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viernes, 18 de abril de 2014

Gabriel García Márquez: la Historia se encargará de que no muera.

García Márquez. Tomada de internet sin ánimo de lucro 

Hoy es el segundo aniversario de la muerte de Gabriel García Márquez, un genio de la literatura. Rescato esta entrada que le dediqué en aquellos tristes momentos. (17-04-2016)


Gabriel García Márquez: la Historia se encargará de que no muera.

Hace solo unos días que estuvo ingresado en el hospital con pronóstico grave. Desde entonces se sabía que iba a morir pronto. Y así ha sido: ayer, 17 de abril de 2014, murió  Gabriel García Márquez. Sus funerales no serán los de la Mamá Grande, sino los de un hombre que, a pesar de su indiscutible y reconocida grandeza, siempre se supo pequeño. Y  como tal fue humilde, honrando con su ejemplo y con la fidelidad de sus ideas a los que viven bajo ese mismo sello de humildad. También fue solitario, que es, sin duda, lo que más le conviene a un soñador, a un poeta, a un contador de cuentos, a un forjador de fantasías. Su soledad no fue de cien años, ya que  solo vivió 87. Además, de esos 87 hay que restarle la niñez, que es la única estación de su recorrido en la que fue completamente feliz. Ahora bien, aquella felicidad fue tanta y tan grande que le ha dado para vivir toda la vida, esa vida que entregó ayer  a la Historia. Ella se ocupará de que no caiga jamás en el olvido. Su obra hablará siempre por él y traspasará las fronteras de los tiempos por muy remotos que sean y por más cólera que arrastren en sus vagones.

Villajoyosa, 18 de abril de 2014

El día 14 de octubre del 2012, hace apenas año y medio, escribía yo un artículo en el que, con la disculpa de una foto , recordaba determinados episodios de El Coronel no tiene quien le escriba, la famosa novela corta de García Márquez. Lo dejo aquí como humildísimo homenaje.

La foto en el espejo

Mariano Estrada

El Coronel de García Márquez no tenía quien le escribiera, como todo el mundo sabe a estas alturas de la temporada en las que el Barcelona le saca ocho puntos al Madrid. No sé si el Coronel pensó alguna vez en escribirse a sí mismo, pero no creo que recurrir a esa argucia  hubiera calmado las ansias de su espíritu, sobre todo sabiendo que la carta que él esperaba no podía ser sustituida por ninguna otra.

Pues bien, mirando la fotografía que os dejo hoy aquí, por un instante he pensado en el  famoso personaje de Gabo.  Y he dicho para mí: “Mariano no tiene quien le fotografíe”. Pero dos minutos más tarde me estaba diciendo mi hija: “Papá, coge a Martina, que quiero hacerte una foto con ella”. Y el Coronel se desvaneció en la lontananza del mar Mediterráneo, que estaba justo enfrente, aunque no todo, por supuesto, en primer lugar porque los toldos estaban bajados para protegernos del sol,  en segundo lugar porque el ficus ha vuelto a hacerse un árbol enorme y, sobre todo, porque el Mediterráneo no cabe en una fotografía hecha desde el jardín de mi casa. O sea que el Coronel se diluyó en la franja del Mediterráneo que apunta directamente a Colombia y, concretamente, a un rincón llamado Macondo, donde le esperaban Cien años de soledad, contados a partir de Los funerales de la Mamá Grande. Nunca recibiría aquella carta. Nunca cobraría la pensión por los servicios prestados a las órdenes de Aureliano Buendía.

Aquí, en el Montiboli, la cosa pintó mucho mejor, porque, con centro en una niña de poco más de un mes, llamada Martina, había una reunión familiar de las que calman el hambre de los hambrientos, la sed de los sedientos, el espíritu de los ávidos de conversación  y el sueño de los que no han dormido bastante por la noche, aunque esto último se produjo después de que el aroma del café persiguiera la estela del Coronel , que había llegado  a Colombia  justo antes de que  su mujer  vendiera el gallo que, heredado de su hijo, les hubiera servido para comer durante unos cuantos días, ya que la penuria era grande.

La comida fue buena, como no podía ser de otro modo comiendo en el Montiboli. En cuanto a la bebida… No sé, ¡qué queréis que os diga! Yo mantengo que solo bebí agua,  pero la benemérita me paró cuando salí  a llevar la basura y se empeñó en que iba haciendo eses. “Claro –les dije- ¿no se catan ustedes de que el camino está encharcado y yo voy evitando precisamente los charcos?”. Pero no me creyeron, porque los Civiles han perdido la fe. Me trajeron a casa por las orejas y le dijeron a mi mujer en presencia de toda la familia: ¿Es suya esta piltrafa de ruiseñor? Porque iba por ahí, cantando la mona y creando ciertos peligros”.  Mi mujer, que me conoce desde los tiempos del cólera, trató de calmarles de este modo: “No se preocupen, amigos. Mi marido no bebe alcoholes ni fenoles, pero le gusta hacerse fotografías en el espejo y luego las manda por ahí, a llevar la basura, a perseguir  musarañas enamoradas o a engañar, si se dejan, a unos seres  curiosos a los que él les da el nombre de  perigonios verdes”.

Ante la cara de incredulidad y de recelo que mostraron los aludidos, mi mujer les invitó a tomar un zumo de flores decomisadas y finalmente  les indicó: “Miren,  ahí está mi marido, con Martina en los brazos y  la baba en las comisuras de los ojos, como abuelo recién  entrado en el club. Ustedes han cazado a un heterónimo de los que a él le gusta crear, pero créanme ustedes a mí, son sombras tan solo, son fantasmas, son espejismos que se desvanecen.  Ahora bien, que sepan, en honor a la verdad,  que yo sí tomo un vinito con la comida”…

En ese momento los Guardias se miraron a los ojos, desorientados,  confundidos, exhumando cierta vergüenza por los aleros del tricornio, porque sus manos se ocupaban en sujetar unas orejas imaginarias que no habían tomado un trago desde las Crónicas de una muerte anunciada.

Mariano Estrada www.mestrada.net Paisajes Literarios

2 comentarios:

  1. Perla Julieta Ortiz Murray17 de abril de 2016, 14:54

    Bonito porque tiene la magia de lo real y maravilloso cotidiano.

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    1. Tienes razón, Perla Julieta: real y cotidiano. Eso sí, con un puntito de imaginación y fantasía. Un abrazo

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