esos ojos por los que afortunadamente aún se
pierden los hombres.
Yo le dije que sí, y me lancé a un
discurso que no quisiera oír repetido y que el liante ucraniano ha dejado
grabado para la posteridad. Al terminar, sonaron unos aplausos agradecidos,
pero nadie dijo “olé”, por lo que acaso, deduje, no me viera nadie como torero.
No creo que puedan extraerse conclusiones, pero, a juzgar por lo que vimos, los jóvenes ucranianos no esperan a que sus padres los echen de casa. “Son unos críos”, le dije yo a Rosa, y ella sonrió mientras asentía, tal vez porque, cuando nosotros nos casamos, ella apenas contaba con 18 años. Pero eran otros tiempos. Ahora, en España, los jóvenes retrasan tanto la boda que un día van a juntarla con la separación, en la puerta de atrás de las iglesias, de las alcaldías o de los juzgados.
A propósito, andaba por allí un viejo músico con acordeón, embutido en un gastado traje folklórico, que daba la sensación de que se autoinvitaba a todas las bodas. Cantaba canciones folklóricas ucranianas, pero se negó rotundamente a atender nuestra petición de que cantara alguna rusa: Ochichornia, Korobuska, Kalinka…. Tenía un gorro acorde con el traje y un bigote denso, le faltaba algún diente, pero mostró su dignidad con una convicción a prueba de bomba. “Niet Russian”. “Niet Russian”… Me senté junto a él y Barletti nos hizo una foto. Él nos dejaba que hiciéramos, pero no mostraba mucho entusiasmo con nosotros. No obstante, un poco después se sentó a su lado una chica y al hombre se le escaparon los labios hacia un ruidoso beso ¡Muaaaaa…! Un beso cuya reverberación se extendió por toda la plaza
-¿Qué tendrán las chicas, mi amigo? –me espetó por detrás el cubano-. Pero era una pregunta innecesaria y retórica.
-Tienen un imán, hombre, tú lo sabes muy bien.
Siguiendo la corriente de los novios, y de los turistas en general, nos hicimos fotografiar con los personajes principales de la película “Corriendo detrás de dos liebres”, que estaban allí, a nuestro lado, inmortalizados en bronce. Se trata de una escultura, de tamaño mayor que el natural, apoyada directamente sobre la acera. Una pareja famosa, ella rica, él joven y guapo. La otra liebre la pone la imaginación. No sé, a mí me ha recordado un tanto a Romeo y Julieta, pero en plan folletinesco. Y con cuernos. Al bronce le ha salido brillo en los lugares a los que los novios y los turistas se agarran mientras otros les toman las fotografías…
Marina nos explicó que, durante las Fiestas de Kiev, a finales de mayo, los pintores organizan en la Cuesta de San Andrés unas exposiciones que ya forman parte de la tradición de la ciudad. Hay actos culturales y conciertos que se vienen a sumar a las actividades de las galerías y tiendas de artesanía y antigüedades que abundan en la zona. Por eso le llaman el Montmartre de Kiev, como ya hemos dicho.
- Pues yo llevo en Kiev cinco años -dijo el cubano, y aún no había estado por aquí. Si no llega a ser por ustedes…
Nos informan de que Jesús, el fotógrafo vasco, ha tenido problemas y no le han dejado pasar a la central de Chernobil. De momento se ha quedado en el pueblo, a 10 o 15 km., intentando conseguir los permisos que le fueron denegados en Kiev. Él tenía claro que podía burlar la vigilancia. Pero lo cierto es que no sabe muy bien con quién se juega los cuartos… ¿Los cuartos? Sí, Mariano, con plata se compra aquí todo, lo que pasa es que el vasco no tiene…
Bajando hacia el Podol, vimos el castillo de Ricardo Corazón de León, así como la casa (ahora ya museo) donde el escritor Bulgakov ubicó a los personajes de “Los días de la familia de Turbín”, según nos fue explicando Marina; luego vimos un pequeño teatro, cuyo nombre ya no recuerdo, otra Iglesia, la plaza de Los Contratos, donde se ubica la casa del mismo nombre, el viejo edificio de la Academia, un grupo musical tratando de ganarse unas grivnias en la calle, una movida de jóvenes relativamente occidentalizada y algún que otro borracho solitario que caminaba directamente hacia el vómito. Era ya entrada la noche. Por eso no vimos el Dnieper, que bordea el Podol con una anchura gigante y caudalosamente mansa.
En todas partes he visto que se bebe. En Kiev es relativamente normal ver a la gente con una botella de cerveza en la mano, incluidas las mujeres. Andando por la calle y a cualquier hora del día…
Mariano Estrada, septiembre de 2005
No hay comentarios:
Publicar un comentario