Madriguera de conejo. El Charco, Villajoyosa
La madriguera
Texto incluido en el libro Villajoyosa: la magia de lo auténtico (2017)
Texto incluido en el libro Villajoyosa: la magia de lo auténtico (2017)
Los conejos del Charco fueron convocados a una asamblea
extraordinaria y urgente. Algunos se olían que iba a ser también peliaguda.
-¿Qué pasa?
¿Por qué nos reunimos?
-Porque
tenemos que dilucidar.
-¿Sobre qué?
¿Qué ha pasado?
-Se ha
detectado un okupa en las madrigueras del hondo.
-¿Cuál de
ellas?
-La 27.
-Vaya, esa es
la madriguera de Darco, el Bueno.
-¿Y quién la
ha ocupado?
-Gene, un
joven que procede de los derrumbaderos del Carrichal, que quedan fuera de
nuestros dominios.
-¿Del
Carrichal? Entonces habrá que aplicarle la ley de extranjería.
Comienza la
reunión sin otros preámbulos que el respetuoso silencio de los conejos, empresa
nada fácil de conseguir, ya que eran tropecientos y la madre, una coneja
respetada por la generalidad.
-Vamos a ver,
Gene –dijo el presidente-. ¿Por qué has ocupado la madriguera de Darco?
-Yo no he
hecho tal cosa, yo solo he entrado en una madriguera.
-No es una
madriguera –replicó Darco-. Es mi madriguera. Yo la excavé con mis propias uñas.
-¿Ah, sí? ¿Y
la has inscrito en el registro de la propiedad?
Obviamente, Darco no sabía lo que era el registro de la
propiedad. Gene venía de otro mundo, de otra cultura. El Presidente se vio en
un apuro, ya que él tampoco sabía lo que era el registro de la propiedad. Pero
como era inteligente e intuitivo, dijo:
-Querido Gene:
no quieras imponernos las normas de tu país, que por lo visto es muy avanzado.
Aquí vivimos un poco rezagados y nos regimos por las leyes primigenias de la
naturaleza.
-Pues si no
registráis la madriguera no podréis hipotecarla.
-¿Y para qué
queremos hacer tal cosa, Gene, si no sabemos ni lo que es?
-Para obtener
recursos.
-¿Recursos?
-Sí, para
adquirir más terrenos y hacer más madrigueras, grandes urbanizaciones de
madrigueras.
-¿Para qué?
-Para
venderlas a los conejos que no las tienen y poder seguir adquiriendo terrenos…
-¿Y para qué
tantos terrenos, si aquí tenemos más de los que necesitamos…
-Pero no son
vuestros…
-¿Cómo que no? Aquí han vivido en paz nuestros
antepasados. Tenemos ganado el derecho de prolongación.
-Ya, y los
propietarios tienen ganado el derecho de pernada.
-¿Quieres
decir que pueden violar a nuestras hijas?
-Pueden
violarlas, matarlas con una escopeta y freírlas en una sartén. Pueden taparos
la boca de la madriguera, para que os quedéis sin aliento.
-Con ese
riesgo hemos vivido siempre.
-Pues hay que
acabar con él. Hay que registrar las madrigueras, hay que pagar impuestos.
¿Sabes lo que es el IBI?
-No, Gene, ya
te he dicho que aquí somos antiguos.
-¿Antiguos?
Sois más que antiguos, amigo, sois presocráticos, incluso prehistóricos. El IBI
es un impuesto que el estado te cobra por vivir en tu casa. Si la registras
y la habitas y pagas el IBI, entonces ya no hay dios que te la ocupe.
-¿Y por qué
has ocupado tú la de Darco?
-Para abriros
los ojos. He querido demostraros que la vuestra es una comunidad insegura. Que
os podéis quedar en la calle en cuanto se percaten de ello los indigentes de
las comunidades vecinas.
-¿Indigentes?
¿Y no serán avispados como tú, Gene?
-Oye, no te
consiento…
-¿Qué no me
consientes? Has venido aquí a sembrar una cizaña que nos perturba. Nosotros
somos seres pacíficos, humildes y “convivenciales”. Lo que tú nos propones es
una guerra de intereses, un sinvivir, un caldo de cultivo para el estrés, el
empujón y la zancadilla.
A Gene se le
empezó a cambiar el color. Darco, en cambio, se reía. Se reía por fuera y por
dentro. La suya era una sonrisa de conejo feliz, la sonrisa de alguien que
acaba de recuperar la tranquilidad, el sentido y la vivienda.
-Propongo –culminó
el presidente- que por unos momentos nos convirtamos en galgos y persigamos a
Gene hasta los confines de nuestro territorio, allá donde se pone el sol. Que
se vaya al Carrichal a proponer a los suyos el negocio que vino a proponernos
aquí. A ver si en su país le permiten hacer urbanizaciones de madrigueras e
integrar a los conejos en la desalmada civilización de los humanos, esos bípedos
que, además de escopetas y de perros, disponen de registros de la propiedad.
La reunión
contaba con dos mil asistentes. Gene no se atrevió a correr delante de ellos,
porque le hubieran sacado la piel a jirones. Prefirió someterse a la vergüenza
de agachar las orejas y dejarse llevar por la patrulla canina de los que,
siendo pacíficos conejos, gozaban por un día de la licencia de los galgos. En
realidad, quedaron muy decepcionados por el hecho de que Gene, además de un
intruso maligno y muñidor, fuera realmente un cobarde.
Mariano
Estrada, 16-10-2016
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