Rosa, Venecia, septiembre 1975
El yugo
Que tu cuerpo origine en mi boca candoroso azúcar
o constituya en mis ojos una nube de adinamia,
en nada justifica que me cubras de acritud,
Me has atado al carro con un yugo de viento.
Me das para beber la piel sudada.
Me azuzas el oído con un látigo de acíbar.
Dispones una alcoba en el desván
para que
pase la noche.
Y, entretanto, ¡ay!,
tu
perro duerme contigo.
¿Por qué no atiborras mi vientre
con
un puñado de piedra?
Si subo, baja.
Si logro sonreír, de qué.
Si digo que me voy, adónde.
Calla, no preguntes, a quién miras…
Si te pido un beso, ¡Dios, un beso!
¡No está helado el frío!
¡No hace tiempo que los montes
se perfilaron de nieve!
Tus palabras, ésas.
Y tu cuerpo ahí, forjado en un taller de Alejandría,
con capiteles corintios y el barro antiguo de Roma.
Ménade, bacante, barragana…
Yo sé que encubres un trato con el vino.
Pagaré la vid al precio de la sangre,
pero yo seré tu dios
y tú te
perderás para ser mía.
Mariano Estrada.
Del libro Azumbres de la noche (1993)
Del libro Azumbres de la noche (1993)
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