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lunes, 13 de febrero de 2012

Enamorados, 14, Poeminos Lunáticos




 Foto tomada de internet sin ánimo de lucro

Enamorados, 14, Poeminos Lunáticos

Soy el novio de la luna,
me la he llevado a la cama
y la he tenido en los brazos
toda la noche, hasta el alba.

Enamorados, 14, Poeminos Lunáticos


En los tiempos en que yo era estudiante en Madrid, allá por los primeros años setenta, frecuentaba una cafetería de nombre Santa Marta (1) cuyo encargado vivía en la creencia de que los poetas eran seres lunáticos. Alguno de mis amigos, por otra parte, le había soplado a la oreja que yo tenía tratos con la lírica, lo que era una verdad cogida muy por los pelos. El caso es que, a partir de ese momento, cada vez que yo me acercaba a la cafetería, tanto si iba solo como acompañado, él alzaba los brazos y, mirando hacia mí, exclamaba a voz en grito: “Ay luna, luna, luna”. Lo cual se repetía un día y otro, semana tras semana, mes tras mes, e incluso año tras año… (Lo que él no supo nunca es que, a cuenta de esta historia, pero vista de otro modo y por otros ojos, un empleado a sus órdenes me regalaba todos los días el desayuno).

A nadie debe extrañarle, por tanto, y menos a mí mismo, el hecho de que ahora tenga un rinconcito en mi alma, ya que finalmente le acabé escribiendo un poema. A la luna, digo, no al encargado, aunque posiblemente lo mereciera tanto o más que ella “Ay luna, luna, luna”. Y su subordinado también, pero, en su caso, además de un poema, se hubiera merecido un desayuno con diamantes. En Tiffany’s. Lo que pasa es que a menudo las cosas son más complejas de lo que parece y el poema “La luna” se lo acabé dedicando años más tarde a Federico García Lorca, que no era encargado de cafetería ni benefactor de estudiantes desdinerados, sino el poeta que de verdad había metido a la luna en sus versos, porque era suya una parte. Cierto que una luna mirada por los niños y perseguida por los gitanos, y no la luna olvidada que yo vi una noche en Baeza, en las preciosas callejuelas que hay detrás de la catedral… La luna que puede verse aquí:

 
Naturalmente, a lo largo de los años que desde entonces han ido cayendo sobre mí, que no son mancos ni pocos, le he escrito a la luna algunos otros poemas. Es decir, le he escrito algunos poemas, en otros sólo la he nombrado como de pasada. Unos poemas que, mejores o peores, hasta hoy no han hallado varón para entregarse a él en una noche loca ni oportunidad para salir a la luz casta del día. Hoy los dejo aquí para que se diviertan con vosotros, ya que doy por supuesto que, una vez publicados, los poemas tienen vida propia. Y después de tantos años, supongo que tendrán muchas ganas de divertirse…

La luna estaba esta noche
muy solitaria en el cielo.
Yo la bajé con mis ojos
para acercarla a tus besos.

Un abrazo

(1).- La cafetería Santa Marta estaba en la gasolinera de la Autopista de Barajas en su cruce con la calle Arturo Soria.


Luna de papel


Se sabe que la luna se ha formado
con trozos de papel enamorado.

A veces tosco, a veces arrugado,
a veces ricamente perfumado.

Pero lleno de lágrimas espesas,
de súplicas, de besos, de promesas.

O sea que la luna, amigos míos,
es un campo de tinta y desvaríos.

Un monte de papel y de ilusión
con letras del color del corazón.

                                          Foto tomada de internet sin ánimo de lucro


Noche sin luna

Por donde saltan los gatos
me deslicé de rodillas.
la noche andaba sin luna
y, más aún, sin bombillas.

La luz quedaba por dentro,
tras la ventana encendida;
y dentro tú, como novia
para el amor ofrecida.

Pero los ojos de un gato,
acaso sólo imaginan
cuando las noches sin luna
tampoco tienen bombillas.

Con una luz solitaria,
que ciegan bien las cortinas,
un gato, por más que quiera,
no puede ver, sólo mira.

Final para salvar el honor:

Entre las luces del alba,
la sombra se desleía;
dejaba el gato tu casa,
entraba el hombre en la mía.

Foto Mariano Estrada


Púas de luna

La luna va tras las púas
de una alambrada de espino.
Quiere exponerse a la sangre,
quiere ofrecerse al mordisco.

Y es que se siente muy sola
en el espacio infinito.
Y le da miedo la altura,
y le da miedo el olvido.

Quisiera ser una estrella
de rayos menos altivos,
para abrazarse a la vida
con el amor de los vivos.

Posdata:

Pero los vivos de ahora
tienen los brazos raídos,
porque el amor se hizo carne
y la han vendido por kilos.

De la serie “Poeminos”

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

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