Francisco Umbral, foto tomada de internet sin ánimo de lucro
Pocos como él han ascendido de la nada al olimpo. Teniéndolo todo en contra. Puso al servicio de la literatura su vocación, sus amarguras, sus éxitos, su dandismo, sus pañuelos y su altivez. Es decir, su vida.
26-08-2012
El día 28 de agosto, es decir, mañana mismo, se cumplen cuatro años del fallecimiento de Francisco Umbral, un escritor de 80 libros, algunos de cuales, junto con sus famosas columnas periodísticas, resultan imprescindibles para ayudarnos a comprender mejor los años que median entre el final de la dictadura de Franco y la primera legislatura de Zapatero. Parece que en octubre se celebrará un congreso destinado al reconocimiento de su extensa obra literaria. Reproduzco aquí el artículo que yo le dediqué el día 30 de agosto del 2007, en homenaje de despedida. Un abrazo. (27-08-2011)
Umbral: varios escritores en uno.
Iba a escribir algo sobre Umbral, pero pronto me di cuenta de que llevaba algunos años sin leerle, salvo algunas columnas esporádicas en el medio donde escribía; columnas que son, en realidad, las que le han dado una buena parte de su merecido prestigio, salvando algunos libros que le han aportado premios relevantes como el Cervantes o el Príncipe de Asturias. Hablo de Mortal y Rosa, por ejemplo, en el que exterioriza el dolor por el fallecimiento de un hijo de cinco años.
Yo empecé a leerle en los inicios de la Transición, creo recordar, tal vez antes. Y entonces, sí, entonces leía todos sus libros, no me atrevo a decir tanto de sus columnas, pero también fueron muchas. Sé que en sus comienzos se dejó caer por el famoso Café Gijón, suceso del que él mismo hizo luego la crónica. Sé que fue inventor de palabras, o al menos propalador de las mismas. Palabras como jais, molón, derechona, tardofranquismo, Socialfelipismo (este último, título de un ensayo)… Sé que, muy al principio de su actividad literaria, y según confesión propia, quiso ser Henry Miller, a lo español, naturalmente. Pero entendió rápidamente, por suerte para todos, que le faltaba aquel vitalismo sexual arrollador que el americano desarrollaba en sus “Trópicos” (de Cáncer y de Capricornio) y en sus “Sexus”, “Plexus” y “Nexus”. Luego quiso ser Cela, y a mí me da la impresión de que lo quiso ser toda la vida, incluso en la etapa en la que le criticó duramente, tal vez bajo sospecha de publicidad. Y consiguió serlo en parte. O, por lo menos, hasta poder asegurar que nadie se ha acercado tanto a él en España. En el fondo, nunca dejó de admirarle y no me hubiera extrañado nada oír de sus propios labios, y en uno de sus ya famosos arranques, que cambiaría todos sus libros, que son muchos, por haber escrito uno sólo: La Colmena. Por el medio, se declaró admirador de Vallé-Inclán, de Delibes, de César González Ruano, de Ramón Gómez de la Serna, de Mariano José de Larra y de un tipo de periodismo literario de autor que ha quedado sepultado en los tiempos. Tal vez él fuera, hasta ayer, el último de sus representantes, porque lo de Sánchez-Dragó es completamente otra cosa.
En cuanto a sus libros, tiene tantos que es difícil elegir cuatro o cinco títulos. Dicen que al menos veinte o treinta son buenos. Éstos son algunos de los que destacan: “La noche que llegué al Café Gijón”, por las enemistades que le creó. “Los helechos arborescentes”, porque relata un mundillo en el que parecía moverse muy bien. Y, luego, de los ensayos, yo destacaría “Ramón y las vanguardias” (Gómez de la Serna), ”Anatomía de un dandy” (Larra), o “Poeta maldito” (Lorca). Pero sólo es, ya digo, por citar algunos títulos de los muchos que tiene.
Por último, sé que fue un luchador, que tuvo unos comienzos difíciles y que a base de sufrimiento, pundonor y, sobre todo, de aquel enorme empuje que procedía de su corazón puramente literario, consiguió hacerse un hueco en la cumbre de las letras españolas, a las que ha dado un vigor por el que debemos estarle agradecidos. Yo lo estoy, al menos. Y así lo expreso, llana y públicamente. Y, además, le despido con un poema, ya que él era un poeta, aunque esencialmente urbano, de lo que se cocinaba diariamente en el mundo. Descanse en paz.
Un abrazo
¿Qué somos?
¿Qué somos, sino viento
indomeñable, transitorio
barro o efímera memoria?
¿O somos, además,
mareas invisibles
que no registra el tiempo ni el espacio?
¿Vivimos al morir, perdemos
en la muerte la causa de la muerte?
¿Qué seremos, entonces,
en ese almario inane
o luna exceptuada de la
gravitación universal?
Mariano Estrada, del libro Hojas lentas de otoño (1997)
Hermoso homenaje al gran personaje Francisco Umbral.
ResponderEliminarun abrazo
mery larrinua
www.merylarrinua.blogspot.com
(por algulna razon no me permite comentar con mi cuenta de google)
A Umbral no se lo pusieron nunca fácil, Mery, ni siquiera después de muerto. Pertenece a esa raza de escritores que se ganan las cosas a pulso.
ResponderEliminarGracias y un abrazo
PD: el mecanismo de los comentarios está un poco locatis. A veces no me ha permitido ni a mí acceder desde la cuenta de google. Lo mejor es entrar como anónimo.
Se perdieron media hora de mis pensamientos...
ResponderEliminarToo lazy to write it again...
Un abrazo!
Julio Correas
Pues yo no puedo ayudarte, Julito, porque estoy "snúo" como una cepa de vid recién podada.
ResponderEliminarParece mentira que a tus años te sigan pasando estas cosas ¿O es precisamente por tus años?
Te invito a unos pescaditos en el puerto. Así coges fuerzas para reescibir el comentario. Seguro que era digno de ti, es decir, bueno.
Un abrazo