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sábado, 8 de junio de 2019

Antiguos miedos



Foto tomada de internet sin ánimo de lucro


Antiguos miedos

En algunos de los textos que he publicado sobre mi abuelo hago referencia a un viejo mueble de roble en el que guardaba sus libros. Era un mueble pequeño y los libros eran realmente muy pocos. Pero qué grandes misterios encerraba. Qué miedos salían de su interior para extenderse por toda la habitación e incluso por todos los rincones de la casa “Mamá, tengo miedo”. Y qué atracción ejercía sobre la mente inmaculada y tremendamente curiosa de un niño de aproximadamente 10 años…

“Sí, su cuarto era el recinto de las almas en pena, la magia que envuelve los misterios de la noche, la caja de las ánimas… Y aquel viejo mueble de rinconera, aquella dependencia mágica donde guardaba sus libros ¡Ay! Las coberturas negras de sus libros, la enlutada encuadernación de tanto misterio…”

Llegó un día, sin embargo, en que yo me decidí a abrir los cajones y las puertas, a la vez que extraía de la cabeza aquel polvo viejo. Los años habían pasado sobre mí y, naturalmente, mis pensamientos se habían racionalizado. Y aunque la curiosidad se mantenía en un grado bien alto, los miedos se habían diluido lo suficiente como para poder saltar las barreras y afrontar los peligros:

“Cruces y demonios, fantasmas y ritos, cabras y corderos. Magia, magia… Comunión con la muerte, conversaciones con las almas de los desaparecidos. Tormentos de la imaginación, persecuciones, cantos y liturgias, engendramientos de invisibles demonios…”

Así que abrí los espacios oscuros y sagrados de aquel pequeño mueble que ejercía sobre mí una atracción tan poderosa y, nada más abrirlos, respiré un gran silencio y una gran calma. Los libros estaban tan arrinconados que me parecieron completamente inofensivos, casi diría que indefensos. ¿Cómo les había atribuido yo unos poderes tan grandes que hasta se habían adueñado de mi espíritu? Supe entonces que el poder no estaba encerrado en aquel precioso mueble de roble ni en las tapas oscuras de aquellos libros temidos ni en las historias que en ellos se pudieran contar, algunas de las cuales giraban en torno a un personaje llamado Gaspar Medianoche. El poder estaba exclusivamente en mi abuelo que, dentro de la realidad en la que todos vivíamos, supo crear un mundo propio y totalmente distinto en el que yo caí como un pequeño insecto en una tela de araña, la cual, sin embargo, no estaba fabricada con segregaciones de seda, sino con una mezcla extraña de devoción, amor y fantasía.

Antiguos miedos

A mi abuelo,
progenitor de mis miedos

El alma se me agita en los cajones
del viejo aparador de rinconera.
Antiguos miedos y tan larga espera
me encienden el tizón de las pasiones.

Misterios, magias, libros de oraciones,
pavesas vagas de una ardiente cera...
¿Qué busco? No lo sé, la antigua fiera
que siempre me esperaba en los rincones.

Mi mano, saturada de ficciones,
opone la razón a la quimera
y ataca en su terreno a los leones.

Y abiertas en canal las ilusiones
pregunto en el confín de la madera:
¿adónde estáis, espíritus burlones?

Mariano Estrada. Del libro Trozos de cazuela compartida (1991)

2 comentarios:

  1. Hermosas vivencias las tuyas, Mariano, ahora recuerdos. Entre mis vivencias de infancia-adolescencia y actual recuerdo,
    existe una modesta *cómoda*, artesanal, pintada de verde, con sus misterios de entonces y con un destino de paradero que desconozco y no tengo a quién preguntar. Pero nada ni nadie podrá borrarla de mis neuronas. Va un abrazo argentino. Victoria

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  2. Claro, Victoria, los recuerdos de la infancia-adolescencia son realmente imborrables. La cómoda ha desaparecido, pero tus vivencias con ella no desaparecerán jamás. Ya ves que a mí me ha pasado lo mismo con aquel viejo mueble de rinconera, que, por suerte, está en el salón rehabilitado de la misma casa. Un fuerte abrazo

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