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jueves, 15 de abril de 2010

Palomas desprendidas de un alero de barro


M. Estrada. Plaza de San Marcos. Venecia, 1975

Palomas desprendidas de un alero de barro

La palabras que dejo a continuación, en cursiva, pertenecen a un pequeño prólogo del libro “Palomas desprendidas de un alero de barro”, incluido en “Azumbres de la noche”. Fueron escritas en las proximidades del año noventa. No es un texto del que, formalmente, me sienta especialmente orgulloso, sino que tira más bien a normalito. Lo que sí me parece destacable es que, a pesar de haber cruzado yo la barrera de los sesenta años, hoy podría afirmar exactamente lo que en ellas se afirma. Y es que, para bien o para mal, hay cosas que uno no puede elegir, sino que, invocando una vez más a JL Borges, son ellas las que eligen por uno.

En cuanto al poema que os ofrezco, poco que añadir a lo que pueda desprenderse directamente de una reposada lectura. Tan sólo recordar que es una de aquellas palomas que “Iban a volar incontenibles. Para eso nacieron. En vano las codiciaba la muerte”.

El pequeño prólogo

Una de las cosas que quisiera conservar de por vida es la capacidad de sentir: condición que creo suficiente para andar por este mundo con el pecho descubierto, evitando no sólo las abulias e hipocondrías, sino también los estímulos bastardos o artificiales.

Naturalmente, soy consciente de que los sentimientos a menudo son dolorosos, pero no lo soy menos de que “al dorso de un dolor puede haber un pámpano de felicidad”. Dicho de otra forma: sin esa capacidad de sentir no puede haber sentimientos, y, sin sentimientos, no puede haber dolores o felicidad. ¿Y qué otra cosa es la vida?

En mi alma se cruzan de continuo –acaso alguna vez de consuno- los hilos de tan opuestas corrientes, dejándome en los ojos aluviones de gozo o de pena, de desamparo o de amor.

Esta es la causa por la que, frisando los cuarenta años de vida, el barro que me constituye ha engendrado unas candorosas palomas. Que el dios me las permita engendrar largo tiempo, porque creo que es un modo muy lúcido, y muy digno también, de mantener a raya a la muerte.

Mariano Estrada

El poema o… la paloma


OYE ESTA PALABRA

Oye esta palabra mínima,
ala de ave, apenas mariposa,
que vuelve sobre ti
en un arpegio tenue.

Óyela, concíbela otra vez,
como si fuera el halo
de nuestra lírica luna: la primera.

Deposítala en la flor que tuvo el alma
sobre el pecho herido,
recortado en el papel
y el viento.

Óyela temblar.
atiéndela en regazo de paloma,
con calor de niño,
con caricia suave
desprendida de la yerba.

Mira este potrillo desherrado,
esta gota de agua
caída de una lluvia incontenible.
Ámala otra vez en el camino
lento
que nos dio la tarde.

Pruébala, recíbela,
tómala en tu vientre enamorado
y apártale esa nube procelosa, mala,
en la que ¡ay!, sin darse cuenta,
huyó de tu candor
para dejar de ser ángel.

Mariano Estrada http://www.mestrada.net/ Paisajes Literarios


 Elizabeth Piña Estrada. Faro de Calpe. Foto Fernando Medrano

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias, Marisol: y hermosas palomas en la Plaza de San Marcos, de Venecia. Y hermosa chica, la del vestido blanco... Un abrazo

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