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martes, 19 de febrero de 2013

Juan Manuel Díaz en la presentación del último libro de Mariano Estrada, Animales en el corazón



Juan Manuel Díaz y Mariano Estrada. Foto Fernando Medrano


Juan Manuel Díaz en la presentación del último libro de Mariano Estrada, Animales en el corazón

El pasado sábado, día 16 de febrero, en el salón de actos del Centro Social Llar del pensionista de Villajoyosa, se presentó el último libro de Mariano Estrada, Animales en el corazón. Uno de los presentadores fue Juan Manuel Díaz Álvarez, filósofo asturiano que ha dedicado su vida a la enseñanza.

Este fue su discurso.

                                           ANIMALES EN EL CORAZÓN


            Buenas tardes:

A lo largo y ancho de mi vida he asistido a tres presentaciones de libros, siempre en calidad de oyente:
  • Autobiografía del general Franco de Manuel Vázquez Montalbán
  • El hermano bastardo de Dios de José Luis Coll
  • El Placer de la Carne de mi amigo Carlos Fernández, presentada por Jerónimo Granda.
Las dos primeras tuvieron un formato muy similar, incluyendo el mismo local, y que se sintetiza de la manera siguiente:
  • Cuando yo llegaba al salón, ya estaban sentados en la mesa, situada sobre un escenario como éste, el autor y el presentador, constatando con los respectivos rabillos de sus ojos, el número de oyentes que, como gotas de agua en un desierto, íbamos cayendo e incluso calando, es decir entrando en la sala.
  • El presentador iniciaba su perorata hablando del autor o del libro o de ambos, echándoles flores con palabras cuidadosamente elegidas, que traía escritas en unas cuartillas como éstas, quizá para no equivocarse o atascarse.
Y bueno, el presentador leía y leía hasta que terminaba de leer.
  • Finalizada la lectura, sonaban unos aplausos de compromiso, posiblemente de alivio para los oyentes.
  •  Por fin llegaba el momento más interesante para mí. Los autores, después de explicar los motivos que les llevaron a escribir el libro, abrieron un coloquio del máximo interés, que mereció sobradamente la asistencia al acto.
“El Placer de la Carne” fue totalmente distinto. ¿Por qué? Pues porque el presentador era Jerónimo Granda y eso, en Asturias, ya son palabras mayores.

Si hoy estuviera aquí, presentando el libro de Mariano, tendríamos garantizadas dos horas de divertimento total, incluyendo, porque viene al caso, la copla de RIGOLETU, nombre de un burro famoso.

Tenía un borricu Antón
en la cuadra y a buen piensu
muy guapu y intelixente
llamábase Rigoletu.
Un día sacólu Antón
y cuando taba montau
oyó al burru que-y decía
“Yo quiero ser diputau”
Dixo Antón a Rigoletu
“¿cómo dices coses tales?
¿nun sabes que en el gubiernu
nun admiten animales?”
Entre rebuznos y coces
dixo-y Rigoletu a Antón:
“¡Hay munchos más diputaos
que son más burros que yo!”

Pues el tal Jerónimo y Mariano tienen contingencias que luego os contaré.

Por avatares del destino y por la amistad que me une con el autor, hoy soy yo el que asumo el rol de presentador.

Llevo días reflexionando qué implica este compromiso. He concluido algo evidente: Estoy aquí para transmitir a todos vosotros, oyentes hoy como yo lo fui antaño, que acaba de nacer una joya literaria. Ese es mi convencimiento personal y quisiera que mis argumentos, expuestos en formato desenfadado y entretenido, produjeran en vosotros la misma conclusión.

¡Manos a la obra!

Según tengo entendido, lo primero es hablar del autor.

Aquí lo tenéis. Mariano Estrada Vázquez. Algo más de metro sesenta de pura esencia zamorana, amasada con el roble y el granito que tanto abundan en el entorno de Muelas, pero vivificada con el corazón del príncipe feliz, aquel personaje grandioso salido de la imaginación de otro  poeta, el escritor y dramaturgo irlandés Oscar Wilde.

