Prólogo de Huellas de admiración
De lo mucho que recibí
Una buena parte de mi vida laboral, ajena totalmente a la literatura y de 40 años de duración, se sustanciaba en jornadas de 10 largas horas (*). No obstante, los días de una vida son tantos que, sin renunciar a nada realmente importante, he dispuesto del tiempo necesario para leer, para crear una obra y para escribir sobre las obras de los demás. Y es en las obras de los demás en las que se justifica este libro, que, tal como se declara en su título, es un manojo de huellas que acreditan mi reconocimiento y admiración por otros autores. Ese es el único sentido en el que se debe interpretar mi pertinaz dedicación a escribir sobre ellos a lo largo de un tiempo que, si no me traiciona la memoria, empezó con una parodia de La canción del pirata, de Espronceda, cuando yo era un imberbe de 14 años y estudiaba en un colegio de dominicos. Parodia de la que solo los cuatro primeros versos me quedaron grabados a fuego en el magín:
Con diez vestidos de gala
sebo y grasa en las caderas
y un par de medias mojadas
en las patas delanteras…
Lástima que se agote ahí mi tesoro, porque
la cosa parecía prometedora.
La primera admiración reseñable,
publicada en un modesto periódico local, fue un artículo dedicado al Superrealismo
de Vicente Aleixandre cuando le otorgaron el Nobel, cosa que ocurrió en el año
1977. Al autor galardonado ya lo había leído porque, unos años atrás, en
Madrid, me había hecho con un ejemplar de sus Obras Completas, como
resultado de haber obtenido un premio de poesía por el que los jurados me
acusaron de plagio. Lo hicieron hasta el punto de que un filólogo de la Universidad
Complutense de Madrid, en cuyo auxilio acudieron, llegó a decir que se trataba
de un poema perdido de Calderón de la Barca o de Garcilaso de la Vega. Aleixandre
no está incluido en este libro porque, a pesar de mis esfuerzos, no he
encontrado el artículo en cuestión y yo no he vuelto a escribir nada relacionado
con él o con su obra, más allá de determinadas alusiones o citas esporádicas y
sin mayor trascendencia. En el año 1977 escribí también el poema “Versos” que
le dediqué a Miguel Hernández, pero este sí consta en el libro.
A partir de ahí, las
admiraciones se fueron sucediendo, pero desgraciadamente no todas quedaron
reflejadas en un papel para depositarlas aquí como si fueran ramos de flores. Admiración
por determinados autores rusos del siglo XIX, por algunos románticos alemanes, por
algunos realistas franceses, por algunos franceses de primeros del siglo XX, algunos
italianos o ingleses, algunos sudamericanos del realismo mágico…Y, en fin, algunos
otros que fueron convenientemente leídos, asimilados y admirados, pero de los
que no quedaron huellas escritas. Pongo unos ejemplos: Herman Hesse me sedujo con
El lobo estepario y sus filosofías orientales. William Faulkner lo hizo
con la magia de sus Palmeras Salvajes. Toro Tumbo me rindió a
Miguel Ángel Asturias. Kafka me introdujo en laberintos nebulosos,
abracadabrantes e insospechados, Dostoievski me llevó a las profundidades del
alma, Marcel Proust me incitó a buscar el tiempo perdido, El Pedro Páramo
de Rulfo fue la confirmación de la dicha... ¿Y qué decir de Goethe, de
Nietzsche, de Dante, de Shakespeare…? Cómo me hubiera gustado encontrar en mis
archivos algunos testimonios de admiración hacia ellos. Pero esos testimonios
no existen y lo único que les puedo dejar aquí es mi más sincero
agradecimiento. Al fin y al cabo, yo he crecido con ellos y me he alimentado de
algunas de sus obras.
En cambio, sí han quedado
huellas escritas de autores que, a lo largo de su vida, han creado otro tipo de
obras y que, por supuesto, no son menos dignos de admiración. Estas han sido
recogidas bajo el epígrafe “Otras artes, otros oficios”. Artes y oficios como
la música, la arquitectura, la pintura, el diseño, la biología, la enseñanza,
la fotografía, la declamación, el altruismo… Y tampoco aquí están todos los que
debieran estar, puesto que hay algunos autores de este tipo de obras que han
significado mucho en mi vida, aunque nada de eso haya quedado plasmado por
escrito. Quiero declarar, no obstante, que sus huellas se han sedimentado en mi
alma con la importancia de los más preciados tesoros: aquellos que han sido
utilizados en beneficio de la intimidad.
Por último, quiero indicar que
muchos de los artículos publicados en estas páginas, y, desde luego, casi todos
los poemas, ya han visto la luz en el papel de otros libros. Pero entendí que
era necesario juntarlos porque era la única forma de darle a este homenaje el
relieve que en mi pensamiento tenía.
(*) Tal vez la causa de que yo
me haya dedicado esencialmente a la poesía, deba encontrarse en las largas
jornadas laborales a las que me he referido anteriormente. De no haber sido
así, probablemente me hubiera dedicado a la novela. Se puede objetar que llevo
10 años jubilado y novelas no he escrito más que una. Y es verdad, aunque debo
añadir que para eso también hay explicaciones. Pero no voy a darlas aquí,
porque exceden el propósito y el interés de estas páginas.
Mariano Estrada
Digno de admiración...un saludo
ResponderEliminarGracias. Quien admira a otros será alguna vez admirado. Un abrazo
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