Foto tomada de internet sin ánimo de lucro
Antiguos
miedos
En
algunos de los textos que he publicado sobre mi abuelo hago referencia a un
viejo mueble de roble en el que guardaba sus libros. Era un mueble pequeño
y los libros eran realmente muy pocos. Pero qué grandes misterios encerraba.
Qué miedos salían de su interior para extenderse por toda la habitación e
incluso por todos los rincones de la casa “Mamá, tengo miedo”. Y qué atracción
ejercía sobre la mente inmaculada y tremendamente curiosa de un niño de
aproximadamente 10 años…
“Sí,
su cuarto era el recinto de las almas en pena, la magia que envuelve los
misterios de la noche, la caja de las ánimas… Y aquel viejo mueble de
rinconera, aquella dependencia mágica donde guardaba sus libros ¡Ay! Las
coberturas negras de sus libros, la enlutada encuadernación de tanto misterio…”
Llegó
un día, sin embargo, en que yo me decidí a abrir los cajones y las puertas, a
la vez que extraía de la cabeza aquel polvo viejo. Los años habían pasado sobre
mí y, naturalmente, mis pensamientos se habían racionalizado. Y aunque la
curiosidad se mantenía en un grado bien alto, los miedos se habían diluido lo
suficiente como para poder saltar las barreras y afrontar los peligros:
“Cruces
y demonios, fantasmas y ritos, cabras y corderos. Magia, magia… Comunión con la
muerte, conversaciones con las almas de los desaparecidos. Tormentos de la
imaginación, persecuciones, cantos y liturgias, engendramientos de invisibles
demonios…”
Así
que abrí los espacios oscuros y sagrados de aquel pequeño mueble que ejercía
sobre mí una atracción tan poderosa y, nada más abrirlos, respiré un gran
silencio y una gran calma. Los libros estaban tan arrinconados que me
parecieron completamente inofensivos, casi diría que indefensos. ¿Cómo les
había atribuido yo unos poderes tan grandes que hasta se habían adueñado de mi
espíritu? Supe entonces que el poder no estaba encerrado en aquel precioso
mueble de roble ni en las tapas oscuras de aquellos libros temidos ni en las
historias que en ellos se pudieran contar, algunas de las cuales giraban en
torno a un personaje llamado Gaspar Medianoche. El poder estaba exclusivamente
en mi abuelo que, dentro de la realidad en la que todos vivíamos, supo crear un
mundo propio y totalmente distinto en el que yo caí como un pequeño insecto en
una tela de araña, la cual, sin embargo, no estaba fabricada con segregaciones
de seda, sino con una mezcla extraña de devoción, amor y fantasía.
Antiguos miedos
A
mi abuelo,
progenitor
de mis miedos
El
alma se me agita en los cajones
del
viejo aparador de rinconera.
Antiguos
miedos y tan larga espera
me
encienden el tizón de las pasiones.
Misterios,
magias, libros de oraciones,
pavesas
vagas de una ardiente cera...
¿Qué
busco? No lo sé, la antigua fiera
que
siempre me esperaba en los rincones.
Mi
mano, saturada de ficciones,
opone
la razón a la quimera
y
ataca en su terreno a los leones.
Y
abiertas en canal las ilusiones
pregunto
en el confín de la madera:
¿adónde
estáis, espíritus burlones?
Mariano
Estrada. Del libro Trozos de cazuela
compartida (1991)
Hermosas vivencias las tuyas, Mariano, ahora recuerdos. Entre mis vivencias de infancia-adolescencia y actual recuerdo,
ResponderEliminarexiste una modesta *cómoda*, artesanal, pintada de verde, con sus misterios de entonces y con un destino de paradero que desconozco y no tengo a quién preguntar. Pero nada ni nadie podrá borrarla de mis neuronas. Va un abrazo argentino. Victoria
Claro, Victoria, los recuerdos de la infancia-adolescencia son realmente imborrables. La cómoda ha desaparecido, pero tus vivencias con ella no desaparecerán jamás. Ya ves que a mí me ha pasado lo mismo con aquel viejo mueble de rinconera, que, por suerte, está en el salón rehabilitado de la misma casa. Un fuerte abrazo
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