Celebración
No desprecies las rosas del azar o de la fortuna; antes bien, acepta complacido
la generosidad de sus regalos. Atiéndelos con la vehemencia que se percibe en
la claridad de tus ojos. Gózalos como bienes generados en la miel, porque ellos
te llevarán a la dulzura. Toma tu parte del botín y exprímela hasta el
desvanecimiento. Luego entona con júbilo las alabanzas que la diosa merece.
Ya sabes que en el principio
del verbo está la boca. Tómala con besos de serenidad y gana poco a poco las
bóvedas de cielo a las que te conduce, porque allí, con los ojos cerrados, es
donde empieza realmente la oscuridad, la noche, los lejanos fulgores de las
estrellas, la preeminencia del fuego sobre cualquier forma del agua…
Celebra los emocionados tintineos con la sangre
que brota del corazón. Explora las oquedades de la carne con los impulsos del
deseo. Apaga los volcanes de la piel con la humedad de la lengua y de los
labios mojados y carnosos. Abraza las excelencias corporales y cúbrelas de
yemas alargadas, de caricias lentas y abrasadoras. Acepta la hospitalidad de
las alcobas que se te ofrecen, dispuestas para ti en la forma en que han sido
siempre anheladas. Camina por los hilos de la intuición, que es la única luz
que puede traspasar los precipicios y las constelaciones. Y húndete luego en el
temblor de las sacudidas consecuentes y vertiginosas, de los terremotos
intrépidos, rotundos, inevitables. Y descansa al fin, descansa hasta las
próximas luces…
Cuando el rayo del alba te despierte y las
lanzas del sol quiebren su dirección en los cristales, sabrás que has sido
premiado con el abrazo del amor y con el sueño profundo de los deseos
ferazmente cumplidos, saciados, satisfechos.
Mariano Estrada
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