García Márquez. Tomada de internet sin ánimo de lucro
Hoy es el segundo aniversario de la muerte de Gabriel García Márquez, un genio de la literatura. Rescato esta entrada que le dediqué en aquellos tristes momentos. (17-04-2016)
Gabriel
García Márquez: la Historia se encargará de que no muera.
Hace solo unos días que estuvo ingresado en el
hospital con pronóstico grave. Desde entonces se sabía que iba a morir pronto.
Y así ha sido: ayer, 17 de abril de 2014, murió Gabriel García Márquez. Sus funerales no serán
los de la Mamá Grande, sino los de un hombre que, a pesar de su indiscutible y
reconocida grandeza, siempre se supo pequeño. Y como tal fue humilde, honrando con su ejemplo
y con la fidelidad de sus ideas a los que viven bajo ese mismo sello de humildad. También
fue solitario, que es, sin duda, lo que más le conviene a un soñador, a un
poeta, a un contador de cuentos, a un forjador de fantasías. Su soledad no fue
de cien años, ya que solo vivió 87.
Además, de esos 87 hay que restarle la niñez, que es la única estación de su recorrido
en la que fue completamente feliz. Ahora bien, aquella felicidad fue tanta y
tan grande que le ha dado para vivir toda la vida, esa vida que entregó ayer a la Historia. Ella se ocupará de que no caiga
jamás en el olvido. Su obra hablará siempre por él y traspasará las fronteras de
los tiempos por muy remotos que sean y por más cólera que arrastren en sus
vagones.
Villajoyosa, 18 de abril de 2014
El día 14 de octubre del 2012, hace apenas año y
medio, escribía yo un artículo en el que, con la disculpa de una foto , recordaba
determinados episodios de El Coronel no
tiene quien le escriba, la famosa novela corta de García Márquez. Lo dejo
aquí como humildísimo homenaje.
La foto en el espejo
Mariano Estrada
El Coronel de García Márquez no tenía quien le
escribiera, como todo el mundo sabe a estas alturas de la temporada en las que
el Barcelona le saca ocho puntos al Madrid. No sé si el Coronel pensó alguna
vez en escribirse a sí mismo, pero no creo que recurrir a esa argucia
hubiera calmado las ansias de su espíritu, sobre todo sabiendo que la
carta que él esperaba no podía ser sustituida por ninguna otra.
Pues bien, mirando la fotografía que os dejo hoy
aquí, por un instante he pensado en el famoso personaje de Gabo. Y
he dicho para mí: “Mariano no tiene quien le fotografíe”. Pero dos minutos más
tarde me estaba diciendo mi hija: “Papá, coge a Martina, que quiero hacerte una
foto con ella”. Y el Coronel se desvaneció en la lontananza del mar
Mediterráneo, que estaba justo enfrente, aunque no todo, por supuesto, en
primer lugar porque los toldos estaban bajados para protegernos del sol,
en segundo lugar porque el ficus ha vuelto a hacerse un árbol enorme y, sobre
todo, porque el Mediterráneo no cabe en una fotografía hecha desde el jardín de
mi casa. O sea que el Coronel se diluyó en la franja del Mediterráneo que
apunta directamente a Colombia y, concretamente, a un rincón llamado Macondo,
donde le esperaban Cien años de soledad, contados a partir de Los funerales de
la Mamá Grande. Nunca recibiría aquella carta. Nunca cobraría la pensión por
los servicios prestados a las órdenes de Aureliano Buendía.
Aquí, en el Montiboli, la cosa pintó mucho mejor,
porque, con centro en una niña de poco más de un mes, llamada Martina, había
una reunión familiar de las que calman el hambre de los hambrientos, la sed de
los sedientos, el espíritu de los ávidos de conversación y el sueño de los
que no han dormido bastante por la noche, aunque esto último se produjo después
de que el aroma del café persiguiera la estela del Coronel , que había
llegado a Colombia justo antes de que su mujer vendiera
el gallo que, heredado de su hijo, les hubiera servido para comer durante unos
cuantos días, ya que la penuria era grande.
La comida fue buena, como no podía ser de otro
modo comiendo en el Montiboli. En cuanto a la bebida… No sé, ¡qué queréis que
os diga! Yo mantengo que solo bebí agua, pero la benemérita me paró
cuando salí a llevar la basura y se empeñó en que iba haciendo eses.
“Claro –les dije- ¿no se catan ustedes de que el camino está encharcado y yo
voy evitando precisamente los charcos?”. Pero no me creyeron, porque los
Civiles han perdido la fe. Me trajeron a casa por las orejas y le dijeron a mi
mujer en presencia de toda la familia: ¿Es suya esta piltrafa de ruiseñor?
Porque iba por ahí, cantando la mona y creando ciertos peligros”. Mi
mujer, que me conoce desde los tiempos del cólera, trató de calmarles de este
modo: “No se preocupen, amigos. Mi marido no bebe alcoholes ni fenoles, pero le
gusta hacerse fotografías en el espejo y luego las manda por ahí, a llevar la
basura, a perseguir musarañas enamoradas o a engañar, si se dejan, a unos
seres curiosos a los que él les da el nombre de perigonios verdes”.
Ante la cara de incredulidad y de recelo que
mostraron los aludidos, mi mujer les invitó a tomar un zumo de flores
decomisadas y finalmente les indicó: “Miren, ahí está mi marido,
con Martina en los brazos y la baba en las comisuras de los ojos, como
abuelo recién entrado en el club. Ustedes han cazado a un heterónimo de
los que a él le gusta crear, pero créanme ustedes a mí, son sombras tan solo,
son fantasmas, son espejismos que se desvanecen. Ahora bien, que sepan,
en honor a la verdad, que yo sí tomo un vinito con la comida”…
En ese momento los Guardias se miraron a los
ojos, desorientados, confundidos, exhumando cierta vergüenza por los
aleros del tricornio, porque sus manos se ocupaban en sujetar unas orejas
imaginarias que no habían tomado un trago desde las Crónicas de una muerte
anunciada.
Mariano Estrada www.mestrada.net
Paisajes Literarios
Bonito porque tiene la magia de lo real y maravilloso cotidiano.
ResponderEliminarTienes razón, Perla Julieta: real y cotidiano. Eso sí, con un puntito de imaginación y fantasía. Un abrazo
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