Cañón del Tera, Sanabria. Foto JMPiña
Otoño en la fragua (Fragmento)
El
otoño llegaba a su esplendor con sus colores de abeja y caramelo. El
paisaje dejaba en la mirada una expresión de asombro que el pecho
recibía con deleite y convertía en admiración y borrachera. Pócimas de
roble, licores de chopo y de castaño, brebajes de nogal, mostos de
parra... Saúcos, fresnos, álamos, negrillos... Exuberancias de color,
lujurias líricas, multiplicadas incitaciones de gozo...
....
Cuando Tiburcio cerraba el obrador, martilleaba en su cabeza una
lluvia fina que le iba bien al otoño. Dentro, en las planicies desoladas de su
noble alma de cántaro, caían chaparrones de tristeza.
-Si es verdad que la lluvia sucede en el pasado, hermano, esto debe de
ser el futuro.
-No te digo que no, Jacinto. La lluvia de este instante fue antes un
presagio y una nube, el viento que nos mece venía ya de otra parte, las hojas
que no paran de caer cayeron en un tiempo que nunca es el ahora. Acaso el
invierno empezó con esta lluvia de otoño que en días venideros será de soledad
y de frío. Las hojas volarán con sus colores y nosotros nos pondremos a la
lumbre para alimentar los recuerdos y las salpicaduras. Después llegará la
primavera.
-Ciertamente te falta una mujer, Tiburcio, ahora caigo en la cuenta.
Búscala en la tierra y en el aire, en las proximidades o en los confines, dale
el corazón con sus galopes contenidos, abrígate en sus ojos y cruza el rubicón
de los carámbanos bajo el ancho paraguas de los besos... Pero cuídate muy bien de que en el fondo de
su alma, por más que compañera y voluntariosa, no haya alguna oculta fatalidad
por la cual se llame Dolores. Porque entonces el invierno se haría hielo dos
veces.
Pasados unos años, tanto
por la fragua como por la vida, en los ojos de Tiburcio se reflejaba el otoño
de muy distinta manera: no ya con sus colores de abeja y caramelo, más o menos
cercanos o distantes, que preconizaba su
hermano, sino también con los posos de sustancia y esencialidad que, de
repente, le atravesaban la retina y le
llegaban al fondo del espíritu. No, los ojos de Tiburcio ya no veían el otoño
como el límite de un ciclo de la vida, es decir, del hombre, sino como parte de
un proceso armónico y unitario en el que, año tras año, se depositaba generosamente la belleza. Y la
belleza, en su forma elemental y en su sentido más hondo y más oculto, es parte
indisociable de la verdad última del hombre.
Mariano Estrada, de "Otoño en la fragua", incluído en el libro Los territorios de la inocencia (2014)
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