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El Culebro y la vaca
Las leyendas, a las que los humanos somos bastante aficionados, a menudo hacen pasar por realidad algunas fantasías verdaderamente asombrosas y descabelladas. Así, alguno de esos cuentos dice que las culebras chupan la leche de determinados animales como las vacas, las cabras o las ovejas.
Pero esto no es verdad, simple y llanamente. Como ofidios que son y, por lo tanto, depredadores, las culebras se alimentan de animales, aunque solo de aquellos que sean capaces de engullir, ya que no pueden masticarlos con sus dientes ni trocearlos con sus manos. Animales pequeños, en suma, como ratones, pájaros, batracios, peces… Los hipopótamos y los dinosaurios pueden estar bien tranquilos al respecto, si bien hay serpientes enormes que pueden engullir animales muy grandes. No sé si queda claro, pero podemos decirlo de otra forma: si quieres engatusar a una culebra con un tazón de leche para pedirle algún favor, sea este el que sea, la culebra se reirá mucho de tí: “Tú ere gilipoya, masho, poque a mí leche no guta”. Lo que ocurre es que no tienen enzimas para digerirla (Sin embargo, hay serpientes aófagas, es decir, que comen huevos, porque estos sí los digieren. Pero los engullen enteros y luego arrojan la cáscara).
Decir que las culebras chupan la leche de las vacas es como decir que las vacas se comen a los niños ¿O es que alguien ha visto comer carne a una vaca, por más que sea tierna y de niño? Pues, mutatis mutandis, ¿alguien ha visto tomar leche a una serpiente? Me refiero a alguien que no sea un urdidor de leyendas, como la de la boa zamorana, que estuvo muy en boga ¿Y qué es lo que dice esa leyenda? Pues dice que la boa en cuestión fue cazada con un cuenco de leche y un espejo: “¿Adónde va esa zorra?” -habría exclamado la pobre al verse a sí misma reflejada- “¿Crees que vas a quitarme la comida, mala mujer?”. Y entonces se abalanzó sobre ella y se metió de cabeza en el engaño.
Yo fui niño en un pueblo donde, habiendo muchas serpientes, lo lógico es que hubiera muchas leyendas. Según estas, hasta las madres que alimentaban a sus hijos dormidas eran visitadas de noche por culebras que apartaban al niño de la teta, se apoderaban del pezón y chupaban con total tranquilidad ¿Y el marido sin enterarse? Eso parece ¿Y el niño, no lloraba? No, porque las culebras son listas y le metían su propia cola en la boca: “Chupa, tontín, chupa mi colita”. Y si esto, siendo tan difícil como ingenioso, podían hacerlo con las mujeres, ¿cómo no iban a hacerlo con las vacas, que, cuando están recién paridas, tienen unas ubres tan grandes que casi las arrastran por el suelo? Además, si la vaca está pastando en un prado bien verde y bien hermoso, ¿qué más le da a ella que la ordeñe un señor o que le chupe las tetas un ofidio?
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Aclaro estas cosas porque aún hay mucha gente por ahí que, en pleno siglo XXI, el de las nuevas tecnologías, las continúa creyendo. Y yo no digo que no se sigan contando, lo que digo es que no se crean. A mí me vino muy bien que una culebra macho le chupara la leche a una de nuestras vacas “Joooo, Garbosa”. Yo era el que estaba en el prado aquel día, yo contemplé la escena de la “sorbona”, pero mi padre, que estaba en otro sitio, fue quien la agarró por el pescuezo y se la puso a mi madre delante de los ojos. “Toma, puedes guisarla para comer”. A mí me daba asco, y yuyu, porque estaba mediatizado por las víboras, cuyo veneno no es precisamente una leyenda.
Un abrazo
EL CULEBRO Y LA VACA.
Bajo la cemba del prado,
por donde corre la madre,
maté un culebro, María,
¡mira qué grande!
Yo estaba medio espurrido
al zumbo de unos zarzales,
abandonado a unas cuentas
que de tan claras no salen.
En esto escucho un silbido,
echo un vistazo, no hay nadie;
la vaca al fondo, muy sola,
y yo avizor a esta parte.
No se oye más en el prado
que los zumbidos del aire;
así que vuelvo a los rumios
por los que andaba endenantes.
Pero la vaca se enerva,
levanta el morro, no pace;
¿qué es lo que pasa, Garbosa?
¡Ay, ay, ay, ay! ¡Miserable!
Era un culebro, María,
nuestro presunto ordeñante;
sentado sobre su cola,
erecto, todo gaznate.
Le eché la mano a la gorja,
bien ocupada en el trance,
y lo afogué en un latido
de la pasión y la sangre.
Aquí lo tienes, ¡qué lomo
para adobar con tomate!
La leche que nos birlaba
nos la devuelve hecha carne.
Del libro “Tierra conmovida”
Nota:
-Cemba: margen, caballón
-Espurrido: extendido, estirado, recostado
-Gorja: garganta
¡¡¡INFORMACIÓN AÑADIDA!!!
