Visión de la Naturaleza, un poema de más de 20 años.
Por
y para los niños
Es
verdad que los niños
-candorosos
y puros-
creemos
ciegamente
que
todo lo que existe es inmutable.
Por
eso yo pensaba que los árboles
eran eternos, como el
mármol.
Pero he visto que no, que
los mayores
despliegan mucho ingenio
para que todo se complique,
e incluso se confunda,
causando muchos males a la
naturaleza.
Y yo quiero saber, al menos,
si los fuegos voraces del
verano
-alevosos y múltiples-
han quemado los bosques de
los cuentos,
donde estaban las hadas y
las brujas,
los enanos y los gigantes,
los ogros y los lobos y las
caperucitas.
También temo que un día
la estulticia y el mal
desmoronen las cumbres de
los montes
-que son depositarias
del calor y la nieve-,
y que vuelquen las tierras
sobre el valle
para que queden sepultados
los corzos, cuando bajan a
beber,
tras la ventura de los
pastos.
Sé que en ciertas ciudades,
sitiadas por la
contaminación,
los pájaros darían
sus desayunos
por ver beber a un ciervo
las transparencias líquidas
de un río,
cuando se abre a la luz de
la mañana.
Y sé también que ante esta destrucción,
descontrolada y evitable,
los impostores aseguran
que la naturaleza
-por más que la violemos-
siempre va corrigiendo los
desmanes humanos,
de modo que, al final,
es ella la que acaba
colgando los trofeos
en la pared.
Y esto debe ser grave,
porque a mi padre
-que siendo labrador es
aparcero
de la sabiduría-,
al oír estas cosas,
los ojos se le llenan de
nublados:
esas penas oscuras
que nosotros, los niños,
conocemos muy bien, porque
contienen
la munición doliente de las
lágrimas.
Mariano Estrada
Del libro A este lado del
Paraíso (2000)
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