Permitidme que os cuente, con cierto detalle, cómo se fraguó mi amistad con Mariano.
La tarde del 6 de abril del año 2007, festividad de viernes santo, estaba yo pendoneando por internet en busca de páginas literarias. Casualmente, entré en un blog que me enganchó al instante sólo por el título: “El futuro está en las rosas”

Leí un poema y me gustó. Así que continué adentrándome por sus páginas hasta que, de repente, descubro un nombre y dos apellidos: Mariano Estrada Vázquez. El corazón me dio un vuelco y hasta percibí que se aceleraba mi pulso. ¡No, no podía ser!. Seguro que todo era una coincidencia simpática de dos personas con nombre y apellidos iguales. Y sigo buceando en el blog: “Espera que hay una foto” La bebo con la mirada, la escudriño hasta el más mínimo detalle y concluyo: ¡Es él, sin duda que es él!
¿Y quién era él? Esta pregunta casi parece una parodia de José Luis Perales:

¿Y Cómo es él?
¿En qué lugar se enamoró de ti?
¿De dónde es?
¿A qué dedica el tiempo libre?
Pregúntale,
¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?
Es un ladrón, que me ha robado todo.

Pero en este caso no se trataba de un ladrón, enamorado de mí, robándome un trozo de mi vida. La foto que había en aquel blog era la de un zamoranín que yo recordaba con cara de adolescente, rubio, listo como una ardilla (aunque ahora sé que a él le gustaría más que dijera “listo como una avispa”), buen deportista y por encima de todo, portador de una alegría y una felicidad contagiosas.

Estrada, allí estaba Estrada cuarenta y cinco años después. ¿Después de qué?, os estaréis preguntando.
Para responderos tengo que remontarme al año 1960. O sea, hace 53 años.

Aquella era otra España y otra época. De aquella España y de aquella época hay miles de tratados históricos a los que podéis acceder fácilmente. Pero no vais a encontrar ninguno que os explique “la intrahistoria” unamuniana, la vida silenciosa de millones de españoles sin historia que a todas horas del día se levantaban a una orden del sol e iban  a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna.

¡Animales en el corazón! Aquí, en este libro, tenéis los relatos que contienen la intrahistoria de la que os estoy hablando. Primera razón que os aporto para animaros a leerlo.

En aquella España, una, grande y libre, “nación gloriosa llamada a alcanzar los más altos destinos a que puede aspirar un pueblo”, los españoles éramos, por designio de alguien,  mitad monje y mitad soldado, templarios anacrónicos, que no en vano Muelas lleva el apellido “de los Caballeros”.  Respecto a lo de “grande” recuerdo una anécdota que ilustra lo que pretendo transmitiros. En los años 50, el pan familiar se restringía mediante cartillas de racionamiento. Para obtener la exigua ración diaria, mi madre se situaba en la cola de reparto y esperaba paciente por los siete chuscos que le correspondían. Un día el falangista de turno anunció que se había acabado la harina y que no habría pan esa jornada. La cola se resignó ¡Qué remedio! Pero una gitana contigua a mi madre tuvo la valentía de emitir este comentario: “Jezú qué Franco, Jezú que hombre que tan grande ha hecho la Ezpaña que no tocamos ni a bollo”
Retomo el hilo de mi discurso. Aquel panorama sociopolítico llenó la geografía nacional de seminarios, internados de miles de españolitos, niños yunteros, que huíamos de una tierra descontenta y un insatisfecho arado, porque desde muy pequeños sabíamos que el sudor es una corona grave de sal para el labrador.

En el año 1960, Mariano y yo llegamos juntos al seminario de los Dominicos, en el Páramo leonés.
Como el Isidoro, entrañable personaje creado por Delibes en Viejas historias de Castilla la Vieja, llevábamos, avergonzados, el pueblo en la cara. Años más tarde, al igual que el Isidoro, empezamos “a darnos cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro”

Abro un paréntesis: Hay un apartado en este libro que habla de las perdices de Muelas y Miguel Delibes. Mariano, en su día, se sumó a la campaña de los que solicitaban el Nóbel para don Miguel. Cierro paréntesis y continúo.