La víbora
Esta entrada se la dedico a mi amigo de la niñez Valentín Alonso
Fernández (Tino), que no solo no les tenía miedo a las víboras, sino que
las cogía con inquietante naturalidad. No sé si la procesión iba por
dentro, pero por fuera no se notaba. Sin embargo, lo último que él mismo
le ha dicho a mi hermana Tere, que a su vez me lo ha dicho a mí, es que
al final le acabó mordiendo una de ellas, creándole problemas de cierta
gravedad. Por fortuna puede contarlo. Lo que no sé es si, a pesar de lo
ocurrido, aún las sigue cogiendo ¿Las coges, Tino? ¿Los cojo, Ness? Un
abrazo
Queridos amigos:
Es evidente que la risa va por barrios y que cada cual tiene sus fobias y
sus filias, sus demonios y sus ángeles, sus rarezas y sus miedos
específicos. En los tiempos de mi juventud –lejanos ya en la memoria,
pero aún vivos-, conocí a una chica muy joven, muy dulce, muy guapa y
muy simpática, lo que nada tiene de extraño, supongo. Lo extraño es que,
a pesar de tener novio, sólo había dos cosas en el mundo que le
causaban respeto: las víboras y las vacas. Y yo me he preguntado alguna
vez: ¿fue ella consciente del significado de su declaración? ¿En qué
sentido? ¿Utilizó frívolamente el diccionario? ¿Hizo uso a propósito de
semejante bifidez intencional? ¿Era corta de miras? ¿Era inteligente?
¿Era buena?...
¿Que por qué veo fantasmas en todas partes?
“¿Y tú me lo preguntas?” “Porque no es amor, es miedo, lo que don Mendo me inspira”.
Debo señalar, por otra parte, que el miedo a las vacas no lo comparto en
absoluto, a pesar de la cornamenta y-eso-aleluya. Sin embargo, y en
esto coincido ciegamente con la chica, por las víboras siento mucho
respeto. Ahí van mis razones.
Un abrazo
La víbora
Reptil, culebra, ofidio, la víbora es bífida de lengua, ciertamente,
pero no bilingüe, que es algo muy distinto. Bilingües son los catalanes,
por ejemplo, sin que ello tenga nada que ver “¿Digui?” Digamos que es
“birrámica y unitronca”, si así puede decirse porque yo, ignaro, lo
ignoro.
Entre las víboras del lugar –las extranjeras siempre han sido más raras-
no hay ninguna bicéfala. Bicéfalos eran los “lisos”, sus primos, y a
éstos sí los vi, en los prados, cuando “
yo era adolescente y nadie me había amado todavía”.
¿Y cómo dice usted que se llaman? Lisos ¿Y no serán anfisbenas,
monstruos mitológicos, supuraciones de la fantasía? ¿O sugiere usted que
son conflictos genéticos reales, tal vez teratologías procedentes de la
experimentación? ¿De la experimentación? Para mí son reptiles,
simplemente; seres naturales que habitaban los prados del lugar mucho
antes de la manipulación de los genes y la clonación de las ovejas. Lo
que no sé es cómo lograrán coordinarse si, por ejemplo, las cabezas
difieren en los gustos y una quiere ir a Murcia a desayunar y la otra
refocilar con un congénere de Barcelona ¿Se tirarán de los pelos? Son
calvos. ¿La emprenderán a patadas? Son ápodos ¿Intentarán arreglarlo con
razones? ¿Gente que tiene dos cerebros? ¿Razonarán acaso con el culo?
Vamos, corazón ¿se puede razonar con el esfínter? Parece ser que sí, que
es muy flexible ¿Flexible? ¡No me digas!
La víbora común, la que conozco, posee una segunda bifidez que, mucho
más sutil que la anterior, se manifiesta claramente en la estética, ya
que es a un tiempo repelente y bonita, repulsiva y hermosa. No obstante,
su hermosura no debe embelesarnos hasta el punto de la confianza, que
es depositaria del peligro, y mucho menos de la aproximación,
familiaridad o cercanía, porque ella no pregunta, sino que muerde.
Muerde con violencia y voluntad, muerde con astucia y atención, muerde
con rapidez y con veneno “¿Do you understand, Murdock?”. Yes, my
brother, que es asilvestrada y fulgurante, que es indómita y certera,
que tiene en su body sigiloso la genuina velocidad de la luz…
Dos dientes huecos, situados en la mandíbula superior, dos latigazos
vertiginosos, dos inyecciones intrépidas que pueden ser mortales de
necesidad, si no lo evita a tiempo un torniquete, con sajadura y
chupetón, o, mejor aún, un antídoto. Y no es que sea mala, la pobre, es
que es así, es víbora: ella no te puede querer. Normal. Las mulas son
falsas y dan coces. Tampoco ellas te quieren ¿Te quieren quizás los
alacranes o las avispas, los escorpiones o las abejas?
En cuanto al rosario que tiene sobre el lomo... ¡Ah, sí!, perdone, ¿no
es reminiscencia de un determinado pisotón? ¿No es la marca, digamos
indeleble, de una vieja maldición bíblica? Hombre, la similitud con el
rosario no implica experiencias religiosas, tipo Enrique Iglesias, y
mucho menos bondades evangélicas, tipo Madre Teresa de Calcuta, pero
tampoco es el estigma que ejemplariza y perpetúa un castigo; se trata de
un adorno natural, un sello específico más o menos determinista, como
los tigres del Eufrates, como los propios pasos de cebra, es decir, las
rayas anteriores al color, es decir, los dálmatas. La víbora no es
exactamente el demonio, ni siquiera como una de sus formas…
Por otra parte, el triángulo de la cabeza no tiene implicaciones con las
Bermudas ni con los montes de Venus, ni con la Plaza Triangular de
Benidorm, ni tampoco con las matemáticas o la geometría, por más que
estuvieran formuladas por Euclides, por Pitágoras, por Tartaglia ¿Que es
sorda? Ciertamente. O casi. Pero bien lo suple ella con una vista de
lince, que al lince no le vale de nada; con la capacidad mimética del
camaleón, que es emblemática y cierta; con el proverbial olfato del
perro, con el sigilo del gato, con la astucia de la mujer...
Del libro “Aguablanca: caminos de ida y vuelta”
Mariano Estrada,
http://www.mestrada.net/ Paisajes Literarios
Blog
http://paisajes.blogcindario.com/