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jueves, 23 de diciembre de 2021

Reflexiones de un cordero blanco y la cena de Nochebuena

 

Un lugar de La Carballeda zamorana. Fotografía de Fernando Medrano

 

Reflexiones de un cordero blanco y la cena de Nochebuena

Queridos amigos: quiero que caiga sobre mí vuestra ternura, pero no esa sombra de compasión que adivino en el fondo de vuestros ojos. Miradme, pero no con pena. No erréis el tiro de modo tan certero, ya que vuestra congoja es totalmente injustificada. Mi soledad en este hermoso rincón es tan solo aparente. He sido yo el que he elegido el lugar y la postura para estar un rato a solas y resguardarme de los vientos y del frío. Dentro de un momento me meteré en los enfaldos lanudos de mi madre, que es la oveja más buena de este mundo, y allí tendré el cariño que os parece que me falta, además de unas ubres repletas y obsequiosas, de las que brota un alimento que es más blanco que yo y que recibe el nombre de vida. Luego correré con mis hermanos y amigos por las praderas circundantes hasta alcanzar el cansancio y completar un día entero de gozo.

He querido informaros de estas cosas para que nadie se confunda y llore por algo que no debe. Las lágrimas podéis reservarlas para asuntos que de verdad las requieran. Vosotros sabéis perfectamente que las apariencias pueden ser engañosas. Y esta lo es, sin duda. No estoy triste. La tristeza no tiene esta apacible tranquilidad que siento yo por dentro ni creo que la felicidad requiera de otras poses o de otras apariencias forzadas ni tampoco de otros lugares ni de otros adornos.

Soy consciente de que solo soy un bebé y de que no tengo ninguna autoridad para dirigirme a vosotros, seres inteligentes que me miráis con buenas intenciones, aunque con ojos bastante confundidos y superficiales. Y ya que estáis ahí, embelesados, quiero decirlos que tal vez debáis buscar algún rincón parecido, en el que podáis estar a solas con vuestra intimidad y con vuestros pensamientos. A lo mejor descubrís que una buena parte de las miradas que dirigís a otros aspectos o intereses de la vida, están condicionadas, como ésta, por prejuicios que no se ajustan nada a la realidad. Si reguláis el mecanismo de los ojos, que es por donde ve vuestro cerebro, tal vez consigáis que algunas de las ocupaciones que os absorben y no os dejan vivir, se caigan con todos sus engaños y exigencias de los pedestales en los que ahora están subidas.

Probadlo, no es difícil. A lo mejor concluís que hay que aliviar las alforjas de lo innecesario y de lo superfluo, que la felicidad no está en la enajenación continuada de los sentidos, sino que estos requieren de algunos espacios de calma y de sosiego, de algún rincón íntimo para reflexionar sobre la vida que queda por vivir en relación con la que ya hemos vivido.

Ya sé que no se comprende fácilmente, y mucho menos se acepta o se tolera, que estas cosas las diga un cordero como yo, de apariencia tan frágil, que está empezando a vivir. Esperaba no tener que aclararos que el mío es un discurso sugerido y que en realidad os he utilizado sin escrúpulos ni contemplaciones. Sois vosotros los que habéis dicho las cosas que acabamos de oír mientras yo he permanecido callado en esta admirable fotografía silenciosa. Un cordero que hablara de este modo sería una amenaza terrible para la sociedad de los borregos, que es la vuestra y la mía, y cualquiera de sus dirigentes me mandaría sacrificar para ofrecerme de plato principal en la cena de Nochebuena.

Mariano Estrada, del libro Animales en el corazón (2012)

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