Estampa hogareña
Ahora que la religión católica-apostólica-romana está de capa caída en España,
donde tiene apóstoles para su acoso y derribo, levantamos un templo
católico-apostólico-romano en la ciudad española de Barcelona. Y, ahora que la
familia tradicional está siendo desgarrada por el virus del nihilismo, y
también por algunos políticos de convicciones superficiales, ligeras y
evanescentes, la declaramos oficialmente Sagrada y le erigimos un templo en la
ciudad española de Barcelona.
No, no, señor político, que yo no estoy en contra de la Sagrada Familia ni mucho menos en contra de Barcelona, sino que estoy muy a favor de las dos. Lo que intento decirle es que vivimos con estas pequeñas contradicciones. ¿Lo comprende usted o no llega? No, no llega. Usted no ha entendido aún los jirones de vida que, a cuenta de un vacío adornado de bienestar, vamos dejando por el camino. Pero mire, le pese a quien le pese, esta familia que su ignorancia y su soberbia pretenden desintegrar saldrá de los ataques reforzada. Cuenta a su favor con la indestructible atracción del recuerdo personal y de la memoria colectiva. El amor es más fuerte que la ley, sobre todo cuando la ley es caótica, sectaria y groseramente impuesta.
Con esta Estampa hogareña, que es un recuerdo vivo de la niñez, yo no reivindico volver al pasado, sino asimilarlo e incorporarlo a los lógicos avances de la sociedad, no destruyendo por destruir, sino preservando todo aquello que tenga de positivo, de hermoso y de bueno. Y la familia lo tiene.
Y no busque usted en mis palabras ningún interés espurio, sino la propia convicción. Solo ella me dicta, me apoya y me paga. ¿Lo entiende usted? No, ¿verdad? Ya me lo temía.
Estampa hogareña
La madre
Hilaba humanidad en una rueca
nocturna, silenciosa, infatigable.
El fuego era amoroso, respetable.
Olía a cuajarones y a manteca.
El padre
Sentado en una banca de castaño,
cosía unas polainas con la lezna.
Un cuero elemental sobre la pierna,
un hilo de bramante en el escaño.
La hija
Miraba con amor hacia la estopa,
la rueca, la corambre, la polaina
y, al tiempo que miraba, sonreía.
El hijo
Haciendo pucheritos con la boca,
gastaba un pizarrín en la pizarra
en tanto que, en los ojos, se dormía.
Mariano Estrada. Del libro Tierra conmovida (1987)
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