La yerba
Con los dientes corvos
de la tornadera
me llegué a los prados
a volver la yerba.
Y llegué con ganas
y le di con fuerza,
porque tajo había
y cansancio apenas.
Pero al rato largo,
con el sol a cuestas,
la modorra encima
y la gorja seca,
enfilé los ojos
a la boca estrecha
del sendero abrupto
que a los prados lleva.
Pero no llegabas,
como nunca llegan
las clamadas rosas
que el deseo alienta.
En el caño inútil
de una fuente seca,
me amorré con ganas
a beber la lengua.
Me miraba un búho
desde las salgueras,
medio en broma, casi,
medio en serio apenas.
Pero no acababa
de asomar la cesta
que te va delante
por la angosta senda.
Cuando al fin llegaste
con el agua fresca,
me agarré al botijo
hasta implar las venas.
Y me fui bebiendo
hacia las choperas,
con el hambre toda,
con la sed a medias.
Y engullí con prisa
más que el pan, la cesta;
más que el agua el ansia
que te da el beberla.
El calor pasaba
por las ramas quietas,
y llegó a los troncos
y prendió las yescas.
En la calma chicha
las cigarras, mientras,
entonaban cantos
en el humo envueltas.
Cuando vino el carro
a cargar la yerba,
nos pilló dormidos
y sin darle vuelta.
Por debajo verde,
por arriba seca,
la volvió tu padre,
le ayudó mi suegra.
Pero no gruñeron
porque acaso vieran
que aún salí el humo
de entre las choperas.
Nos pusimos ambos
a apañar, siquiera,
del sinfín que había
la que estaba vuelta.
Tomada de internet sin ánimo de lucro
Yo cogí el rastrillo,
tú la achanadera;
y los dos el polvo
que la yerba suelta.
Mariano Estrada
Del libro Tierra compartida (1987)
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