Fotomontaje de Justino Blanco Villacé
El camino
A nadie se le oculta que el camino de los seres humanos, a lo largo
de la vida, tiene muchos e importantes avatares. En los períodos de la
infancia y de la adolescencia, además, está la tremenda dificultad de
que hay que dar sobre él los primeros pasos: unos pasos que, aunque
inseguros y balbucientes, pueden ser definitorios y decisivos en el
siempre irremediable futuro. Y no voy a perderme en cuestiones puramente
semánticas, todo el mundo sabe que la expresión “no ha encontrado el
camino”, significa que, de todos los iniciados por alguien -que a veces
son numerosos-, no se ha identificado aún con ninguno. Lo cual puede
ser deprimente, sobre todo si se sabe que hay personas que no sólo lo
han encontrado a la primera, sino que encima, y al margen de sus
mayores o menores dificultades, ha resultado ser realmente el camino,
es decir, el adecuado, el apropiado, el auténtico, el suyo. ¿Y a qué
llamo yo encontrar el camino? Pues a encontrar la orientación,
sencillamente. ¿A qué otra cosa, si no? El camino puede ser tortuoso,
confuso, llano, ramificado, dubitativo, múltiple, diverso… (En realidad
suele ser una combinación de estas y otras cosas). Pero tú, caminante,
tienes que saber siempre dónde tienes los pies y, sobre todo, dónde
tienes el Norte. ¿Y qué pasa en el Norte? Pues el Norte te indica
claramente que aunque te pierdas te encontrarás; que los recesos, los
retrocesos o desandares, las dudas, las contradicciones, los escollos,
incluso los desánimos, los descréditos, los empujones, las zancadillas y
las caídas, no son otra cosa que el bagaje vital, el fortalecimiento
del músculo, la acumulación de experiencias, la maduración como persona,
el enriquecimiento del espíritu… Es decir, el camino. Porque todo eso, más lineal o más zigzagueante, es justamente el camino.
En la España de la posguerra, desbrozar un camino era tarea harto
difícil, sobre todo en las zonas rurales, donde el único camino posible,
aparte de empinado y angosto, era el camino familiar, por el que
andaban al tiempo, y/o sucesivamente, los abuelos, los padres y los
hijos, a veces los hijos de los hijos. En la mayoría de los casos,
incluso, se arracimaban todos en una misma casa, comían de la misma
comida y trabajaban en las mismas tierras. Y no había más caminos que
los que a ellas llevaban. Más aún, nadie pensaba que se pudiera hacer
otra cosa en el mundo. En los pueblos de la Carballeda zamorana, esto
fue así hasta que algunos inconformistas y/o rebeldes, entre los que se
encontraba mi padre, dejaron volar sus pensamientos más allá de las
fronteras municipales o comarcales. Así fue como mi hermana mayor fue a
estudiar a Granada, que no es precisamente el pueblo de al lado. Y así
fue como yo, unos años después, me vi metido en un autobús de la empresa
Fernández que me dejó en las mismísimas puertas de la Fundación Virgen
del Camino. Esto ocurría en septiembre de 1960, cuando Muelas de los
Caballeros contaba con todos sus habitantes, menos uno: un niño, como
yo, que había ingresado un año antes en el Seminario de Astorga. O sea
que fraile o cura. No había otra alternativa posible. ¿Vocación? Bueno,
yo declaro que la mía se la sacó de la chistera mi padre: “Este va a
estudiar con los frailes como yo me llamo Daniel. ¿De qué otro modo puede
salir de esta vida arrastrada?”.
¿Habrá que recordar que Daniel es el profeta de los leones? ¿Y no era
en León, precisamente, donde estaba la Virgen del Camino? En aquel
justo momento quedó echada mi suerte para los próximos años. Alea jacta est,
hubiera dicho mi padre de haber sabido latín. Como no lo sabía, dijo:
muchacho, éstas son lentejas, pero tú no estás en disposición de
dejarlas. Eamus enim –repliqué yo, aceptando su decisión y expresando con mímica unos vocablos que aún no había aprendido.
¿Quiere esto decir que mi padre engañó deliberadamente a los frailes?
No, mi padre pensaba en mí, en mi futuro, y hasta puede que me viera
realmente de dominico. Lo demás lo puso la vida. Ni siquiera yo era
consciente de estas cosas que ahora veo tan claras. El día en que lo
fui, ya con 18 años, me volví a plantar en casa para sorpresa y disgusto
de mi madre, a la que nada había dicho. Mi padre estaba entonces en
territorios gabachos, tratando de ganar con sus manos el pan nuestro de
cada día. Era la época de la emigración. Los pueblos habían roto el duro
cinturón del aislamiento.
Quiero dejar constancia aquí de un profundo agradecimiento a mi
padre, que tanto se preocupó por mí, y a mí madre, que fue tan abnegada y
comprensiva. También quiero expresar mi agradecimiento a una persona
buena que, desde el anonimato, pagaba aquellas trescientas y pico
pesetas que, si no recuerdo mal, costaba el colegio. Y al Padre
Arenillas, que fue quien la buscó desde su observatorio de San Esteban,
en Salamanca. Y a todos los profesores que tuvieron alguna influencia en
mi formación, que, por supuesto, no se limitó a lo religioso, sino que
fue resueltamente humanista. Y a mi hermana Antonia que, además de la
mayor, era mi sol sostenido. Ella quiso ser misionera desde niña, antes
de que mi padre la llevara a Granada, donde tomó los hábitos de la Orden
de Santo Domingo. Luego se fue a la selva de Kamarata (Venezuela),
después al Zaïre, donde estuvo 22 años, y ahora está en Kiev, donde ha
fundado la Casa de los Niños (Dim Ditey, en ruso). Ella
encontró el camino a la primera. Supo que era el suyo, se aferró a él
con inquebrantable resolución y por él ha transitado durante toda la
vida. En la actualidad tiene 65 años y la declarada admiración de su
hermano, que, desde convicciones y compromisos diferentes, reconoce en
las Misiones (y en los misioneros) la generosa labor en la que la
Iglesia puede lavar sus numerosos errores.
Posdata:
Este artículo fue escrito el día 25 de mayo del año 2007 con motivo
de la celebración del 50 aniversario del Colegio Virgen del Camino
(León), donde yo estudié y viví entre los años 1960 y 1965. Por
entonces se editaba en el Colegio una revista titulada “Camino”, de la
que se pretendió sacar un último número, pero esto no llegó a hacerse.
El encuentro tuvo lugar en octubre de 2007, con la participación de
unas 600 personas, aunque lo cierto es que, de una u otra forma,
estuvimos todo el año de celebraciones. Mi compañero y amigo Justino
Blanco Villacé, leonés de Valderas, pergeñó el magnífico montaje
fotográfico que veis y que dio mucho juego en el Blog de Antiguos
Alumnos que dirige Josemari Cortés Aranaz, de la Plaza de la Inmaculada.
Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios
que bella esa descripción del camino comparado con el camino de la vida,a veces es uno solo,otras veces hay varios caminos,se duda,se retoma o se deja,pero los caminos de la vida ,nunca lo sabremos con precisión,por eso las equivocaciones .hermosa publicacion.
ResponderEliminarHola, Marisol:
ResponderEliminarEn realidad, la vida es una encrucijada detrás de otra. Es decir, tomas uno de los caminos que te ofrece y, en un punto de determinado, aparece otra encrucijada. Y así hasta el fin, sucesiva e incesantemente.
Es normal que a veces nos equivoquemos.
Un abrazo