Kiev: crónicas espontáneas. Año 2005
Crónica 2.- La Ciudad Alta y el Podol
En España puedes ir donde quieras,
que al lado siempre hay un bar. En Kiev es imposible mirar hacia lo alto y no
ver las cúpulas de una o varias iglesias, normalmente ortodoxas. Las iglesias
católicas tradicionales se reducen a dos, San Alejandro y San Nicolás, lo que
pasa es que hay cinco recientes y, naturalmente, de una relevancia menor.
Hoy hemos visitado la Ciudad Alta, o, por otro
nombre, la Ciudad
de Yaroslav el Sabio, que está asentada en los entornos de la Catedral de Santa Sofía y
de la catedral de San Miguel. De aquí emanaba uno de los tres poderes que,
antiguamente, tenían influencia en la ciudad. Otro se asentaba en el Podol, que
es un barrio llano, donde se concentraba el comercio. Y el tercer poder residía
en el Monasterio de la Lavra,
del que ya hemos hablado anteriormente.
La puerta de Oro, reconstruida más
de una vez -la última no hace mucho tiempo-, es la entrada principal de la Ciudad Alta, a la que
acabamos de referirnos. Es también lo que queda de la antigua muralla de Kiev y
a mí me da la impresión de que está un pelín descuidada. Pero no creo que sea
yo el que se lo tenga que decir a los kievitas o a su Ayuntamiento. Se lo he
dicho a Marina, nuestra magnífica guía, con la que hemos hecho el propósito de
portarnos mucho mejor. Hoy no está Jesús, el fotógrafo vasco, que se ha ido en
bicicleta a hacer fotografías a Chernobil. Pero está Antonia, y las fotos se
las hacemos a un gato que tiene aquí su particular monumento. Se le atribuye la
salvación de muchas vidas en el incendio de un edificio de las inmediaciones. Ni
triste ni azul, el gato es simplemente precioso.
Monumento al gato, ciouad Alta. Antonia y Rosa, 2005
La catedral de Santa Sofía (siglo XI),
ejemplo preeminente de la antigua arquitectura de la Rusia de Kiev, es realmente
una perla, por más que el término suene a cursilería. Claro que debe su nombre
a la catedral homónima de Constantinopla, ya que fue concebida para rivalizar
con ella, pero eso no le quita ni pone. Bizancio se deja ver constantemente por
aquí, o al menos a mí me lo parece. En el interior, los mosaicos de estilo
bizantino se cuentan por metros cuadrados, y los frescos también, por más que
hayan sido repintados en épocas relativamente recientes. (Por cierto, algunos “frescos”
pertenecen a un arte más moderno, además de mejicano, que es el de sacar
fotografías en los lugares expresamente prohibidos. Y eso es lo que hace el
cura Germán, a pesar de todas las advertencias del mundo y a pesar de su bondad
elocuente, casi aparatosa).
Al salir de Santa Sofía, Marina nos indicó
un edificio que estaba al otro lado de la calle. Era de una piedra gris y de
una arquitectura imponente. Perteneció a la KGB y daba un poco de repelús, aunque no tanto
como otro edificio del Gobierno, cuya construcción procede de la reciente
dominación comunista. Pintura gris. Basas enormes, fustes descomunales,
capiteles altos. Está al lado de la
Catedral de San Miguel, pero casi da miedo.
Antiguo edificio de la KGB, cerca de Santa Sofía
Cuando visitamos la catedral de San
Miguel, cuya pintura exterior es de un azul hermoso y apenas expresable (toda
la catedral es preciosa), tuvimos la suerte de que los monjes estaban
oficiando. No sé si es inexacto emplear este término, pero a mí me importa bien
poco que lo sea. Lo que me importa decir es que los monjes cantaban, que lo
hacían a varias voces, y que lo hacían muy bien, pero que muy bien. Por lo
demás, el lugar era justamente el apropiado para esos fines. Recogimiento,
oración, cánticos y alabanzas. Todo ello a pesar de los turistas y sus cámaras
afectadas por la prohibición oficial. No fotos. Yo nunca había oído a un coro
cantar en una iglesia ortodoxa, aunque también es verdad que no había estado
nunca en el interior de una iglesia ortodoxa. Pero, vamos, ya he dicho otras veces que con las voces bien conjuntadas de un
coro se me cae fácilmente la baba.
Al cura Germán le dije con la mayor naturalidad de la que pude proveerme que “un cura, dos curas, tres curas en un coro / hacen la misma voz que un cura solo”. Se mostró muy de acuerdo, añadiendo de su cosecha que muy particularmente si se trataba de los monjes del Monasterio de Silos y lo que entonaban era el Canto Gregoriano. Al cura Germán le gusta mucho la música, la clásica, la religiosa y la moderna. De ésta última, le gusta especialmente la de un conocidísimo cantautor español que se llama Joan Manuel Serrat, al que trata de emular con su guitarra. Serrat es un genio, dice, pero también le gusta Perales…
Dejamos a un lado la bella Iglesia de San Andrés, en cuya Cuesta ponen el tan cacareado mercadillo. Cacareado por las mujeres. Estas dos cosas, dijeron, las veremos mañana. Y también el Podol. O Podil, según se diga en ruso o en ucraniano. A la Cuesta de San Andrés la llaman el Montmartre de Kiev, quizás cargando un poco las tintas y sobreestimando un tanto lo propio. El lugar es muy bonito, no obstante. Hay un par de museos en los alrededores, y está también el famoso e impresionante tilo de los 400 años. En cuanto al mercadillo… “Vale, vale, aquí venimos mañana”, contestamos a las mujeres con cara de obediencia y resignación que parecía realmente convencimiento…
Poco a poco, el día nos había ido
enseñando sus negros y amenazantes nubarrones, pero fue repentina la forma en
que se puso a llover sobre nuestras cabezas, o sobre las chaquetas que, a falta
de paraguas, colocamos sobre nuestras cabezas. Así que nos metimos corriendo en
el primer restaurante que encontramos: una pizzería italiana que estaba de muy buen
ver. Entonces me vino a la memoria cierto plato caliente, llamado “pastina in
brodo”, que, muchos años atrás, pedí en un restaurante de Venecia sin saber que
estaba pidiendo una vulgar sopa de fideos. ¡Ahhhh, porca misèria! Rosa aún se
está riendo de la cara que puse cuando el camarero lo depositó elegantemente
sobre la mesa: “Pastina in brodo, Signore”. Afortunadamente, en la pizzería de
Kiev la comida fue del gusto de todos. Dasvidaña.
Mariano Estrada, Kiev-septiembre-2005
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