
Fotomontaje de Justino Blanco Villacé
El camino
A nadie se le oculta que el camino de los seres humanos, a lo largo
de la vida, tiene muchos e importantes avatares. En los períodos de la
infancia y de la adolescencia, además, está la tremenda dificultad de
que hay que dar sobre él los primeros pasos: unos pasos que, aunque
inseguros y balbucientes, pueden ser definitorios y decisivos en el
siempre irremediable futuro. Y no voy a perderme en cuestiones puramente
semánticas, todo el mundo sabe que la expresión “no ha encontrado el
camino”, significa que, de todos los iniciados por alguien -que a veces
son numerosos-, no se ha identificado aún con ninguno. Lo cual puede
ser deprimente, sobre todo si se sabe que hay personas que no sólo lo
han encontrado a la primera, sino que encima, y al margen de sus
mayores o menores dificultades, ha resultado ser realmente el camino,
es decir, el adecuado, el apropiado, el auténtico, el suyo. ¿Y a qué
llamo yo encontrar el camino? Pues a encontrar la orientación,
sencillamente. ¿A qué otra cosa, si no? El camino puede ser tortuoso,
confuso, llano, ramificado, dubitativo, múltiple, diverso… (En realidad
suele ser una combinación de estas y otras cosas). Pero tú, caminante,
tienes que saber siempre dónde tienes los pies y, sobre todo, dónde
tienes el Norte. ¿Y qué pasa en el Norte? Pues el Norte te indica
claramente que aunque te pierdas te encontrarás; que los recesos, los
retrocesos o desandares, las dudas, las contradicciones, los escollos,
incluso los desánimos, los descréditos, los empujones, las zancadillas y
las caídas, no son otra cosa que el bagaje vital, el fortalecimiento
del músculo, la acumulación de experiencias, la maduración como persona,
el enriquecimiento del espíritu… Es decir, el camino. Porque todo eso, más lineal o más zigzagueante, es justamente el camino.