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viernes, 1 de marzo de 2024

El abuelo, el nieto y el cura

 

Tomada de internet sin ánimo de lucro


 El abuelo, el nieto y el cura

Queridos amigos:

Gracias a la atracción en la que me tenía envuelto de niño, mi abuelo siempre ha sido para mí un motivo de inspiración literaria. De hecho, creo que la primera vez que cogí en serio una pluma fue para escribir un cuento en el que se reflejaran ciertos aspectos de su vida que me resultaban especialmente atrayentes.
Después imaginé un poema sobre su muerte que quedó recogido en el libro “Tierra conmovida”. Dejo aquí unos párrafos del cuento para facilitar, si cabe, la comprensión del poema.




Fragmentos preliminares de “El abuelo”

Mi abuelo, además de una cara simpática, tenía un mueble de rinconera para guardar sus secretos. Su cuarto era grande, sobrio, misterioso… Aquella manta casera que cubría la cama, el escapulario que siempre pendía del enorme cabezal, el crucifijo colgado de la pared, las contraventanas de roble entornadas, el suelo recubierto de irregulares maderas, la mesita de noche, la misteriosa mesita de noche donde mi abuelo colocaba la vela o el farol o el viejo candil de aceite para leer… También recuerdo aquel arca, aquella madera de generaciones, fantasmal, grande, aquel baúl pesado del que yo siempre esperaba que salieran los muertos…

Sí, su cuarto era el recinto de las almas en pena, la magia que envuelve los misterios de la noche, la caja de las ánimas… Y aquel viejo mueble de rinconera, aquella dependencia mágica donde guardaba sus libros ¡Ay! Las coberturas negras de sus libros, la enlutada encuadernación de tanto misterio. Ese era el límite de mi curiosidad. Allí me plantaba yo, atraído y repulsado por lo posible-imposible. Allí había un letrero que decía: no pases, con letras encantadas, temblorosas. Allí empezaba el mundo de los espíritus, de las fuerzas invisibles, de los poderes ocultos. Allí fundaba yo la existencia de los milagros… la concepción de la carne por medio de las ventosas, la espantada del dolor mediante las friegas, la predicción del futuro de los recién nacidos en función de la menudencia de los estornudos…

Allí estaban los demonios, las brujas, las reuniones secretas, las presencias invisibles, la explicación de los remolinos de viento… Allí estaba el poder de la secta, los espiritistas que lo envolvieron durante sus años en Cuba, los espiritistas de los que huyó cuando se vino a su patria, de los que no pudo huir, ya nunca, ni siquiera con la ayuda de Dios en la solemnidad de las misas concelebradas de las fiestas. Cruces y demonios, fantasmas y ritos, cabras y corderos. Magia, magia… Comunión con la muerte, conversaciones con las almas de los desaparecidos. Tormentos de la imaginación, persecuciones, cantos y liturgias, engendramientos de invisibles demonios: “Esa alma que llevas en el vientre será la perdición de la casa. La engendró Satanás”. Y también santos remedios para la curación de los males: derramamientos de ceras, invocaciones a los espíritus, quema de estopas, responsos, viáticos caseros, imprecaciones y exorcismos: “Ah, Satán, yo te arrojo al averno de las ceras hirvientes, yo te arrojo del alma de las criaturas inocentes” “Ah, Satán, cébate en la sangre de esta cabra que para ti sacrifico. Huye de esta casa donde se adora a Dios, tu Señor”…

Mi abuelo era alegre como el rabo de las lagartijas, pero también era triste como los ojos de un perro. Viajaba de las alturas de Dios a las profundidades del Demonio. Estaba en comunicación directa con los espíritus malignos, los hijos de Satán, pero también se sentía atraído por el poderoso imán de los ángeles. Iba a la Iglesia de Dios y adoraba a Dios y al Diablo; hasta creo que llegó a confundirlos en una misma persona…

El poema:


El abuelo, el nieto y el cura

Tomó con prisa la calle
y fue a la casa del cura:

-Señor, se muere el abuelo
y está en pecado, sin duda.
Sin duda tiene el demonio
y a usted le pete la cura.

-¿Es él quien manda el recado?
-Es cuenta mía, no suya.
-Y el curandero, ¿qué dice?
-Ya le ha mandado una purga.
-¿Se la ha tomado?
-Parece.
-¿Y no hay mejora?
-Ninguna
-Es yerba mala, tu abuelo.
-Señor, la trajo de Cuba.

Miró a la cara del mozo
Por ver si hablaba de chunga:

-Yo me refiero a la casta,
y digo sólo que es dura.
La yerba mala no muere.
-Tampoco mueren las pulgas.
-¿Se ha arrepentido siquiera?
-¡Quién sabe!
-¿No lo aseguras?
-No sé las cuentas que lleva,
la habitación está a oscuras.
-¿Y no se le oyen los rezos?
-Las quejas.
-¿Y pide ayuda?
-Ayuda, ayuda, sí pide;
pero es al diablo, no al cura.
Demonios es lo que tiene,
que, enfermedades, ninguna.

Salió por fin a la calle
como un guerrero a la lucha.
Sus armas, contra el demonio,
hisopo, incienso y casulla.

-¡Que Dios me ampare, muchacho!
-¡Amén, Señor, Aleluya!

Mariano Estrada. Del libro Tierra conmovida (1986)

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