Convivimos durante cinco o seis cursos, en convivencia fraterna de veinticuatro horas al día y siete días a la semana. A pesar de tantas vivencias y tantos recuerdos, yo puedo destacar uno: El cariño que Mariano sentía hacía su padre. Con qué orgullo me relataba el día en que su padre le acertó a una liebre con un tiro de fusil en los labrantíos de Muelas. O cómo su padre metía los brazos en las colmenas de las abejas, recibiendo impasible las decenas de picaduras para aliviar el reuma.

Leed, leed este libro para descubrir el valor de la familia y la felicidad familiar, que, como el cariño verdadero, ni se compra ni se vende.

Hacia 1966 nuestras vidas siguieron rumbos diferentes. En más de 41 años, nada supimos el uno del otro.
Hasta aquel viernes santo.  Sería la hora sexta cuando le escribí un correo electrónico, prejuzgando que no tendría respuesta.

“Soy Manolo. Seguro que no me recuerdas…”
 
Y entonces, antes de la hora nona, tenía la respuesta de Estrada, tan cercana que dejaba fuera de juego al famoso “decíamos ayer” de Fray Luis de León.

Y comprendí que otro poeta, Rilke, tenía razón  “La patria del hombre es su infancia”
Y reanudamos los viejos afectos del día anterior, ignorando una noche de más de cuatro décadas.
En estos últimos siete años leí casi todos los libros de mi amigo. Y, a trazos de brocha gorda, con la autoridad derivada de mi oficio de jornalero de la gramática, os resumo mis conclusiones en dos pinceladas:
  • La poesía de Mariano tiene ese nivel superior que sólo se consigue con talento, inspiración, sensibilidad, trabajo y profundo conocimiento de los grandes autores de nuestra literatura. Lorca decía “si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios —o del demonio—, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema”
  • Personalmente siento una profunda admiración por este poeta capaz de sobrellevar a un mismo tiempo dos actividades contrapuestas: El ladrillo y la poesía. Porque autores capaces de equilibrar una y otra cosa hay pocos, y que además quieran hacerlo, que quieran invertir tiempo, esfuerzo e ilusión en ello, hay todavía menos. Digamos que por causa de las fuerzas del mercado y por la natural desidia humana, estos autores, como nuestro Mariano, son hoy una especie en extinción.
Y a estas alturas caigo en la cuenta que he venido hoy aquí a presentaros un libro. ¡Dios, qué cabreo tendría Paco Umbral! Procedamos rápidamente.

Animales en el corazón es un libro construido con el material más fascinante del mundo: los animales.  Pero en un tiempo y en un lugar concreto “el tiempo y el lugar en el que yo fui niño”, como nos confirma el propio autor.

La forma es una combinación de prosa y poesía en simbiosis temática. Las partes narrativas, las más abundantes, encajan en el modelo Platero y Yo, donde la prosa se disfraza de poesía o la poesía de prosa. Precisamente el libro incluye un precioso relato que se titula “Platero y una niña sin dientes”
Cuando Mariano escribe prosa tiene un rasgo peculiar que lo singulariza: su habilidad para jugar con las palabras, una particular logomaquia  que  crea distintas atmósferas en un texto, consiguiendo diferentes familias semánticas fruto de una lúdica interacción con la fonética.

Y el humor. Al leer el libro enseguida captareis ese rasgo como algo vivaz y gratificante que ameniza singularmente la lectura.

No todos los relatos pertenecen al pasado. Leed pausadamente la parábola que se titula “las flores mágicas y el picotazo de las abejas”

Si los políticos lo utilizaran como manual, ahí tendrían el remedio para superar esta angustiosa crisis.
Y termino definitivamente con una recomendación. Me vais a permitir que lo haga en bable, mi lengua natal, que os supongo capaces de entender:

Esti llibrín ye una llambioná, nun tién desperdiciu.
Recomiendovos lleelu adulces, calmu, non d’un tirón.
Meyor en dies sueltos, dos o tres rellatos ca día, que lleer ye como comer. Hay que facelo despaciu, mazcandu, paladiandu les pallabres, esfrutándoles y ¡cavilando les coses!
Bon provechu, haiga salú y suerte.
Juan Manuel Díaz Álvarez

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